Un fantasma recorre nuestro maltrecho estado; una tara suplementaria entorpece el ya de por sí pausado accionar de la corroída maquinaria de administración pública: el fantasma del futurismo, que lo mismo obliga a toda suerte de funcionarios a permanecer en arcanas reuniones cuarenta y cinco horas por semana, en lugar de las treinta y cinco de costumbre, según suelen explicar las secretarias a los desesperados ciudadanos que pretenden tratar algún asunto, que promueve movimientos reivindicatorios cuyos hipotéticos reivindicados cierran las calles y toman las oficinas.
Y es que el asunto no es para contado, habida cuenta ni siquiera la primera opción del presunto gran elector queda del todo clara, y así las cosas juran unos por alguna advocación el bueno es el amigo, otros el cuñado y apuestan otros más por un tercero en discordia; afirman estos el presunto hombre fuerte no es sino presunto; otros la presunción vale y otros más que se obviará, tal adjetivo, con una alianza “opositora”.
La incertidumbre así pues se hace sentir desde la base de intendencia hasta la cúspide secretarial, con una sensible desmejora de los ya de ordinario desmejorados servicios del gobierno del estado, para no hablar de las desastradas presidencias municipales.
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Reza el refrán que donde manda capitán no gobierna marinero, y fue así que entre las presiones internas, que lo inducirían a dar por terminado el fastidioso capítulo de Ayotzinapa, y las presiones externas, que lo impelen a esclarecerlo, decidió el huésped de Los Pinos ceder ante las segundas; aunque bien pudiera ser que al decidir la integración de una nueva comisión investigadora hiciera, el magno estadista de Atlacomulco, una apuesta similar a la de quien se comprometió en plazo no mayor de diez años capacitar para el habla un jumento de propiedad real: “En diez años muere el borrico, muere el rey o muero yo”.■
