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martes, 23 abril, 2024
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Relectura: experiencias

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Por: ADSO EDUARDO GUTIÉRREZ ESPINOZA* •

La peste obligó a un grupo de personas a refugiarse y para el entretenimiento decidieron contar historias: es el contexto en que se desenvuelve “El Decamerón”, que sigue la tradición del narrar historias que, de una u otra forma, se ligan hasta crear un bello mosaico. Con esta novela, tengo una tradición y es releerla en tiempos decembrinos: si bien las fechas se prestan a darle algún valor religioso, en realidad no es así, es la temporada en donde tengo mayor tiempo y puedo entregarme, sin duda, a la lectura —claro, el resto del año las lecturas se diversifican y muchas de ellas son más por razones escolares. Cada temporada, encuentro algo distinto: la lectura cambia debido a las experiencias y el cómo se lee (algunos de sus relatos se pueden leer con una mano y otros con ambas). Estas diferencias hacen divertidas las relecturas.

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“Rayuela” es un caso particular, pues su estructura pretende maneras diversas para leerla, desde la propuesta por el autor hasta la realizada por el autor, mediante su libre albedrío. A diferencia del anterior, releo cada dos años este libro y los encuentros son peculiares. La novela en sí misma es un libro de arena, en su sentido estructural. “El Decamerón”, tradicional, guarda sus proporciones y la exploración lectoral es quizás a través de su simbolismo y la envoltura de su misticismo, a partir de los pecados y las virtudes.

La incomprensión y la fascinación por su simbolismo son razones por las cuales la relectura de “La serpiente verde” es una obligación, pues cada vez que lo tomo me queda claro que no comprendo y tampoco sé con precisión su mensaje. Se me escapa de las manos, aunque es cierto que son experiencias estéticas bellísimas. Cada que termino, me pregunto qué quiso decir Goethe y me angustio al saber que no sé nada. Vaya drama. Caso similar, en algunos textos poéticos de sor Juana, parece que logro comprenderlos y luego se me escapa, pero disfruto admirar la belleza en sus imágenes y su música. Por supuesto, su vena humorística, en un cúmulo de sarcasmo e ironía, es el mayor gozo del que experimento en toda su obra poética.

Quizás los poemas se prestan más a la relectura, la razón podría ser su extensión. Vuelvo con mayor frecuencia a los Machado, su música, de algún modo, me recuerda al galopar de los caballos. A todo galope por las tierras de España y sus llanuras, cada verso un golpe contra la tierra.

Orhan Pamuk es, entre los autores vivos, a quien más he releído, en particular su thriller “Me llamó rojo”, no se fíen mucho de esta categoría: la obra apuesta a más particularidades. Aunque la obra apela a la revelación de un misterio, el homicidio de un ilustrador, apela también a un bello recorrido por las expresiones pictóricas del Imperio otomano. También, volví a “Nieve”, otro thriller que apuesta a lo político y más cercano a nuestros años, y “El castillo blanco”, reseñado por John Updike y, debido a ello, los críticos se fijaron en el autor turco.

Ahora bien, la relectura no significa la inexistencia de libros novedosos por leer, sino el interés por revivir la trama y sus personas; así como disfrutar de su música y su arquitectura literaria. Permiten, sí, el recuerdo y también otras experiencias, igual o más gratificantes. En los últimos años de vida, Jorge Luis Borges prefirió releer, o mejor dicho pidió que se le leyeran clásicos de la literatura —sabemos que, para esos tiempos, ya había perdido la vista. Su predilección por éstos y no los contemporáneos (de su época) era evidente: la calidad de los clásicos era comprobable y asegurable. Total, da la impresión de que sus últimos años fueron tranquilos, auxiliado por sus amigos y familiares, claro luego de una vida exquisita y productiva, en muchos sentidos. Similar el caso de Ludwing Wittgenstein, uno de mis filósofos del lenguaje predilectos, quien por sí mismo fue todo un personaje: adinerado, homosexual (en un período en donde serlo era casi una sentencia), misántropo y, quizás para quienes están enterados e interesados en la vida del dictador o la Segunda Guerra Mundial, ex compañero de un joven Adolfo Hitler. Al igual que el argentino, Wittgenstein pasó sus últimos años trabajando y leyendo, aunque él prefirió otras lecturas —desconozco cuáles fueron y no me atrevería a mencionarlas.

No recuerdo qué otros intelectuales hayan pasado sus últimos días (re)leyendo literatura. Sin embargo, tal acción confirma las distintas ópticas con las que un texto puede ser tratados y su estructura. Por el momento, releo El Quijote, en otra ocasión lo abordaré. ■

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