Provocado por Hamás desde la Franja de Gaza, Hezbolá desde Líbano y por los Hutíes de Yemen; desde el 7 de octubre del 2023 el Gobierno de Israel, presidido por Benjamín Netanyahú, inició una nueva cruzada de exterminio de pueblos enteros del Medio Oriente. Luego, el viernes 13 (día de la mala suerte, dicen algunos) de junio del 2025 sorprende al mundo con un agresivo lanzamiento de misiles contra lugares estratégicos de Irán ejerciendo sabotaje a una conferencia organizada por Francia y Arabia Saudita para reconocer el estado de Palestina; al mismo tiempo, boicotear las rondas de negociaciones de EEUU e Irán en materia de energía nuclear.
La estrategia ha quedado muy evidenciada: agredir militarmente a Irán en una incursión intempestiva, tomándolo de sorpresa y neutralizar su capacidad de respuesta, derrocar su gobierno encabezado por Alí Jamenei líder supremo y por Masoud Pezeshkian actual presidente de Irán, promover un gobierno alineado a los intereses de Israel y proceder a uniformar económica y políticamente a otras naciones de la región, haciendo de Israel el epicentro de un imperio en todo Medio Oriente.
Ese plan imperial de Benjamín Netanyahú pudo ser pensado, con altas posibilidades de cristalizarse, por tratarse de una región no alineada homogéneamente a las políticas imperialistas de USA, Europa o Asia (China y/o Rusia), por lo que el cálculo aparentemente indicaba que nadie metería las manos en un conflicto de franca conquista; también parecía tratarse de una nación militarmente no competitiva con Israel; además, un derrocamiento rápido no daría ocasión a que otras naciones de la región pudieran prestarle ayuda. Ese plan ha fracasado. Los resultados se invierten a las intenciones. Igual los mísiles que lanzan y regresan a destruir las instalaciones que los impulsan. ¿Será que “la tierra prometida” al pueblo de Abraham no es para los malos?
Mohsen Rezaei, alto funcionario Comandante en jefe de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), informó ayer que Israel se propuso destruir al gobierno iraní en 48 horas. Reconoció que fueron atacados los centros de energía nuclear de Natanz, Isfahán, Khandab y Arak, pero no provocaron daño porque los científicos había sido desalojado y los materiales enriquecidos resguardados en lugar seguro.
Netanyahú ha usado como narrativa una supuesta “legítima defensa preventiva”. Es justificar la guerra contra una nación porque existe una “probabilidad” de que en el futuro se convierta en un peligro. Visto desde Irán, no se trata de una “prevención”, una “posibilidad” del “futuro”. Para los iraníes es una “realidad” y está actualmente “presente”.
Llama la atención la tardanza y la indecisión con la que han reaccionado potencias como Estados Unidos, Rusia, China y Europa. Pareciera como si todas las grandes potencias hubieran convenido no intervenir. Luego tendría que aparecer Donald Trump que sin ocultar su espíritu asesino habló de matar al líder Alí Jamenei “aunque no por ahora”, igual que en su tiempo lo hicieron los presidentes estadounidenses contra Osama Bin Laden, el Ayatola Jomeini y muchos otros.
En Medio Oriente, muchas de las guerras se ven muy impregnadas de religiosidad. Pero, en esta ocasión, está muy claro que se trata de una guerra promovida por un gobierno israelita aspirante a construir un imperio. Deseo alentado por el apoyo político, económico y militar que, durante muchas décadas, le han brindado los gobiernos norteamericanos, al grado de que muchos le llaman a Israel el estado 51 de Estados Unidos, criatura que junto con su progenitor han hecho de la violencia su política exterior y de la permisibilidad de la impunidad la ausencia de legitimidad de los organismos internacionales.
Sólo Donald Trump puede permitirle que se le insubordine, y quiera construir su propio imperio, un gobierno que constantemente violenta las normas internacionales al promover la violación de los derechos humanos, que acusa a Irán del peligro en el uso de la energía nuclear mientras ya el expresidente James Carter denunciaba que poseían 90 bombas nucleares. Eso también sucede porque, como lo he comentado, Estados Unidos es una potencia imperial en caída, el mundo vive un reacomodo del poder económico, político y militar internacional y su comprensión exige un abordaje multidisciplinario.
El desarrollo de los acontecimientos indica que Rusia y China ya decidieron respaldar a Irán. Y aún sin el respaldo de estas potencias, basta con que Estados Unidos no se meta para que Israel empiece a vivir su ocaso. Mientras, el pujante nivel científico y tecnológico que Irán ha desarrollado discretamente es digno de tomarse como una gran lección no sólo para los países subdesarrollados, sino también para los que poseen un alto nivel de progreso. Si Irán lo hizo en materia militar, también lo puede hacer en otras aplicaciones relacionadas con el bienestar social. Nos vemos la próxima semana.