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miércoles, 26 junio, 2024
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Memorias en fuga… por los caminos de la risa y el olvido

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Por: ÁLVARO LUIS LÓPEZ LIMÓN* •

La Gualdra 586 / Arte

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Atendemos el vínculo establecido por el arte al representar pictóricamente el sufrimiento, específicamente el eje de significación que se despliega en un escenario de hacinamiento –no lugar–, que, como horizonte de un gran estigma social, alberga la locura. Sabemos que en el arte se representan situaciones que reclaman respuestas; el artista, en un ejercicio de diálogo consigo mismo, representa el cuerpo dolor de un sujeto sufriente. La casa de locos, de Francisco de Goya y Lucientes, ilustra esta situación.

En ella se nos muestra un escenario revelador, es como si –desde fuera– observáramos a través de una sola ventana, alta y cerrada, con barrotes, grieta que derrama luz sobre un espacio lóbrego y enlosado de piedra. Aquí, Goya ensaya una especie de juego en el que muestra por un lado, un escenario que exhibe a un grupo de personas que simulan un intercambio de miradas –mostrándonos tensión en sus caras, ceño fruncido, que no te ven, no te escuchan, no están presentes, y si se relacionan contigo lo hacen a través del papel que representan– que como vacío indiferente no les interesa nada ni nadie; frente al cuadro, nos encontramos a un espectador –ansioso–, que se presume lleno de vida, incólume ante semejante situación o tal vez ofendido por algo que posiblemente revuelve sus recuerdos; por otro lado, en gesto compasivo nos presenta a un grupo de seres que viven sin contacto con la realidad, entregados a ceremonias imaginarias, batallas o rituales secretos.

Encontramos frente a nosotros a uno de ellos, portando una gran corona de plumas ofrece su mano para ser besada en un ademán de altanería y arrogancia; otro, desnudo y con sombrero de época (tricornio), hace un ademán amenazante, de disparar, mientras que uno más, sentado en el suelo, lleva un atuendo con escapulario y una rudimentaria mitra, en fin, La casa de locos, al igual que el Hôpital de la Pitié-Salpêtrière, son una muestra de la atención que suscitó esta realidad –para Goya malestar y conciencia social–, al reconocer un espacio que expresa sufrimiento, residuos de dolor acumulado individual y colectivamente, y que desvelan el cuerpo dolor de una sociedad extraviada.

La pintura, al abrir la caja de pandora, permite interrogarnos, ¿Cómo o de qué forma, a través del arte, se muestra el sufrimiento? ¿Es posible que la represión –como algo intolerable–, provoque que el sujeto escape de la realidad, que se ahogue en su propio cuerpo dolor? ¿Será que la expresión sintomática de su sufrimiento lo condenen a repetir, una y otra vez lo sucedido, al grado de ocasionarle un profundo deterioro emocional, tal como el que se vive hoy? No lo sabemos, pero nos permitimos subrayar el efecto hipnótico que produce el cuerpo dolor expuesto en ésta y otras pinturas, en las que se arraiga como brote –que ya germina en la memoria– el camino que conduce a la risa y el olvido.

 

 

 

 

 

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