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miércoles, 2 julio, 2025
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Querido amigo “¿Qué te ha dado esa alcaldía que te tiene tan engreído?”

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Por común, a nadie sorprende ya cuando por buscar un cargo, un político renuncia al que ya tiene antes de que termine el plazo para el que fue electo. Algunos lo hacen incluso cuando no llevan en él siquiera la mitad del tiempo para el que fueron votados.

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Lo que sí sorprende, a tal grado de pensarlo inédito, es que apenas electos para el segundo cargo pretendan volver al primero, como sucede en estos momentos en Fresnillo.

La situación es poco común, pero no es única, en Valle de Chalco en el Estado de México se vive algo similar. Dos perredistas se asumen como presidentes municipales del lugar. La historia es la siguiente: Jesús Sánchez Isidoro ganó la elección para alcalde hace tres años, posteriormente pidió licencia para contender como diputado local, ganó y tomó posesión, por lo que su suplente, Fernando Ruíz Razo, reclamó la alcaldía.

Sánchez Isidoro tomó posesión como diputado, pero se negó a pedir licencia definitiva como presidente municipal, por lo que Ruíz Razo se quejó en tribunales, los cuales le dieron la razón. Al enterarse de la sentencia, Sánchez pidió licencia en el Congreso local, y optó por volver a la alcaldía para acabar su trienio.

Algo relativamente parecido presenciamos en Zacatecas, cuando una misma persona tomó protesta en una diputación federal, a pesar de tener una diputación local, para la cual había pedido licencia.

No obstante, con la obligación de elegir entre las dos tortas, valió más quedarse en la posición en el Congreso del estado, a la que le faltaba más tiempo por concluir.

Pero volvamos al caso Fresnillo, en el que el alcalde resultó electo en julio de 2013, y pidió licencia en enero de 2015 para competir por una diputación federal que ganó apretadamente, y a la que tomó posesión, para pedir licencia poco más de un mes después.

Más allá de ganadores y perdedores, este pleito que se antoja hasta provinciano, evidenció los grupos al interior del partido gobernante, que, aunque sabidos, no suelen exhibir sus confrontaciones públicamente.

Esta vez lo hicieron. Con tono cordial, pero sin pudores, el gobernador, un destacado miembro del gabinete y un diputado local ya se pronunciaron en contra abiertamente del retorno de quien fue electo alcalde en 2013, mientras éste reclama que eso se debe a los intereses de un grupo ajeno al suyo.

Es de suponerse que esto que se ha leído como una indisciplina, o rebeldía, pudiera ser cobrado en algún momento en el partido acostumbrado a la verticalidad a rajatabla, al autoritarismo hasta con los propios.

Seguramente el hijo desobediente es consciente de ello, además de que el salario de la alcaldía, el poder político, e incluso las posibilidades de negocios son menores que en una diputación federal. Por eso extraña el empecinamiento. ¿Acaso existe una imperiosa necesidad de cubrir huellas?, ¿presiones debido a algún pacto inconfesable e ineludible que el suplente incumplió?, ¿necesidad patológica de control?, ¿verdadero espíritu de servicio?

Todo esto sería accesorio si tal como se supondría, a pesar de las diferencias individuales la forma de gobierno se sustentara en las directrices generales, ideario, proyecto y plataforma política del partido al que pertenecen titular y suplente.

Estamos tan acostumbrados a que las posiciones de poder se repartan en función de lealtades, servilismos, intereses de grupo, compadrazgos, y pesos políticos, que a nadie asombra que quienes hicieron campaña juntos y pertenecen al mismo partido, tengan diferencias de tales tamaños.

Es evidente que al poder se llega en función de esos factores, y no en función de considerar al mejor elemento para aplicar el proyecto en el que en teoría creen el titular, el suplente y hasta el más humilde brigadista que reparte el volante en campaña.

Tristemente, no parece que estemos ante diferencias programáticas al interior del Revolucionario Institucional como las que se vivieron en su tiempo entre tecnócratas y nacionalistas.

No, es un vulgar “quítate tú, porque sigo yo”, que aunque común, no tendría por qué tomarse por normal.

El debate parece reducirse a un asunto de individualidades, de caudillismos de esos que se supone enterró el PRI en su nacimiento. Una disputa entre grupos de interés por una pequeña rebanada de pastel, en las que las diferencias de principios, si los hay, son intrascendentes.

Las diferencias al interior de los partidos, se valen, y son incluso deseables cuando se sustentan en debates teóricos, políticos y económicos. Cuando no, termina en pleito de vecindad en el que los apoyadores de uno y otro bando aprietan y aflojan de acuerdo a los intereses de sus pequeños feudos. ■

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