La Gualdra 627 / Series de TV
Gabriel García Márquez tuvo siempre una buena relación con el cine. Cuando era joven y comenzaba su carrera como periodista, por ejemplo, redactó durante cierto tiempo una columna dedicada a la crítica de películas. Más tarde, también hizo varios trabajos como guionista. De modo particular, es célebre su colaboración con Carlos Fuentes en la adaptación de El gallo de oro, relato de Juan Rulfo. Además, varios libros suyos han sido llevados a la pantalla grande: El coronel no tiene quién le escriba, El amor en los tiempos del cólera, Memoria de mis putas tristes.
Pero, a pesar de esto, es bien sabido que a García Márquez la buena voluntad para con el cine se le acababa cada vez que éste empezaba a coquetear con Cien años de soledad. Era como si el colombiano, de pronto convertido en un padre celoso, le dijera: “Mire, señor don Celuloide, si usted gusta puede meterse con todas mis novelas, pero a Soledad no me la toca”.
Y sin embargo hace algunos años, desde luego después de su muerte, nos enteramos de que estaba produciéndose una serie basada en Cien años de soledad. Según Rodrigo García Barcha, hijo de García Márquez y productor de la serie, el principal reparo que su padre le solía poner a la adaptación cinematográfica de esta novela era la estrechez temporal, es decir, le parecía que llevar el relato entero al formato convencional de una película era imposible sin mutilarlo cruelmente, y él jamás aceptaría esto último. Pero en tiempos recientes, con el éxito de las series –que en muchos casos tienen el aspecto de películas larguísimas, sólo que fragmentadas en capítulos, como las novelas–, la idea de llevar Cien años de soledad a las pantallas por fin se tornó viable.
Ahora bien, creo que muchos lectores de García Márquez esperamos con más recelo que entusiasmo el estreno de la serie de Cien años de soledad. Tenemos motivos válidos para presentir que el resultado será un flaco homenaje a uno de los libros más trascendentes, ya no de la literatura colombiana ni de las letras hispanoamericanas, sino de toda la lengua española. Y es que, hasta ahora, a decir verdad, ninguna de las películas basadas en los libros de García Márquez ha estado a la altura de éstos. Al menos a mí siempre me queda la sensación de que algo valioso y esencial se extravía cuando el contenido de cualquiera de sus libros es trasladado de las páginas a los fotogramas.
Sin lugar a dudas, el cine puede contar los hechos que componen la historia de Cien años de soledad. Puede desenredar el relato y contárnoslo de manera lineal, o bien, contárnoslo tal cual aparece en el libro, pues los espectadores sabremos ordenárnoslo en la cabeza, igual como hacemos cuando leemos la novela. Y, claro, con la tecnología de que ahora disponen los cineastas, los pasajes mágicos no serían difíciles de materializar con el realismo necesario. Pero el encanto de Cien años de soledad no radica nada más en su historia, su estructura y su fantasía realista. Hay algo que me parece inherente a la literatura y, por tanto, imposible de desprenderlo para trasladarlo al cine: es el aspecto estético de la lengua, por supuesto. Así que… ya veremos.
Foto tomada de:
https://lapalabra.univalle.edu.co/cine-con-el-amor-no-se-juega-gabriel-garcia-marquez-entre-la-realidad-y-la-ficcion/
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