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martes, 23 abril, 2024
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La Utopía en el Hogar (34): La Otra Muerte

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Desde que los chinos de Wuhan hicieron saber al fin de 2019 que estamos bajo el azote de un mal bicho, la humanidad ha tenido que confrontar las calamidades más inesperadas a consecuencia de las cuales se ha incrementado la necesidad de aprender varias formas alternas de aplicación del conocimiento y el apropiado comportamiento para contrarrestar exitosamente las nuevas amenazas; no obstante, se ha vuelto una pesadilla comprobar que los escenarios largamente anunciados podrían volverse incontrolables, y no porque no se hayan diseñado estrategias razonables para hacerlo, sino que la mala educación empieza a cobrar sus dividendos.
Muchos lugares del mundo sacrificaron su desarrollo por enfocarse en el espejismo de la acumulación de capital olvidando lo que verdaderamente es esencial para mantener vigentes los máximos logros de la civilización, su educación. Sin ella, todo lo que hace al ser humano un ser de privilegio sobre la faz de la tierra, desaparece. Así como dejaron de encontrarse en los programas de enseñanza las materias que tienen que ver con el cultivo de los valores que tienen con la civilidad y el respeto al prójimo, también desaparecieron los apegos afectivos que mantenían a la figura de la familia como el principal vínculo en la conformación del tejido social, también se fueron deformando los métodos educativos para afianzar una enseñanza y aprendizaje de primera, también se relajó el esfuerzo en la búsqueda de la educación de excelencia. Al mismo tiempo, se perdió el respeto a la Naturaleza y las formas de vida que antes, con fertilidad, proliferaban cambiando los parajes de vida por dinero a costa de un equilibrio ambiental altamente vulnerable, hoy día.
El daño mayor causado por esta mala apuesta, es que si bien es cierto que aumentó la especie humana y se lograron establecer modelos de desarrollo completamente antinaturales. Los resultados de la mala educación se dejan ver en la deshumanización de los individuos, la mayoría de las personas parece que solo vegeta sin un objeto de existencia que vaya más allá de su egoísta satisfacción. Todo se ha transformado en una loca competencia por ocupar lugares de privilegio y consumir el máximo de bienes, demostrando en esta forma la aparición de todos los puntos oscuros y aberrantes de la humanidad como la violencia inaudita, las hambrunas diseñadas, las guerras, los despojos, la desigualdad social, la mala entraña y para qué seguir. Falta espacio para continuar este depravado conteo y difícilmente se podrían contar todos los logros de la idea de progreso que vendió a la humanidad el capitalismo a lo bestia.
Se ha perdido, por consecuencia, el sentido de la vida en su extenso significado, se ha diluido y transformando todo lo mejor del ser humano y los costos que ocasiona una mala práctica educativa y su efecto en la sociedad es una secuela de episodios nefastos que han agotado la capacidad de asombro en un mundo donde todo se vale, donde el que no transa no avanza, en que el egoísmo es la moneda de cambio, donde se busca aplastar a quien se encuentre enfrente para demostrar quien vale más, a costa de lo más valioso del espíritu humano, su capacidad para desempeñarse en forma adecuada entre la sociedad y más profundo aún, el concepto de humanidad.
Si hubiera una buena educación, manifestada en cultura y civilización, otro gallo estaría cantando en este corral global. La pérdida de rumbo, sin embargo, impide la búsqueda de los mejores puertos, y el andar de la gente semeja a esas películas de zombis que tanto han proliferado en los últimos tiempos, las personas parecen muertos vivientes. Si esa es la calidad del presente, cuesta trabajo imaginarse la calidad del futuro. Si se ha perdido el amor a la vida de la Tierra en su conjunto por el egoísmo pasajero de vegetar en condiciones deleznables, la fatalidad nos indica que se ha llegado a la dimensión apocalíptica que nadie ha notado. Que después de este horrendo eclipse de ignorancia, ya casi ni gentes somos. La muerte anunciada ha tomado a la humanidad de rehén, en vida. ■

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