La Gualdra 623 / Cine / Festival de Cannes 2024
Kirill Serebrennikov, cineasta ruso en exilio, presentó Limonov / La balada en competición oficial. La anterior Leto, de 2018, revivía con nostalgia la llegada del rock a Rusia, en los años 80, al mismo tiempo que empezaba a rasgarse el telón de acero y que la Unión Soviética se iba desencajando. Limonov, la balada, sería la otra cara de la moneda, el lado oscuro, ya no mecido por David Bowie, sino por la llegada del ruidismo al rock y el nacimiento del punk, que enterró cualquier posible utopía que esa corriente musical hubiera podido representar hasta entonces.
De la poesía al ultranacionalismo
Una de las citas más repetidas de André Breton, el Papa del surrealismo, apelaba al “acto surrealista más simple, que consiste en salir a la calle empuñando una pistola y disparar a la muchedumbre”. Divisa que Limonov pretende aplicar al pie de la letra en la película, primero de manera literaria, y más tarde literal.
Eduard Veniaminovitch Savenko, más conocido como Eduard Limonov, su nombre artístico, ejerció de obrero o mayordomo, entre otros muchos oficios. Pero fue también un poeta de vocación vanguardista en Ucrania y Rusia, beatnik en la Nueva York de la segunda mitad de los setenta, un sulfuroso novelista de éxito en la Francia de los ochenta, y el líder de los ultranacionalistas rusos a partir de su vuelta a Rusia en 1989 y hasta su muerte en 2020.
Espasmos físicos y espirituales
Kirill Serebrennikov, inspirándose en una biografía escrita por el escritor francés Emmanuel Carrère, esboza su retrato por toques desde la comedia, convirtiéndolo en una figura casi burlesca, impregnando su cuerpo de nerviosismo y tics diversos, fuera de control, como su espíritu. Ben Wishaw interpreta a la perfección este papel, aunque la elección de un actor anglófono suponga que en Rusia hablan inglés con acento ruso, a pesar del resto del elenco, lo que quizá sea un signo más de los despropósitos que habitaban al personaje.
La película le dedica más tiempo al primer periodo de la vida de Limonov, sus ambiciones literarias iniciales en Rusia y sobre todo su periodo beatnik en Nueva York. Los últimos años, presentes en la parte final del filme, abandonan cualquier atisbo de humor (si no es el negrísimo).
Transgresiones alucinadas
Limonov es retratado como un personaje obsesivo, convencido de que su obra ha de conducirle a la fama, a pesar de que apenas consiga escribir. Un escritor fallido, por no conseguir separar su vida de su obra. Incapaz de plasmar en el papel su voluntad absoluta de transgresión, vivida como deseo y fantasía.
Estéril en literatura, donde sólo consigue hacer unos autorretratos megalomaníacos de sí mismo, como lo hace notar un editor de Nueva York. Y en la vida, poseído por pulsiones homicidas, que la película pone en escena como puras proyecciones de su imaginación.
También la inclusión de algunos números musicales, con temas de los Velvet Underground y de Lou Reed, son otras de las fantasías que dan forma al tortuoso espíritu del escritor ruso. A pesar de estas provocaciones, y sumido en las contradicciones de su personalidad, el descastado también se muestra servil frente al poder y al dinero.
Un recorrido a través de la historia
El escritor atraviesa algunas grandes etapas de la segunda mitad del siglo XX. En una secuencia, corre por calles empapeladas con las grandes imágenes icónicas de los 70, y con los Sex Pistols de fondo; hasta salir de la ciudad, donde un giro de la cámara nos muestra que todo era un decorado. En algunos segundos, Limonov ha atravesado la década, mientras se anuncia el fin de la guerra fría. Y también ha abandonado su máscara de disidente para empezar a abrazar la fe del nacionalismo ruso.
La moraleja de Limonov, cuyo referente inmediato es la guerra entre Rusia y Ucrania, puede extenderse a todos los megalómanos, a quienes nuestras sociedades democráticas se apresuran a entregar el poder, y señala en particular la fina línea que separa la provocación del autoritarismo.
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