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viernes, 19 abril, 2024
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Zona de guerra

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Tenían que pasar diez años para que un periodista zacatecano pudiera escribir un libro como el que Alfredo Valadez presentará esta semana, y del que podemos leer un fragmento en el número más reciente de la Revista Proceso.

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“La guerra de Florencia” se llama, y según el adelanto que proporcionó la revista, habla del sangriento enfrentamiento de septiembre de 2011 en el municipio del sur, del que se habló entre murmullos y pasillos por tanto tiempo, aunque poco se escribía y documentaba.

No hay reproche en mis palabras. Las condiciones del periodismo local para dar a conocer cada caso y cada historia, pueden ser incluso más adversas que las que pasa un corresponsal de guerra que tiene un chaleco medianamente respetado, y una embajada y organismos internacionales en quienes confiar.

Pero no deja de ser lamentable. Por trágico y espantoso que nos parezca la situación de violencia en Zacatecas, la realidad se antoja mucho peor que la que puede reflejar la prensa.

El testimonio que recolecta Alfredo Valadez lo esboza porque nos retrata un enfrentamiento ocurrido hace una década en la que parte de los combatientes tenían una disposición de parque de al menos 500 disparos que además les resultaron insuficientes; en las que había armas antiaéreas y metralletas capaces de hacer 1800 disparos por minuto. Y todo aquello hace diez años, imagine ahora.

Pese a lo cruento de ese enfrentamiento, y de su importancia para la disputa entre distintos grupos, “La guerra de Florencia” es uno más de los muchos episodios violentos que Zacatecas tiene en la memoria.

Apenas escarbamos un poco en el recuerdo y sorprende lo que hemos tolerado: ya vivimos una emboscada que fue capaz de recorrer kilómetros y kilómetros, como cuando policías y presuntos delincuentes recorrieron a sangre y fuego el cañón de Tlaltenango hasta llegar a Jerez, un diciembre de hace 13 años.

Las instalaciones universitarias ya han sido escenarios de ejecuciones a testigos protegidos, hemos visto morir abogados, policías y periodistas. También mujeres, jóvenes y niños.

Ya hemos visto un padre asesinado mientras espera a sus hijos a la salida de la primaria; han matado jefes policiacos que se dirigían a descansar, padres e hijos que reparaban su vehículo, han matado en puestos de tacos y restaurantes, han rafagueado bares, han disparado en funerales y en jardines principales.

El escenario sangriento para todo el país comenzó a finales del 2006 poco después de que tomó posesión Felipe Calderón, pero alcanzó a Zacatecas dos años después, y con subidas y bajadas, aún no nos deja. De entonces a la fecha siguieron cuatro años de gobierno panista, luego seis de gobierno priista, y ya van dos y medio del morenista.

En lo local, Zacatecas se ensangrentó cuando gobernaba el perredismo, luego vinieron once años de priismo y estamos a unos días de comenzar el gobierno de David Monreal Ávila.

¿Habrán hecho algún efecto estos cambios? ¿para bien, para mal? ¿Han significado cambios de estrategias, o sólo de colores?, ¿Será que nos falta hacer algo distinto, o será que hace falta dosis más elevadas de lo mismo?

La situación del otro lado de la moneda tampoco es igual, grandes capos han caído muertos, otros más arrestados, algunos grupos se han escindido, otros se han aliado, unos más se han reformulado.

Hasta las drogas, la materia esencial de esto, ha evolucionado. Al inicio de esta guerra no se podía siquiera realizar foros sobre marihuana, hoy los extractos de ella se comercializan en Facebook, los ídolos de juventud hablan abiertamente de su consumo, y hasta en la tribuna legislativa se vale hacerse un porro.

En tanto, el fentanilo y el cristal han penetrado México por el Pacífico, y han hecho más codiciado el dominio de Zacatecas por ser el paso favorito para llegar al norte.

De paso el cristal ha ganado consumidores, no sólo en jóvenes urbanos excluidos, o en niños bien deseosos de aventura, sino también en personas de mediana edad cuyos trabajos extenuantes sólo son tolerables si esta droga espanta el hambre, el sueño y el cansancio.

Está claro que nada de lo hecho es suficiente. Mucho queda por hacer (o deshacer), ni duda cabe, en lo local, y en lo nacional. Pero también en lo internacional, y en la discusión pública hemos aprendido a condonar los esfuerzos del otro lado del Río Bravo, a pesar de que sabemos que es ese el principal mercado de drogas, y al mismo tiempo en donde están los principales proveedores de armas.

Largo y delicado camino, pero ya tenemos una demanda civil contra las grandes empresas que se enriquecen a costa de nuestra tragedia. Cuando menos vamos empezando.

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