- Presenta Apuntes de nuestro oficio, obra enfocada en ex amores, amistades o la añoranza
- Busca autora con sus trabajos ayudar a lectoras a expresarse y también una forma para ser escuchadas
Apuntes de nuestro oficio es un poemario “salpicado mucho de desamor”, que prosigue la vena marcada por la ironía y las imágenes “fuertes y pesadas” de Recetas de lo cotidiano, anterior trabajo de Gabriela Omayra López Galván (Zacatecas, Zac., 1974). Es también un espacio donde la autora asume de manera clara su vocación de escritora.
Conforme han avanzado sus publicaciones, los poemas, propuestos como pequeñas historias, son cada vez “más certeros en lo que quieren decir y perfilan mejor a los personajes de los que se habla”.
Hay dentro, una narrativa que deja ver al modo de una fotografía instantánea, una imagen clara de un personaje, que pueden ser los ex amores, las amistades o la añoranza por una ciudad; todos, temas recurrentes en su obra, dijo en entrevista para La Jornada Zacatecas.
Apuntes de nuestro oficio (Policromía, 2016), tuvo ya dos presentaciones recientes, respectivamente, en La Cafebrería el Fénix y la Benemérita Escuela Normal Manuel Ávila Camacho (Benmac), la primera dirigida a los alumnos del sistema semiescolarizado de la Unidad Académica Preparatoria de la UAZ, de Trancoso, la otra, organizada por la casa editora. Luego de las cuales, los comentarios han referido una identificación manifiesta sobre todo desde el público femenino, comentó.
“Porque mi poesía está escrita en primera persona, y es un yo femenino hablándole a un masculino. Y por lo general somos las mujeres las que nos acercamos primero a decir las cosas”.
En este caso los poemarios de López Galván se han constituido para sus lectoras en medios para comunicar lo que de forma directa es difícil de decir, y por tanto, en un recurso para ser escuchadas.
Son también un vínculo de acercamiento a la poesía misma, pues muchos jóvenes estudiantes “batallan” para ello, luego de proponérseles en el ámbito académico lecturas del género que no entienden.
“Ya estábamos dándonos por vencidos cuando llegó con su poesía y dije no, no estoy mal; la poesía es más sencilla, más cotidiana y más natural”, fue uno de los comentarios que recientemente recibió.
El acercamiento es fácil quizás porque viene de la sinceridad desde la que la autora habla de sus propias emociones.
Al respecto refiere sus orígenes en esta escritura de modo muy desenfadado, como una búsqueda “por decir las cosas que no le puedes decir enfrente a muchas personas”, incluso “mentadas de madre”, se agrega esto en la conversación a modo de broma, pero que, revestidas en un poema “suenan hasta bonito”.
Gabriela Omayra López Galván radica actualmente en el estado de Chihuahua, donde es docente-investigadora en la División Multidisciplinaria UACJ-Cuauhtémoc, ubicada justo en el municipio de Ciudad Cuauhtémoc.
Recuerda de su encuentro con aquella ciudad, entonces contrastante con Zacatecas por su violencia y a la que sentía como un ser extraño que entonces detestaba, que logró acercársele finalmente, a través de la poesía, escribiéndole versos y odas.
La poesía para ella fue y es, un medio para exorcizar los demonios, “lo que te está doliendo en ese momento lo sacas y no pasa nada”.
No hay solo dolor en su obra, mucho sí, de erotismo y sensualidad en este camino que al principio “fue muy azaroso”, y que describe como “una exfoliación de las emociones”, que ha ido puliendo con el tiempo y sobre todo con el oficio, pues le dedica a cada poemario nueve meses, hasta hacer madurar su lenguaje.
Apuntes de nuestro oficio refiere sí a la escritura como tal, pero también a la otra vocación que Gabriela Omayra ejerce, la docencia. Así incluye en “nuestro” a sus alumnos en la División Multidisciplinaria UACJ-Cuauhtémoc, a los que ha nombrado Hijos de papel, incipientes autores, a quienes dedica uno de los nueves senderos en que está propuesto.
Como otros escritores, además de haberse formado en la Unidad Académica de Letras de la UAZ, fue López Galván fue tallerista, con entre otros, el poeta Juan José Macías, el dramaturgo y cuentista Alberto Huerta –incursión que acota en calidad de oyente- y más con Alejandro García Ortega, novelista y ensayista.
De este último ejercicio surgió junto con otros de sus pares, la revista literaria Finisterre, “que fue la que marcó a mi generación”, misma en la que se incluye a Tryno Maldonado, Juan José Romero y de manera más tardía a Joel Flores, todos, que se han ubicado por diferentes caminos dentro del mapa actual de las letras, y otros, que se integraron como docentes universitarios.
En su caso, ha habido un trabajo paralelo que la ha integrado al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Conacyt, pero que también le ha permitido publicar los poemarios Desiertos, ficciones y arena (Doble hélice, 2013), Recetas para los equívocos (Texere, 2014), Anatomía de lo cotidiano (Texere, 2015), y en el género de ensayo Poética de la Transición (Texere, 2013).
La Universidad Autónoma de Ciudad Juárez también editó el que fuera su tesis de doctorado por el Colegio de Michoacán, Las leyendas y los milagros: las manifestaciones religiosas populares en el culto al Santo Niño de Atocha, éste que se inscribe en el campo de la investigación de la religiosidad popular, la antropología y los estudios culturales.