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martes, 23 abril, 2024
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Paradojas de la transición

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Los partidos se polarizan cuando sus agendas tienen por objetivo una mayor uniformidad ideológica. Es un “sentimiento elemental”, un instinto del ser humano, alinearse al grupo, sea este político, deportivo, cultural, racial o de cualquier índole. Por ende, en los partidos heterogéneos, abiertos a la diversidad de expresiones de la sociedad, se requiere más capacidad de argumentación porque no son los sentimientos elementales los que están en juego. Aquellos convencidos de su postura y polarizados por su pertenencia al grupo o partido, reaccionan en automático, mientras los miembros de agrupaciones plurales deliberan, tardan en adoptar una posición militante. Es notoria la diferencia sustantiva entre los “tipos ideales” de organizaciones que hemos descrito: la polarización es la supresión de la crítica, porque esta sólo tiene lugar en medio de la multiplicidad de opiniones y puntos de vista. Fue la aparición de un movimiento crítico lo que escindió al PRI y llevó a la fundación del amplio movimiento plural que en 1988 disputó la presidencia al candidato oficial, por eso quienes manifiestan dudas, objeciones o argumentos contra la línea oficial se purgan cuando los tiempos exigen “unidad”. Si bien los seres humanos están predispuestos a la polarización, a los ídolos de la tribu y del foro descritos por Bacon, aquella no surge espontáneamente, se requiere un agitador, un polemista, un político que logre movilizar esas energías instintivas. Medio infalible para lograrlo es la creación de identidades, de espejos en los que se reflejen los prejuicios de cada quien (los ídolos de la caverna, diría el canciller Verulamio). Así, se explotan la identidad religiosa, la orientación sexual, el gusto por las plantas, el talante anticorrupción, los resentimientos y frustraciones. Cualquier sentimiento elemental, cualquier emoción, son pasto para el fuego de la polarización, de la creación de identidades políticas militantes impermeables a cualquier escepticismo. En el México contemporáneo las herramientas para generar acólitos se construyen con el desprecio hacia la corrupción del PRI y las leyendas acerca de “mafias del poder” (la versión nacional del “Deep state” promovido por la “Alt right” o Andrew Breibart). Otros momentos históricos poseen sus peculiares formas de organizar la identidad. Según Soledad Loaeza, en su artículo “Izquierda y derecha en el México de hoy” publicado en el blog de Nexos el 1/01/2020: “Hoy, la división izquierda-derecha nace de la poderosa fractura que opone a quienes defiende el hiperpresidencialismo en construcción, que es la esencia del proyecto de Andrés Manuel López Obrador, y quienes se aferran a los principios del equilibrio de poderes y a las instituciones que fueron diseñadas para acotar el poder presidencial”. Mediante el discurso de “lucha contra la corrupción” se puede desmontar todo el entramado que acotaba el poder presidencial, supuestamente afectado por la corrupción neoliberal. No se propone una alternativa, así que se liquidan las constricciones y la acción presidencial puede actuar con absoluta libertad. Ejemplo simple de lo anterior es la negativa del gobierno a comprar medicamentos a las farmacéuticas nacionales, por corruptas, y preferir hacerlo a las internacionales por decreto, para evitar la burocracia de la Cofrepis (Comisión federal para la protección contra riesgos sanitarios). Ahora bien, desde el punto de vista institucional la polarización exige condiciones muy fuertes para funcionar. Por ejemplo, sin mayorías en los congresos sería imposible el funcionamiento regular del Estado-nación, por eso la auténtica agenda de los ideólogos de la división es mantener el control, por cualquier vía, de la representación popular. Y si se fracasa en este objetivo, el gobierno por decreto es la opción. Una de las características del viejo gobierno del PRI fue su control absoluto de las cámaras legislativas y el poder judicial. Romper este sistema exigió tanto de las contingencias financieras (crisis de la deuda de los 1980) y naturales (terremotos), como de la aparición de un sujeto social (la parte del PRI escindida con Cárdenas y Muñoz-Ledo) capaz de construir acuerdos con la inabarcable heterogeneidad de la izquierda nacional. Entonces, la transición mexicana consistió en el desmontaje de la polarización generada por el PRI para construir una sociedad plural con sistema competitivo de partidos. De acuerdo a José Woldemberg, en entrevista con Christopher Domínguez Michael (Letras Libres, noviembre 2020) tan venturosa situación no entró en el imaginario de las personas. Él lo atribuye a la desigualdad, la corrupción, la violencia. Sin duda ninguna el espectáculo del enriquecimiento de gobernadores de toda laya fue factor en el desdén por los logros de la transición a la democracia pluralista. Hubo otro elemento de más peso. Era un tópico cotidiano lo fraudulento de las elecciones bajo el PRI, incluso se hacían fraudes sin necesidad. Un auténtico vicio. Eliminar esto fue la labor de los años 1990 que empezó con quitarle al gobierno la organización de las elecciones y prosiguió con la creación del IFE y la ciudadanización del conteo d ellos votos. Pero también, desde 2006 hasta 2018, se propaló la versión de la continuidad de los fraudes, de la persistencia del gobierno ilegitimo bajo la forma de “mafia del poder”. Es decir, un catalizador importante en el desprecio por los logros de la transición mexicana fue el discurso flamígero de Andrés Manuel López Obrador. Lo paradójico es que sin transición la prevalencia y popularidad de ese discurso hubieran sido imposibles. ■

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