Treinta y tres
Lo escribió el poeta López Velarde en su poema titulado Treinta y tres: “La edad del Cristo azul se me acongoja / porque Mahoma me sigue tiñendo / verde el espíritu y la carne roja, / y los talla, al beduino y a la hurí, / como una esmeralda en un rubí”.
El treinta y tres marca a este canto del Fénix porque me implica cierta consolidación de la propuesta que inicié hace poco más de dos meses. Espero estar haciéndolo bien. Con éste, son ya treinta y tres los esfuerzos para que estas palabras dejen de ser mías y sean para ustedes. Escribo y suelto, esperando que haya tierra fecunda para cada palabra.
El treinta y tres también me hace preguntar quién era yo hace seis años, cuando yo contaba con esa edad ideal para morir como el jerezano o el nazareno. Quizá la misión de mi vida sigue inacabada y por eso no me he ido como ellos.
Treinta y tres reflexiones continúan manteniéndome cerca de ustedes, lectores. Treinta y tres intentos por permanecer vivo y aportar algo. Treinta y tres ejercicios en los que incurro para ponerme a las órdenes de ustedes.
Existen quienes consideran al treinta y tres como número sagrado, símbolo perfecto del amor, número de peldaños hacia la plenitud. Ignoro hasta qué punto sea prudente cuantificar el avance personal. Con todo, la solemnidad otorgada me obliga también a repensar lo que escribo, a examinar qué tanto puedo hacer con mi tríada de aportes en cada semana.
Serán éstas trescientas treinta y tres palabras. Considérense un alto en el camino para mejorar lo que les escribo.
No intento quedar bien sino marcar una huella con tinta. Aquí estoy sin poses ni firulos: no soy un hombre perfecto ni modelo para nadie, y me gusta exprimir la oportunidad de contar con este espacio. Treinta y tres veces, treinta y tres gozos, treinta y tres propuestas “insisto” para todos ustedes.