Independientemente de los tiempos que marca la legislación electoral, es evidente que el proceso de la sucesión presidencial en México está en marcha y se realiza de una manera diferente a lo acostumbrado. Pero esa manera, o forma, es eso: forma. Debe interesarnos la parte profunda de los cambios.
Pretenden acostumbrarnos a creer, casi sin pensar, que la disputa por la nación es un simple proceso electoral, en el que diversos partidos políticos compiten para hacerse del poder y gobernar conforme a la doctrina que profesan. No es así. Lo electoral es sólo el modo como se legaliza al conjunto de fuerzas gobernantes y el proyecto que implementan.
Desde la llegada del neoliberalismo (en México se evidencia a partir de 1982, más tarde que en otras naciones de América, en parte explicado por la bonanza petrolera que evitó la profundidad de crisis del modelo de crecimiento anterior y la retrasó), no sólo se fueron registrando cambios económicos, sino también se aceleraron cambios en mecanismos políticos, institucionales y legales que dieran paso al Patrón de Crecimiento Económico Neoliberal.
Las relaciones entre los grupos económicos más poderosos de México con los grupos económicos imperiales (los que establecen condiciones en distintas regiones del mundo) sus gobiernos, los monopolios de la comunicación, la clase política interna y sus representaciones en partidos políticos, como en los tres poderes de gobierno, a lo ancho y largo del país, se entrelazaron y dieron forma “… a algo muy parecido a una mafia…” (AMLO).
La nueva estructuración económica, jurídico-política e ideológica que, desde entonces, se registró llevó a mostrar una mayor claridad de que lo político es expresión (ciertamente dinámica y recíproca) de lo económico. Los primeros pasos se “transparentaron” con la firma del “Pacto por México” en el que empezaron a trabajar sincronizadamente la llamada derecha, “el centro” y la entonces llamada “izquierda” a favor de los grandes capitales transnacionales, haciendo todo porque los extranjeros se llevaran, prácticamente a razón de regalo, nuestras riquezas, mientras creció la desigualdad y se profundizó la dependencia del extranjero (económica y política -al grado de imponer directrices de gobierno y hasta a funcionarios “ideales”-).
La defensa del Patrón de Crecimiento Neoliberal que tan ferozmente han defendido PRI, PAN y PRD, responde a la conexión directa que, esos partidos, han establecido con las clases oligárquicas burguesas (los “fifís”) de nuestro país y del extranjero; al grado de subordinar la organización, la ideología y toda iniciativa política a la voz del empresariado promotor del nuevo neocolonialismo. Y, aún más, a simplemente a agacharse, rendir pleitesía y recibir instrucciones.
Esa parte de la clase política terminó por ser agachona, retrógrada, reaccionaria, irreflexiva e incapaz de trazar un nuevo rumbo para México. Simplemente ha sustituido la dirección política (que además de colegiada resultaba del debate interno de los partidos) por lo que nuestro presidente llama la “gerencia política”. Definición que, en mi opinión, recoge correctamente la naturaleza actual de esas “fuerzas” (tan desforzadas).
Ahora son letra muerta los Estatutos, la Declaración de Principios y el Programa de los Partidos; tampoco hay “ideólogos” de partido, reflexión, debate y determinaciones democráticas. La relación de los partidos con sectores de la sociedad, a la que han pretendido representar, se ha divorciado por completo y se ha soldado con la oligarquía económica nacional e imperialista que son los que, de manera directa, les ha señalado un “mesías”, un salvador de rumbo, a quien obedecen ciegamente, no se atreven a criticarlo, no les da ocasión de reflexión y menos de debate, simplemente obedecen y se dejan conducir. Es la llamada “gerencia política” que se extrapola de la empresa capitalista a la política.
En el neoliberalismo, esa lógica gerencial viene aplicándose en los procesos políticos. Los mensajes de contenido programático, encaminados a crear conciencia social, han sido sustituidos por mensajes enajenantes, de falsa conciencia mercadotécnica, en la que sobreabundan la calumnia, la difamación, las noticias falsas. Ahora, los partidos, candidatos y sus propuestas de nación son productos mercadológicos. El marketing ocupa el lugar de la comunicación social. La propaganda “comercial” (dicen que política) se sobrepone a la relación directa de los partidos y candidatos con el pueblo.
De todo eso devienen nuevas necesidades de análisis intelectual, pero prácticas (praxis teórica) para comprender que las mismas instituciones encargadas de regular el quehacer, la convivencia y confrontación política de los partidos (como el INE, el Tribunal Electoral y hasta la propia SCJN) han quedado estrechas porque la disputa por la nación no es una disputa entre partidos, sino entre la oligarquía económica neocolonialista y los sectores nacionalistas de México. Los partidos políticos son, ahora más que antes, meros instrumentos, pero instrumentos que se manejan como cosas y no como organismos de humanos reflexivos, participativos y transformadores.