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jueves, 25 abril, 2024
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El movimiento cultural mexicano: años veinte a cuarenta [Segunda parte]

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 479 / Op. Cit.

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Contemporáneos

Descubiertas las potencialidades artísticas y culturales del México postrevolucionario, no exento de nuevas tensiones políticas y sociales, la cultura nacional prosiguió su curso por linderos diversificados. Lo mismo desde las instituciones apenas conformadas, que en colectivos organizados al amparo de las esperanzas de nuevos y más profundos cambios. Sin olvidar los esfuerzos individuales, verdaderas genialidades, que también supieron vincularse a las mejores y más avanzadas causas.

No todo fue pintura mural en el México postrevolucionario. Mientras el fascismo avanzaba en el mundo y sociedad y gobierno redescubrían en la figura del presidente Lázaro Cárdenas un nuevo impulso revolucionario y modernizador, artistas de otras disciplinas conformarían modelos de expresión a la altura de los nuevos tiempos. Tales son los casos de los llamados Contemporáneos; de lo que se conocería en el tiempo como la Novela de la Revolución; el Nacionalismo Musical, y un diversificado etcétera —con nombre y apellido— de artistas escénicos y visuales, literatos y pensadores.

Muerto el gran poeta zacatecano Ramón López Velarde (1888-1921), un grupo de jóvenes universitarios emprendieron, a finales de la década de los 20, un proyecto editorial que se materializó en la revista Ulises, antecedente de Los Contemporáneos. El colectivo (Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Roberto Montenegro, Gilberto Owen, Manuel Rodríguez Lozano, Jaime Torres Bodet, et. al.) entendieron con T. S. Eliot la idea de que para escribir una gran literatura es menester el conocimiento de la tradición y el talento individual.

Por lo que, como subraya Vicente Quirarte, “escucharon los mensajes universales para incorporarlos a la literatura mexicana. Leyeron a franceses como Paul Valery y André Gide, a estadounidenses como Walt Whitman y Carl Sandburg, pero no descuidaron a los clásicos españoles. El resultado fue un retorno a las formas clásicas, enriquecido por las innovaciones de los movimientos de vanguardia que, surgidos en diversas partes del mundo, revolucionaban la forma de interpretarlo”.[i]

Años después, cuando a Gorostiza le preguntaron sobre la escritura de “Muerte sin fin”,[ii] quizás la obra emblemática del grupo, explicó:

 

“Transitan por el poema todas las cosas del Mundo, el mundo ideal de la inteligencia y el mundo real de los seres y de las cosas. Los tres reinos de la Naturaleza ordenadamente ante nosotros en agrupamientos precisos y canónicos, todo regido por un orden apolíneo, solo que este orden geométrico está inscrito a su vez en un desorden dionisíaco por el que todas las cosas y los seres del Mundo no se dirigen a su fin, sino a su origen… y al origen de sus orígenes”.

 

“Muerte sin fin”, explicó Salvador Elizondo al conmemorar el medio siglo de su publicación, es el poema de la inteligencia. “Lo demuestra la relación de su elaboración técnica, la inspiración que lo dictó es sometida, por las tijeras, al canon de la clasificación de todas las cosas y conducido por ese canon hasta su origen en que recomienza el ciclo regresivo. Este poema contiene, en el intervalo de dos amargas copas toda la grandeza del Universo”.[iii]

 

Estridentismo

Década de calma para un país que mantenía abierta la herida del movimiento revolucionario del 10-17, los veinte fueron también cuna del movimiento Estridentista, que como el de Los Contemporáneos, se inscribió en las vanguardias planetarias en boga.

Nacido en la ciudad de Puebla —particularidad a destacarse en una nación cada vez más centralista— y prolongado a las de Xalapa y de México, el estridentismo se definió como un “movimiento” que pretendía “desestandarizar” el pensamiento y acción de los intelectuales mexicanos.

Mediante manifiestos difundidos a partir de las posibilidades de sus animadores (Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Arqueles Vela, Salvador Gallardo, Miguel N. Lira y los pintores Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal, Luis Quintanilla y Leopoldo Méndez), el colectivo logró crear una corriente literaria y plástica durante casi una década.

Si una originalidad habrá que reconocerle al movimiento, es el eclecticismo con el que se expresaron cada uno de sus impulsores. Sin olvidar un creciente acercamiento con las clases populares y la concepción, aunque incipiente, de un arte al servicio de estas. Para su instrumentación, los estridentistas aportaron a la cultura nacional una sólida obra literaria y plástica, amén de la amalgama de ambas.

Los tamaños de sus proclamas (solo los eunucos no estarán con nosotros…, viva el mole de guajolote…, muera la reacción intelectual y momificada…)[iv] hicieron del movimiento una alternativa no del todo comprendida y aceptada.[v] “Las contradicciones entre el hacer y el decir de sus integrantes, entre la intención y los resultados empobrecen acaso sus resultados estéticos, pero son importantes para el desarrollo de la sensibilidad —resume Vicente Quirarte—. Además, los estridentistas tuvieron la curiosidad y la audacia necesarias para ponerse en contacto con las figuras vanguardistas de otras latitudes y otras lenguas”.[vi]

Tras vigorizar su adhesión a las clases populares (proletariado) y fracasar en la construcción de su ciudad ideal,[vii] el estridentismo se diluyó, y puede considerarse como el germen de las organizaciones artísticas e intelectuales que se crearán en los siguientes años.

 

 

* Periodista y promotor cultural. Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde estudió Ciencias Políticas y Administración Pública. Colabora en Milenio y otros medios nacionales. Fue miembro del Partido Comunista Mexicano desde 1978 y hasta su disolución. Ver primera parte de este artículo en: https://ljz.mx/2021/05/10/el-movimiento-cultural-mexicano-anos-veinte-a-cuarenta-primer-parte/

 

 

[i] Vicente Quirarte, en: Introducción a la cultura artística de México, SEP, México, 1994, p. 16.

[ii] “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis,/ por un dios inasible que me ahoga,/ mentido acaso/ por su radiante atmósfera de luces/ que oculta mi conciencia derramada,/ mis alas rotas por el lodo;/ lleno de mí —ahito— me descubro/ en la imagen atónita del agua,/ que tan solo es un tumbo inmarcesible,/ un desplome de ángeles caídos/ a la delicia intacta de su peso,/ que nada tiene/ sino la cara en blanco/ hundida a medias, ya, como una risa agónica,/ en las tenues holandas de la nube/ y en los funestos cánticos del mar/ —más resabio de sal o albor de cúmulo/ que sola prisa de acosada espuma […]”.

[iii] Salvador Elizondo, en: José Gorostiza, Muerte sin fin, Ediciones Cvltura, México, 1989, Facsímil.

[iv] Germán Lis Arzubide, El movimiento estridentista, SEP, México, 1987.

[v] Se cuenta que a la muerte del jerezano Ramón López Velarde, un grupo de estridentistas viajó a Zacatecas a convertir, post mortem, al autor de la “La Suave Patria” a su movimiento.

[vi] Vicente Quirarte, Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México, Cal y Arena, México, 2001, p. 485.

[vii] “Estridentópolis realizó la verdad estridentista: ciudad absurda, desconectada de la realidad cotidiana, corrigió las líneas de la monotonía desenrollando el panorama. Borroneada por la niebla, está más lejos en cada noche y regresa en las auroras rutinarias; luída por el teclado de la lluvia, los soles la afirman en el calendario de los nuevos días […]. En: Germán Lis Arzubide, Op. Cit., pp. 93, 94.

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