La Gualdra 562 / Río de palabras
Aquí fui feliz por mucho tiempo. Dice, y los ojos de mi abuela se llenan de nostalgia. Mira, ahí me sentaba todas las tardes a esperar a que mi papá regresara: lo veía a lo lejos desde que era un puntito hasta que se iba haciendo grande, grande. -M´ija- me decía, -ya vámonos a cenar-; y me daba la mano, ese era su único cariño. Antes no era como ahora, no necesitaba decirme más. Mira, mira; me dice y camina apresurada, como si los años se le hubieran borrado de inmediato y volviera a tener diez años. Mira, esa era mi recámara; y la tapia vieja parece cobrar vida con todo lo que ella me va contando; entonces puedo ver las cortinas, el cuadro de su ángel de la guarda, la mesita donde estudiaba y tenía sus objetos de aseo, el veliz donde guardaba su ropa y la colcha de ganchillo que le había tejido su mamá. Sentada ahí sobre una piedra parecía que de repente todo lo que había vivido se le esfumara. Ya no recordaba cuando a su padre le quitaron las tierras y la casa, cuando murió su madre y ella tuvo que irse a vivir a la ciudad con una tía que más que tener una nueva hija, había ganado una empleada. Cuando se casó con mi abuelo Pancho nada más porque sí, porque él se lo pidió y ella quería salir de esa casa. Cuando mi abuelo la preñó por doce veces, así, sin pasión ni nada. Cuando perdió a cuatro de sus hijos, cuando otros seis se le fueron al norte, cuando los otros se casaron, cuando murió papá Pancho y se quedó sola en su casa. De repente su voz casi quebrada me saca a mí de todos esos recuerdos y también me los espanta. Mira Luis, esa es la higuera, la que te platiqué que estaba en el centro de la casa. Por más que me esfuerzo no consigo verla entre tantos árboles y maleza, pero ella está segura de haberla encontrado. Se abre paso entre la yerba, respira profundo como si con ello quisiera llevarse todo lo que era su casa. Abue, le digo, ya tenemos que regresarnos. Me da su mano que de pronto se vuelve infantil. Sí, papá, se confunde, ya vámonos a cenar.
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