Ante lo que parece ser la inminente reelección de Alejandro Moreno Cárdenas como dirigente, hoy en el Partido Revolucionario Institucional se ve lo que hasta hace unos años parecía imposible: debate público.
Y es que el partido que durante mucho tiempo tenía en la voz presidencial su máxima guía, ahora tiene un vacío que sabe a brújula perdida.
Hasta el año 2000, no había margen a discusión, porque la voz presidencial determinaba o cuando menos influía en las directrices de partidarias. Luego, cuando se apagó ese faro político por 12 años, se encontró asidero entre los gobernadores, que como señores feudales con innegable inteligencia lograron sobrellevar el temporal a partir de sus reinos y sus fueros, hasta que encumbraron a uno de ellos nuevamente en la presidencia de la República en el 2012.
Perdida la presidencia en 2018, y perdiendo paulatinamente las gubernaturas hasta llegar hoy a solo dos, el dirigente nacional se convirtió entonces en líder real por descarte, por desorganización, y por el alejamiento de muchos liderazgos que ya optaron por cambiar de barco.
En ese agónico escenario, el PRI se apresta a reelegir a su dirigente nacional, justamente al que ha estado comandando ese partido en los últimos años en los que se han acumulado las derrotas.
Sería injusto atribuir toda la responsabilidad al personaje; el partido carga el desgaste de su historia, sobre todo la más reciente, y ha perdido simpatizantes, algunos ante su aliado, con el que cada vez tiene menos diferencias, y otros con Morena, a quien le ha cedido las banderas más nobles de sus mejores momentos, como la del bienestar social.
Da igual, en este sálvese quien pueda, o sálvese lo que se pueda, han salido a relucir todo lo malo en la historia del PRI frente a lo cual antes cerraban filas, lo mismo en los fracasos electorales que hasta en el magnicidio de Colosio.
En ese contexto, y ante el riesgo de que Alejandro Moreno, a quienes ellos mismos ya llaman “Don Perpetuo”, permanezca en la dirigencia nacional hasta el 2032, el propio priismo ha vuelto al discurso antireeleccionista tanto en la voz de Beatriz Paredes como en la de Manlio Fabio Beltrones.
Aunque ese discurso está pensado hacia el interior de su partido, no dejará de ser provechoso para la democracia en general porque fue justamente el PRI el que echó abajo la prohibición de la relección hace apenas diez años, cuando en 2014 la reforma política planteada por Enrique Peña Nieto la permitió para legisladores (locales y federales) y presidentes municipales.
Si Alito logra o no la relección, está en manos del priismo, y también en las de los tribunales porque como es natural, las reformas en los estatutos que le abrieron al campechano la posibilidad de permanecer, fueron impugnadas.
Y es justo ahora que la relección se está convirtiendo en un problema en el interior del partido cuando los priístas recuerdan su origen antireeleccionista.
El momento es cínico, pero práctico porque la virtual presidenta electa ha puesto ese punto como prioritario en los próximos meses. Cuenta a su favor que de momento pocos, si no es que ningún legislador de su misma fuerza política se atreverá a contradecirla, aún cuando muchos de ellos se saboreaban desde ya cuando menos una década de permanecer en el cargo para luego, muy probablemente, pensar en heredárselo al familiar de su confianza.
Tenemos en frente la oportunidad de recuperar varios pasos retrocedidos en la construcción de la democracia porque el partido oficial tiene disposición y con esos votos bastarían, y el opositor vive una lucha interna que hace probable que se sumen varios más de aquel lado.
Pero más importante que eso, será ver el regreso del discurso político antireeleccionista que aprendimos con Madero y se convirtió en letra muerta hace apenas una década.
Quién lo iba a decir, le deberemos a Alito, la recuperación de esa bandera revolucionaria que sus correligionarios tenían ya tan olvidada