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domingo, 20 abril, 2025
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Sergio Pérez Torres: la sangre y la tierra

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Por: JORGE ORTEGA* •

La Gualdra 641 / Libros / Poesía

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En tiempos como los de ahora, de migración forzada o búsqueda infructuosa de una patria adoptiva, Éxodo a ningún lugar (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2023) es un recordatorio de la vigencia sociopolítica y metafórica del concepto de huida y peregrinación. Si bien la noción de éxodo se encuentra culturalmente vinculada al pueblo judío —según lo permite inferir la existencia y el alcance del llamado libro del Éxodo, Shemot, en hebreo—, el término, que procedente del griego éxodos quiere decir salida —de donde proviene la voz inglesa exit—, se ha convertido en sinónimo de partida, liberación, fuga, diseminación. Y si el libro del Éxodo reseña en la Biblia la marcha de Egipto que acometen las tribus de Israel, Sergio Pérez Torres (Monterrey, 1986) invoca la denominación para traslucir los lazos de filiación a una coordenada, el solar de origen, identificado de entrada con la casa familiar, pero también con la adjudicación voluntaria y decidida de ese feudo entrañable. Por ello, lo singular del planteamiento de Sergio no radica tanto en el margen de alejamiento de un linaje, sino en la intensidad de la adhesión al mismo. Su éxodo no implica un despliegue sino un repliegue, lo que acredita el título Éxodo a ningún lugar. El éxodo de Sergio Pérez Torres es en realidad un contraéxodo, un ejercicio de ratificación de una raíz y de reconocimiento de una ascendencia. La sangre y la tierra.  

Portada del libro Éxodo a ningún lugar, de Sergio Pérez. Foto: Cortesía
Portada del libro Éxodo a ningún lugar, de Sergio Pérez. Foto: Cortesía

Así, Éxodo a ningún lugar posee una vocación telúrica y presenta un plan antagónico a la idea de éxodo. El suyo no denota una ruptura con el Egipto de su pasado; al contrario, la ratificación de un apego. En todo caso, el desgarro del éxodo en Sergio Pérez Torres reside no en apartarse, sino en la mentalización de quedarse, permanecer, estar y sentirse ahí, vaya, reclamar un dominio. “Esta es mi casa” se nombra, a propósito, la primera de las dos únicas secciones del índice y donde figuran líneas de la siguiente tesitura: “Aquí mi corazón germina en el subsuelo”, “Mi ombligo yace enterrado bajo este naranjo”, “mi jaula es el viento en que aún cantan los abuelos”. Éxodo a ningún lugar reivindica una heredad y una genealogía, lo espacial y lo afectivo, traducido en la probidad simbólica del suelo y los ancestros, el hogar y los predecesores, tópicos de la tradición que se remontan a la Odisea homérica. Pero Sergio, a diferencia de Ulises, sí tiene y se halla en su Ítaca, por lo que el suyo no es tampoco el relato de retorno —el nóstos helénico, germen de la palabra nostalgia—, sino la crónica, en clave poética, del discernimiento de la emoción filial que desemboca en conciencia identitaria, manifiesta en una colonización, apropiación mejor dicho, de ese reino hasta cierto punto ajeno que es la estirpe compartida, hasta que no se conquista o llega a merecer por la adscripción razonada a cargo de uno mismo.

Aludo al factor de pertenencia de los genes que portan no sólo los vivos más cercanos —padres, hermanos, tíos, primos…—, sino incluso los muertos, nuestros difuntos, que en Sergio Pérez Torres se hacen percibir en la enigmática coyuntura del sigilo o el mutismo, un estado del espíritu recurrente en Éxodo a ningún lugar, como lo dejan entrever distintos versos de variadas composiciones: “Soledad ajena de mi polvo, aquí está el silencio”, “callo para que dentro de mí sucedan los milagros de la casa”, “Bajo el sol crece mi silencio como un árbol donde se mece el rocío”, “la cama para arrullar el insomnio con silencio”, “el silencio de los que no saben / que aquí el amor aún arde”, “Es tanto el silencio de una fiesta cuando hay más que soledad”. Y bueno, no es para menos, si a la par encontramos una declaración de principios como la de “No me cansan los misterios de la sangre de mis muertos”. Además del silencio, la soledad; aparte de la reserva, el aislamiento, caldo de cultivo para la reflexión meditabunda proclive a la especulación ensimismada: qué incógnita conlleva la semilla de una sangre común para rendir eventualmente a su magnetismo la casi siempre indómita, y obstinada, individualidad. A la luz de la complicidad de los parientes, en Éxodo a ningún lugar la memoria doméstica se vuelve remanso y sortilegio, pero también piedra de toque de la personalidad contra la que el ser intransferible, cada uno de nosotros, labra su destino. 

Imagen del libro Éxodo a ningún lugar, de Sergio Pérez. Foto: Cortesía
Imagen del libro Éxodo a ningún lugar, de Sergio Pérez. Foto: Cortesía

Junto a las doce piezas numeradas de mediana extensión del segmento de arranque, “Esta es mi casa”, los veintidós textos o fragmentos, breves en su mayoría, del segundo tramo, complementan desde el polo opuesto la parte inicial. Esta segunda, “La canción del extranjero”, no es, al menos por el título, la confirmación de una querencia sino al revés, la aceptación de una condición foránea, y no del todo en materia de ciudadanía sino de actitud moral, amén de lo anecdótico. “Es posible regresar al viento cuando no se tiene casa”, escribe Sergio, mientras visibiliza diversos ángulos para eludir las predecibles maneras de convivir o coexistir en y con el mundo. La santa disidencia, que redignifica el derecho a la libre elección y a la subjetividad como una suerte de lirismo vital que compagina la sensibilidad con los actos. Congruencia de los sentimientos y de las acciones que transforman esa congruencia en una marginalidad electiva y, por ende, lúcida. Leemos pues que “las puertas se abren hacia adentro como rechazando cualquier germen”, un pasaje que, desde el umbral de la serie, establece una retórica, la tesitura del conjunto, que fluctúa entre la ambigüedad del piso firme de una verdad posible y la arena movediza del desasosiego, tal como Sergio lo apunta con gesto aliterativo: “lo cierto es lo incierto, lo desierto / lo cierto es este no, este oeste sin rosa de los vientos”, o bien, “en este mediodía negro que llaman medianoche”.

En el marco de su obra en general, el autor de Éxodo a ningún lugar apuesta de nuevo por una poética de los afectos que sobresale por su capacidad de síntesis en la conducción de un discurso tendiente al desbordamiento como el de la agitación interior. Se trata, en el fondo, de un trabajo de franca honestidad afianzado en la aparente discrepancia entre la exposición catártica y el cerco de contención de la forma concisa, lo cual propicia la gestación, en un espacio reducido, de composiciones de alta densidad semántica y concentrada elocuencia. Cabe mencionar el carácter bilingüe de la publicación, en versión al inglés de Colin Carberry, una resolución que otorga al proyecto un valor adicional que, además de ampliar su espectro de lectores, ofrece un espejo para cotejar la claridad de una sintaxis que sobrevive con creces al salto idiomático. 

En suma, con Éxodo a ningún lugar —Premio Nacional de Poesía Dr. Enrique Peña Gutiérrez— Sergio Pérez Torres oxigena su poesía al esgrimir un lenguaje genuino, una prosodia natural, donde la condición humana late en su vertiente más rotunda y frágil. El buen oído en poesía consiste no sólo en saber construir poemas que suenen bien, sino igualmente, y quizá más, en saber escucharse uno mismo para dar con la anhelada propia voz. La poesía será fiable o no será, y la de Sergio recupera la fe en un decir sentido y estremecedor que resulta una garantía del destino efusivo y desamparado de la poesía que es, a la vez, el grito de auxilio y el salvavidas.

 


Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, 1972). Poeta y ensayista. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de una docena de libros de poesía, entre los que destacan Estado del tiempo (2005), Devoción por la piedra (2011, 2016), Guía de forasteros (2014) y Hotel del Universo (2023), con el que obtuvo en 2022 el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen. Ha obtenido además el Premio Estatal de Literatura de Baja California, el Premio Nacional de Poesía Tijuana y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. Actualmente forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte. 

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