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jueves, 25 abril, 2024
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La Utopía en el Hogar (36) La mala educación

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Otra semana más de limitaciones para el desempeño humano de los pobladores de muchas partes del mundo, entre los que figura nuestro país, resulta evidente lo diferente que los ciudadanos muestran sus particularidades y aunque muy buena parte de la población hace lo necesario para mantenerse dentro de las recomendaciones que el gobierno en sus tres niveles y sus instituciones del sector salud se han esforzado en proponer como acciones necesarias para disminuir los estragos que ha causado esta calamidad; por decirlo de un modo amable, se ha tratado de rescatar lo mejorcito y por la buena, de los valores que identifican y dan cohesión a una nación, a esta; aunque por otro lado, resulta lamentable seguir comprobando que la civilidad no es el punto fuerte de la sociedad. Siempre se está presto para exigir derechos no siempre ganados en buena ley y se renuncia de antemano a muchas responsabilidades, cualesquiera que estas sean, simplemente porque no da la regalada gana, porque se exige la libertad de manifestación o porque lo que le ocurra al vecino no es de la incumbencia particular de esta clase de personajes o porque, desgraciadamente estas personas no recibieron una instrucción adecuada para aprender a comportarse adaptativamente dentro de los diversos conglomerados de la sociedad.

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En todos los casos antes mencionados, permea la falta de entrenamiento de buena parte de la colectividad para aprender e incorporar a su repertorio las habilidades necesarias para sobrevivir con congruencia dentro de los patrones que marca el rumbo del país, en lugar de que la sociedad en su conjunto demuestre que está habilitada para autorregularse dentro de esquemas de disciplina necesarios para que las tareas colectivas e individuales se desempeñen en modelos de convivencia armónicamente ideales. Por desgracia, la realidad muestra su brutal característica, hace falta la educación necesaria e indispensable para lograr el sueño largamente acariciado, un país en desarrollo, en condiciones igualitarias y en armonía colectiva permanente… Es decir, en paz. Sin ella no hay manera de intentar ningún presente medianamente confiable que siente las bases para el diseño de un futuro promisorio.

No hace falta seguir citando tanta pobreza en las características de la ciudadanía para seguir afirmando que la única forma de salir avante en la difícil tarea de sacar al buey de la barranca, si no es a través de la definición de las características del ciudadano ideal dentro de la sociedad ideal y trabajar a marchas forzadas, primero, para la erradicación de tantos malos hábitos que en nada abonan a la coexistencia, haciendo parecer que solo se está preparado para escapar a los escenarios atroces que día con día llenan los espacios noticiosos y ante lo difícil de tal realidad, se prefiere la autoflagelación y el fatalismo para justificar la falta de reserva intelectual e inteligencia para solucionar cualquier problema.

Mientras no se eliminen tantas taras sociales que se han venido acumulando a lo largo de los siglos, justificadas con cualquier pretexto, al tiempo que la incapacidad propositiva conduce a callejones sin salida y en su expresión de mea culpa inventa salidas basadas en principios religiosos, en fatalidades históricas, en dependencias externas de todo tipo y sobre todo el muy cómodo estado de confort que proporcionan las ciencias mentalistas y otras de pragmatismo extremo que justifican la renuncia a la búsqueda de la excelencia de una comunidad en desarrollo, con las pobres explicaciones que surgen de las insatisfacciones e inconformidades individuales.

Es decir, ya es hora de terminar con el imperio de la mala educación. Esto es tarea de todos, pero urgen medidas para, antes que nada, cambiar las razones de cada uno de nosotros.

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