Nuevamente la comunidad cultural, intelectual y musical del país se consterna, ora por el sensible fallecimiento del músico José Miramontes Zapata, quien fue desde muy joven un destacado miembro de la música profesional y fundador de la Orquesta Sinfónica de San Luis y considerada como una de las mejores del mundo.
El hijo de un peluquero originario de Real de Catorce, tuvo el grado de Maestría en la Dirección de Coros y Orquestas por el conservatorio RiMsky Korsacokf de San Petersburgo en Rusia y teniendo como maestros insólitos a Mikaíl Cucuskin, Víctor Fediotov y la inolvidable maestra Tatiana Ivanova, con quienes aprendió a dirigir las mejores orquestas del mundo y a formar coros de una incalculable belleza orquestal sinfónica, y que la cultura mexicana popular y oficial siempre se encargó de decirle que era uno de sus hijos predilectos.
Pero el tiempo acaba, el tiempo nos va llevando a la calidad primigenia de haber nacido en un mundo en donde el egoísmo y la valentía fueron hospitalizados de emergencia para poner un grito en el cielo, aunque las condolencias estaban por venir y que todos los saberes de un hombre al que le gustó siempre el ritual de la música y persistentemente bajo la ardiente paciencia y siendo el explorador de los secretos de la naturaleza musical y rigiendo para mejor cosecha, La inolvidable influencia de la mejor música del mundo en la provincia mexicana.
De verdad que hay una conmoción certera porque José Miramontes Zapata tenía la inteligencia de ser amigos de todos y de cualquier personaje por lo más sencillo o ataviado de honores y de premios y mostrarse tal cual, siempre fue y un hombre dedicado al estudio y quién se trajo a trabajar y radicar a más de 40 músicos rusos y llegando a tener la orquesta casi 90 de ejecutantes de diversas jerarquías nacionales y desde el músico de pueblo hasta el Nobel Rocker desentrañando la música con gran altitud de miras y haciendo ensambles famosos y muy populares. Si, repetía, ser el director de una orquesta es ser “el malo”, el “odiado”, “el ojete” y a veces rayaba el escándalo que algunos músicos rusos lo retaban a golpes o le denunciaban malos tratos. Pero decía: ante todo la disciplina.
Quién en este mundo podría entender a carta cabal que José Miramontes Zapata, con sus 20 letras en su nombre, tuvo siempre una vida de muchos cambios y la fama y la popularidad y que le permitió abrir puertas de toda clase, pero cargando asiduamente la famosa Clave 7 que la mayoría del pueblo tiene, que es que tendrá siempre contrariedades y luchas y obstáculos en todo momento, pero que su gran percepción psíquica lo sacó una y otra vez de las grandes complicaciones y dejó una profunda huella en el ámbito cultural mexicano y latinoamericano, pues hasta alianzas con la Trova cubana hizo conciertos de indiscutible arte y de alto estudio y de mucho piano y de gran salud de sonidos que nunca se le olvidarán a quienes lo escuchamos.
El maestro José Mira Montes Zapata ponderó mucho la calidad de la música en Zacatecas y sus estudios profesionales universitarios, argumentando que dejaba atrás por fin ese toque provincial juguetón de perder el tiempo y en cambio renacer con buenos maestros y grandes planes de estudios derivados de la necesidad de formar músicos con una línea profesional y desatando ser gigantes desde el estudiantado y así completar inolvidables tareas que ya son una realidad.
Bajo su dirección la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí fue la primera en todo el continente que ejecutó magistrales conciertos en Viena y además de también como director, ser invitado en orquestas de Turquía y Alemania y por su gran talento y habilidad de ser de los grandes directores de orquestas en un México cambiante y cada vez más transformado, por lo que él llamaba a las élites políticas y a sus muchedumbres como parte de la exploración humana de la divinidad y la concreción de los sueños de justicia popular y el orden en casa.
El mismo nos decía que la mitad del corazón no le funcionaba y cuatro días antes de fallecer todavía en el majestuoso Teatro de la Paz de la ciudad de San Luis Potosí, dirigió una Obra maestra en donde el coro y la orquesta dieron su poder y su ritual sanador y la fórmula de las matemáticas sagradas de la música para merced de una semana santa que lo despidió a las pocas horas posteriores y siempre con su autoridad y las características de un hombre lleno de fama, con una personalidad compleja y siempre seguro de sí mismo y combativo y con un alto instinto social, porque las nuevas generaciones tuvieran la sensibilidad y la intuición y la comprensión y la protección de la música.
Indudablemente una pérdida con mucho dolor y gran consternación, pues apenas con 65 años y con una posición privilegiada dentro de la fama mundial como director y maestro, se va a un grande azteca, de lo mejor de esa gran camada de músicos mexicanos como lo fue Julián Carrillo, su gran paisano, Y otros como Flavio F. Carlos y el maestro Gabriel Arriaga y tantos músicos de su generación, Edmundo Balderas y Gerardo Arriaga, ese gran guitarrista potosino, primera guitarra de la orquesta filarmónica de España y tocando en China y en muchos lugares del mundo.
Que si la muerte da miedo, si ese es el destino de todos y el mejor día para decirle tanto que lo quisimos y admiramos, que su energía terrestre, su naturaleza, que siga a través de todos los sentidos darle forma al amor y a la belleza de la música y sobre todo a la capacidad de Liderazgo para poder determinar siempre, que la armonía es la salvación y la puerta para todos los tesoros más preciados de una humanidad y de un México que tiene el optimismo y nunca el desánimo inconcluso.