Dice la realista canción nostálgica de Juan Gabriel: “… Probablemente ya de mí te has olvidado. Y mientras tanto, yo te seguiré esperando. No me he querido ir para ver si algún día. Que tú quieras volver me encuentres todavía. Por eso, aún estoy en el lugar de siempre. En la misma ciudad y con la misma gente. Para que tú, al volver no encuentres nada extraño. Y sea como ayer y nunca más dejarnos. Probablemente estoy pidiendo demasiado. Se me olvidaba que ya habíamos terminado. Que nunca volverás, que nunca me quisiste. Se me olvidó otra vez… Que solo yo te quise…”.
¿Y eso que tiene que ver con la herencia maldita? ¿O con la maldita política derechista? Incluso ¿Con la política de izquierda? Tiene que ver que no fue escrita para la política, pero que es una reflexión de añoranza, melancolía y tristeza sobre uno de los sentimientos que surgen de la relación entre las personas. La política es, esencialmente una relación social, gran parte de esa relación está cargada de pasión y de sentimientos. La canción de Juan Gabriel escribe sobre la relación entre dos personas. La política es relación social y ambas cargan sentimiento y pasión.
Si se quiere, veámoslo como analogía lógica. O, como metáfora literaria. Sin embargo, ambos como casualidad histórica. Partamos del hecho irrefutable de que, después de las elecciones del 2018, México es otro. Por la manera de administrar los bienes nacionales, la forma de su gobierno, la gestión de un modelo económico-social humanista, la inclusión participativa de la sociedad y por el “despertar de las conciencias”. Es aplicable al grueso de la derecha el que “…se me olvidaba que ya habíamos terminado…”. Pero, todavía peor. Aún no llegan a esa conclusión.
El llamado “Divo de Juárez”, después escribió, para la cantante española Isabel Pantoja, una historia que llamó “Así fue”. Textualmente dice: “Soy honesta con él y contigo. A él lo quiero y a ti te he olvidado… No te aferres. Y ya no te aferres. A un imposible…” Esta es otra conclusión analógica a la que nuestra derecha no ha llegado. Sus principales voceros: Marko Cortés, Salinas Pliego, Ciro Gómez, Claudio X. González, Aguilar Camín, Xóchitl Gálvez, López Dóriga, Carlos Alazraki, Enrique Krauze, Amparo Casar, Martín Moreno, Felipe Calderón, “Alito” Moreno, otros, más enajenados y fanáticos se “aferran” a no reconocer las evidencias de rechazo a lo que han sido y representan. También se “aferran” a tomar como verdad la sarta de embustes que ellos mismos crean y divulgan. Presentar hechos reales que ellos mismos cometían es añorarlos. Un verse en el espejo y atribuirlo a sus rivales. Reman contra el razonamiento y la historia de la humanidad.
La derecha es la expresión política e ideológica de los explotadores nacionales y extranjeros, en nuestros días los antinacionalistas y saqueadores; no es difícil comprender su desesperación por continuar con las viejas políticas de acumulación y concentración de la riqueza apropiación de todo bien o servicio que produzca riqueza, saquear y aprovecharse de las políticas privatizadoras, exigir que las finanzas públicas se dirijan a sus negocios como subsidios, rescate, estímulos, fomento y exención de contribuciones.
A lo anterior, suman la tolerancia de una economía basada en actividades ilícitas; como el contrabando de mercancías extranjeras, el huachicol, las del crimen organizado y de cuello blanco. Por eso se opusieron tanto a la reforma al Poder Judicial, un aparato que ha estado a su servicio y por el cual consentían escandalosos salarios y prestaciones.
La pesado loza de desprestigio que carga la derecha partidista (PRIAN) llevó a la pérdida de dos elecciones presidenciales; a la fragmentación y encono entre ellos mismos. La desaparición del PRD significó quitar de la escena política a una camarilla de traidores a la izquierda que, desde el llamado Pacto por México de Peña Nieto, optó por ser marioneta de la derecha antinacional. Al propio tiempo que el PRI y el PAN han mermado su presencia política, ideológica y electoral. Organizativamente han estado bajo la tutela de la oligarquía empresarial nacional y esta de la transnacional, por lo que también han torcido la narrativa política e ideológica que les dio origen.
El PRI ya no lucha por el “nacionalismo revolucionario”. El PAN tampoco habla de “una patria ordenada y generosa”. Ambos están entregados a promover el intervencionismo extranjero. La traición a sus propios principios fue el primer paso a la corrupción y a privilegiar discursos embusteros para transferir sus culpas y responsabilidades a quienes pudieron ganarse la confianza y el apoyo del grueso de los mexicanos. Siguen sin análisis, autocrítica, corrección de rumbos y sin hacer uso del sentido común que tanto impregnó al cantautor Juan Gabriel.