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sábado, 31 mayo, 2025
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Maravilloso estupor: Sound of falling, de Mascha Schilinski [Premio del Jurado en la Competencia Oficial del Festival de Cannes 2025]

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Por: SERGI RAMOS •

La Gualdra 669 / Cine / Festival de Cannes 2025

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Sound of falling fue una de las sorpresas de la competencia oficial por la Palma de Oro. La directora alemana Mascha Schilinski había realizado solo un filme anteriormente, Dark blue girl, presentado en la Berlinale en 2017, que no dejaba entrever la complejidad de su último trabajo. Sound of falling hace estallar desde el inicio la narración cinematográfica más convencional, ofreciendo una experiencia en la que lo sensorial se impone al sentido.

El filme parte de una propuesta ambiciosa: retratar a cuatro generaciones de jóvenes muchachas, que viven en un rancho localizado en una zona rural de Alemania, desde principios del siglo XX hasta nuestros días. Para contar esta historia, arranca con una larga secuencia ubicada en un pasado que parece intemporal. Pero lejos de respetar un transcurso cronológico, el filme va realizando vaivenes entre las distintas épocas, sin identificarlas necesariamente, tejiendo una red de correspondencias que se va volviendo más densa a lo largo del metraje. Esta ida y vuelta desvela progresivamente los vínculos entre los personajes femeninos, en lo que muy bien podría ser una relectura germánica y macabra del realismo mágico de García Márquez.

Tiempo de espectros
La primera secuencia marca también la atmósfera del filme, arraigándola en el rigorismo religioso protestante, y en particular con su concepción de la muerte, tema central de la película. Alma, la pequeña de la familia, junto con sus hermanas, gasta una broma pesada a una de las criadas, haciéndola caer. Tras hacerse la muerta, se levanta persiguiendo a las niñas por toda la casa, con un largo movimiento de cámara que pasa de manera circular por todas las habitaciones. De repente, se hace el silencio, y Alma se da cuenta de que todos en la casa han desaparecido inexplicablemente. 

La siguiente secuencia, sin que sepamos si hay una continuidad o no, nos lleva a la celebración de la fiesta de los muertos. Los miembros de la familia se presentan ante las fotografías post mortem de los fallecidos, retratados como si estuvieran durmiendo. En una de esas fotografías aparece una niña que bien podría ser la propia Alma.

Esta secuencia instaura la delgada línea entre la vida y la muerte, entre lo real y lo sobrenatural, que recorre toda la película, y que obsesiona a las cuatro generaciones de jóvenes protagonistas, a través de visiones y juegos en los que escenifican su propia muerte, conectándolas más allá de las distintas épocas en las que viven. Relacionada con la concepción religiosa de la muerte al inicio de la película, ésta se amplía hacia una pulsión de muerte autodestructiva, cuando pasamos a épocas posteriores.

La obsesión intemporal encuentra un contrapunto, e incluso una causa, en una emancipación sexual cuya represión se declina en diferentes variaciones históricas. Cada personaje femenino, a su manera, acaba siendo víctima de un deseo que se ve impedido, abusado o enajenado.

Sonido y materia
Pero más allá de la fragmentación de las coordenadas temporales, el filme avanza en base a la creación de sensaciones puramente cinematográficas. Destacan las texturas visuales, que magnifican el grano y la iluminación, el desenfoque, la influencia de la fotografía primitiva, pero también el trabajo sonoro, el atronador “sonido de la caída”. Una importancia dada a la sensorialidad que despunta en algunas conversaciones, cuando las muchachas hacen la lista de sus olores favoritos, o cuando Alma se extraña de que cuando ve el pomo de la puerta, es capaz de notar su sabor, aunque no lo haya probado nunca. 

La película demuestra que la desorientación es sobre todo un ingrediente central del placer que uno puede sentir como espectador, como fuente de emociones y de sensaciones, y como desafío en la creación del sentido. El placer de estar perdido y aturdido. Y por eso mismo, quizá sólo se podría emitir un reproche. La película, a medida que avanza el metraje, quiere atar todos los cabos sueltos, cerrar las puertas que había echado al suelo, como si la realizadora quisiera domar su propia obra, creando sentido, pero difuminando el maravilloso estupor.

Este 2025, Sound of falling, de Mascha Schilinski, obtuvo el Premio del Jurado en la Competencia Oficial, junto con Sirāt, de Oliver Laxe.

 

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