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martes, 13 mayo, 2025
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Más de la política chicharronera

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Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA • admin-zenda • Admin •

■ Zona de Naufragios

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A juzgar por los comentarios recibidos por varias vías –muchas gracias–, el concepto de política chicharronera que abordamos en este espacio, que sin ser inédito o siquiera de autoría propia, tuvo bastante eco. Y no es para menos. Es decir, aquel que sale a la calle, lee los periódicos o sintoniza algún medio audiovisual, se da cuenta de aquella oferta política (digámoslo así, con sorna y escepticismo a partes iguales) que satura todo espacio. Abundando en el concepto, en modo alguno hace alusión específica al político provinciano y sus formas, (aunque sí es mucho más evidente que lo que se observa a nivel nacional, quizá por el nivel de crítica y escrutinio lo que los hace ligeramente pudibundos a estos últimos, aunque los hay cínicos que no tienen límite). En cualquier caso (y con algunas excepciones, que las hay) estamos hablando del mismo impostor que ha vivido –o aspira a vivir– muy por encima del estándar de vida promedio por muchos años y gracias al presupuesto (aquel que vive de la política, decía Weber), sin cumplir con el servicio público, sin aportar otra cosa a la vida pública que ruido, simulación y la conservación de sus prebendas.

El político chicharronero es el ignorante que se hace pasar por docto, el que opina impúdicamente con soltura sobre cualquier cosa. Es el improvisado que llega con aires de redentor sin noción alguna de los problemas, su naturaleza, la forma en la que se pueden atajar o exacerbar. Si los entrenadores de futbol profesional, gente que en su mayoría ha pasado su vida detrás de una pelota, requieren un título para ejercer como tales, ¿por qué la clase política, en cuyas manos descansan los destinos de millones de seres humanos, no tienen una exigencia mínima de preparación? Como barrera de entrada serviría para un descarte amplio y garantizar un conocimiento básico de los problemas de la sociedad.

Un síntoma evidente de lo anterior se presenta cuando son preguntados sobre tal o cual tema. Es habitual escucharlos largar peroratas inconexas, incongruentes y hasta contradictorias. Quizá el recurso más evidente de esa incapacidad de ubicarse en el marco de una problemática (diagnóstico, acciones e implicaciones) sea el de las fugas hacia delante, es decir, la ocurrencia del momento, inventar organismos o leyes o programas, lo que en principio no sería malo si no se tratara del mismo tipo de soluciones ineficaces para los mismos problemas añejos.

Y así se gestan los mitos que acompañan la oferta de estos personajes. Aquí algunos de los más conspicuos:

La austeridad y la soterrada gansa de los huevos de oro. La austeridad es tema constante, reducir gastos superfluos, optimizar recursos, etcétera. Todos ofrecen lo mismo, hasta que recuerdan que hay problemas que resolver y entonces aparece proverbial la gansa de los huevos de oro: los problemas se resuelven con dinero que ellos, en su magnanimidad, gestionaran. Es otras palabras, hay que dejar de gastar para gastar más. Ejemplo del absurdo: el gasto en el país en desarrollo social se ha cuadruplicado en los últimos 20 años. ¿Cuáles son los resultados? La educación es un desastre, las evaluaciones PISA no mienten y los mexicanos tenemos una educación muy deficiente, en cantidad y en calidad. En el tema de alimentación, el 66% de la población padece algún grado de inseguridad alimentaria (no saber qué o si se va a comer). La pobreza se encuentra en los mismos niveles de hace 20 años (60% de la población, 1 de cada 2 niños); y eso sin entrar al tema de la salud, cuyos problemas de calidad son muchos para enunciar aquí. Entonces, la austeridad jauja no es jauja si no sirve para nada (datos de Coneval y la Ensanut).

El mito del tótem. Íntimamente asociado con el anterior, son las cosas que resuelven cosas, por ejemplo, más escuelas y becas resuelven el déficit educativo, más pistolas reducen el crimen, más pavimento promueve el desarrollo y por el estilo, lo que equivale a decir que las cocacolas resuelven el hambre. Alguno, en pleno arrebato de inspiración, quiere drones para la seguridad pública. Incapaces siquiera de garantizar la acreditación de controles de confianza de la policía, la fuga hacia delante versión Minority Report.

El mito de la buena persona. La invocación a las virtudes personales como garantía de eficiencia: una actitud proba y una sonrisa son idóneas para una ventanilla de servicio y un buen inicio para todo lo demás, pero no son garantía de absolutamente nada, menos de la calidad del ejercicio de gobierno. Dicen que gobernarán con los mejores, y esos mejores, ¿quiénes son? En Zacatecas como en el resto del país la circulación de las élites es mínima. Dice mucho, además, de aquel que habla de transparencia y no ha sido capaz, por insignificante que sea, de entregar su declaración 3 de 3.

El mito de la omnisciente deliberación pública. El pueblo bueno es quien sabe lo que necesita y le indicará al señor (a) gobernante con esa sapiencia infinita qué debe hacer. Lo que nos lleva al corolario lógico, ¿entonces para qué sirven? Y más, una pasadita a la historia nos dice que al pueblo, puestos a escoger, lo que en verdad le gusta, es el circo y las ejecuciones públicas.

Las dádivas y las promesas para las clientelas, atendidas en momentos de campaña y marginados todo el tiempo. En el otro espectro una clase privilegiada con muchos derechos y pocas obligaciones. En medio una amplia franja que debe arreglárselas como puede, gracias a esa estratificación social de ciudadanos de primera, segunda y tercera, cortesía, como no, de la política chicharronera. ■

 

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