13.1 C
Zacatecas
lunes, 28 abril, 2025
spot_img

De la “utopía” a la ruptura democrática

Más Leídas

- Publicidad -

Por: RICARDO BERMEO •

Un primer punto es diferenciar entre la “ruptura democrática” y el término “utopía”.

- Publicidad -

Ateniéndonos a su sentido etimológico, utopía se refiere a… “algo que no tiene lugar, que no puede tenerlo”. Si bien ha sido utilizado por diversos autores, fue puesto en circulación por Ernest Bloch, filósofo alemán que vivió en la RDA (República Democrática Alemana), a quien el uso de ese término le permitió diferenciarse del “socialismo realmente existente”, evitando –así- la crítica del estalinismo y de los regímenes burocrático-totalitarios. Luego ha sido empleado por diversos autores, con sentidos diversos, algunos rescatables (Ricoeur, Zimmelman). Sin embargo, es pertinente criticar su empleo después de la crisis del marxismo-leninismo, si se le utiliza como referencia a “una transformación socialista utópica”, porque se trata de una salida en falso…hacia “ningún lugar”.

En suma, se trata de no (re)caer en la fatal repetición de referencias “teóricas” que giran en el ámbito de lo simplemente ideal, -sin adherencia a lo real-, conduciéndonos a la reproducción de derrotas y fracasos políticos, tendencia que termina por hacerle el “caldo gordo” al colapso capitalista en curso.

Entrampados, cómo revertir la involución que vivimos, cuando perdemos las conquistas logradas a través de décadas y décadas de luchas por los derechos, mientras aceptamos que lo contingente se convierta en destino (el “No hay alternativas” del neoliberalismo). Así seguimos… “de derrota en derrota hasta la victoria”-. Irónica frase, que en mi memoria asocio a aquella otra  que decía, no debemos “luchar para organizarnos”, sino que necesitamos “organizarnos para luchar”.

La radicalización democrática de la sociedad que somos, no puede ser –entonces- una “utopía” en el sentido mistificador del término arriba mencionado, sino que debe -y puede- ser considerada, más bien, como parte de un proyecto histórico-social que puede realizarse efectivamente.

Es un “proyecto” que no está “determinado” por las “condiciones objetivas”. Mucho más decisivo es despertar la fuente creadora, nuestro “imaginario radical”. En ese sentido, es fundamental… la actitud, (o la disposición subjetiva), como apunta Castoriadis. Visto desde este prisma, el cambio radical democrático, se inicia en virtud o gracias, a una actitud decidida dirigida a favorecer, (y por tanto, también dispuesta a rechazar activamente los valores contrarios), la posibilidad de emprender actividades) la posibilidad de emprender actividades enfocadas a la construcción de caminos que nos permitan crear un nuevo orden de sentido radicalmente democrático, en donde, los medios utilizados deben ser tan democráticos como el fin propuesto. Sería un contrasentido, querer establecer una democracia como régimen y forma de vida, utilizando medios no democráticos. Y sin embargo, es casi una invariante.

Una pregunta que debemos hacernos, es de los problemas que se derivan de la justificada insistencia en apostar por la radicalización (=ruptura) democrática en un momento histórico en que la “democracia” es considerada por una parte de la población como una forma corrupta, algo que no funciona, una percepción, que los sondeos de opinión, advierten como una tendencia al alza.

Por ello es central elucidar con pedagógica insistencia, la consigna de los jóvenes indignados… “le llaman democracia, pero no lo es”.

En efecto vivimos no en democracias, sino en oligarquías liberales. En las mismas, existe una dominación de la esfera privada-publica (especialmente del mercado) sobre la esfera pública (la ekklesia, o el espacio ciudadano instituido para la toma de decisiones colectiva; la asamblea del pueblo), lo que fácilmente se advierte cuando constatamos cómo las decisiones políticas se toman en privado, se mantienen en secreto, etc.), suprimiendo de jure y de facto, el carácter efectivamente público de la esfera pública. Ese es el origen del rechazo que la política -así entendida- genera en la ciudadanía, la otra parte se relaciona con la privatización de nuestras vidas, centradas en aumentar nuestra capacidad de consumo, nuestro confort, etc., rehuyendo la responsabilidad -colectiva e individual- que se deriva del interés por los asuntos comunes. Las dos son caras de la misma moneda, y desembocan en las antípodas de la democracia, desalentando y desactivando la auténtica participación ciudadana propia de un régimen efectivamente democrático.

La democracia que buscamos debe entonces, siguiendo a Castoriadis, redefinir la correcta articulación entre las esferas privada (el oikos; la casa), así como entre la esfera privado-publica (el ágora; el mercado, pero también los espacios para reflexionar juntos en los asuntos comunes) y la esfera pública-publica (la ekklesia, la asamblea). Apuntando al devenir efectivamente público de lo público.

Vivimos no sólo en oligarquías liberales, sino que la violencia y el crecimiento desbocado del ámbito paralegal, de los diversos tipos de criminalidad, están ejerciendo una función de “atractor extraño” acelerando la descomposición de la sociedad, y preparando la “transición” hacia nuevas formas de totalitarismo, en las que la población cree -falsamente- encontrar la “paz”, confundiendo gravemente las respuestas a la pregunta de…¿cómo podemos vivir juntos y reconstruir nuestro dolor/país? ■

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -