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sábado, 26 abril, 2025
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El baile de los objetos inmarcesibles 

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Por: La Gualdra •

La Gualdra 665 / Literatura / Libros

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Por: Mario Alberto Medrano

La literatura puede asemejarse mucho a una caja de herramientas o baúl. Sobre todo, uno que lleva tiempo olvidado. Quien lo halla, descubre que el dueño (incluso si lo hace el mismo propietario) almacenó un puñado de pertenecías que muestran un tiempo y espacio, una anécdota, acaso la fotografía rota y sepia, el martillo de la mudanza, la ropa del bebé, todo aquel recuerdo que teje y desteje la memoria.

Los objetos en la literatura no son —no pueden ser— mera decoración. Su presencia es detonante de la anécdota, de la novela completa, como la madalena con té en el poderoso libro de Proust o la terrorífica pata de mono de Jacobs.

En el caso particular de la nueva novela de Karla Suárez (La Habana, 1969), Objetos perdidos, lo anterior cobra una relevancia especial. En esta obra, la protagonista, Giselle, vincula el pasado y el presente a través de elementos como bufandas, fotografías, vasos de café, y son estos objetos proustianos los que llevan la narración de atrás hacia adelante. 

Giselle, quien fue niña y adolescente en Cuba, es una apasionada de la danza, una enajenada que sólo quiere bailar, así tal cual. No le importa la vida en familia, con pipo y mima (sus padres), ni si debe recorrer mil kilómetros para lograrlo. El presente, de una Giselle adulta, transcurre en Barcelona, donde ya ha bailado, y conoce otro mundo. 

 El disparo de salida de Objetos perdidos (Tusquets, 2024) es, a su manera, incidental. Giselle, quien se encuentra con su pareja, Javi, son asaltados. Ambos, que llevan tiempo discutiendo, como nos lo hace saber la protagonista-narradora, son embaucados por un grupo de personas, de esto se desencadena que a ella le roban su bolsa, donde lleva teléfono y cartera con credenciales. Javi, por rabia y despecho, la abandona. Ella va a la comisaría a levantar la queja, aunque no tiene forma de identificarse, ni a quién contactar. Su último recurso es encontrar a su amigo Raviel, quien vive en la ciudad condal. Para eso, y como no tiene manera de contactarse y no sabe exactamente dónde vive, decide plantarse en la esquina de La Sagrada Familia, pues sabe que por ahí lo podrá encontrar. 

Que la protagonista pierda su bolso es el inicio para rebobinar la narración. Los objetos que se encuentran en la bolsa sirven para que Giselle nos lleve a su infancia. Ahí, en la Isla, es donde comienza a entretejerse el discurso artístico, los romances, el primer encuentro sexual y su amistad con Raviel, quien también amaba el baile, aunque los padres de ambos les impedían bailar, pues era una profesión de putas y maricones. 

Los elementos para tensar y conflictuar la historia ya están: una mujer perdida que no sabe cómo localizar a su amigo, sin dinero ni carnet; ella misma, pero en otro tiempo, debe resolver cómo, también sin dinero ni apoyo familiar, dedicarse a su pasión. Las peripecias que enfrenta Giselle son de diversas magnitudes, la del presente, no tiene para comer, entonces decide bailar en la esquina de la monumental basílica catalana para ganar unos pesos y encontrar a Raveil. La adolescente, con todo en contra, confronta a su madre, quien nunca la quiso, y a su padre, quien la considera una buena para nada. Una mujer ante la tragedia. 

Esta novela se narra en un tiempo establecido: en cinco días se inicia y se resuelve, pues la novela comienza con el robo un miércoles, el desenlace (algo romántico y cursi) culmina el domingo. El arco de tiempo es una buena manera de controlar la novela, se ajusta a un espacio-tiempo determinado, con ello la autora pone freno justo a tiempo a la voz de la narradora autodiegética.

Objetos perdidos es una novela sin sobresaltos, te descubre poco a poco, como destejer un arcoíris, el conflicto real de la protagonista, a cuentagotas muestra el colmillo de la historia, incluso podría decir que es lenta, con algunas escenas que parecen repetir las intenciones o con discursos que suelen desgastarse. 

Esta novela nos muestra el periplo de muchos cubanos que deciden salir de la isla para llegar a Europa. Las vicisitudes y el gozo que hay en ellos. La autora decide no hablar de Cuba en el entorno político, ni tampoco acechar las relaciones internacionales entre países. No es un libro político, sino de literatura. No hay una vena latinoamericanista en ellos, sino llagas familiares y trebejos emocionales. 

Creo que esta historia tiene elementos propios del cuento, la historia se colisiona y la protagonista debe resolver un asunto muy particular. Hay pocos personajes y el universo aledaño de la historia es, en sí mismo, la misma historia y problemática. 

Objetos perdidos es una sola voz, sostenida, con el oficio de una escritora que narra con mucha solvencia, con mucho conocimiento de causa, que sabe cuándo apropiarse de algo más hondo como su vida misma y cuándo soltar para dejar que el personaje sea eso, una ficción literaria en un baile de máscaras.  

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