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jueves, 18 abril, 2024
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La derrota moral

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Sin vinculación con este texto, pero sí con sincero respeto,
aprecio e inmensa gratitud, vaya un reconocimiento
al personal de salud. Con personal dedicatoria a dos
grandes médicos: Evaristo Orozco y Christian Velázquez.

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Cuando el hoy presidente, Andrés Manuel López Obrador habló de moralizar la vida pública, particularmente no me espanté, con todo y mi liberalismo: luego de haber convertido la política en sinónimo de pragmatismo, y de un sexenio tras otro excesos e innegable corrupción, o en el mejor de los casos, de convivencia entre decentes (que lo hay y siempre los ha habido) y rufianes, sujetarse a una idea moral, entendida como honestidad y justicia, parecía más allá de cualquier otra conclusión, un asunto de sentido común.

Sin embargo, más tardó el presidente en tomar posesión que en suscitar un conflicto político más, donde hubiéramos podido construir un nuevo consenso: el de definir la moral. El camino, siguiendo la lógica del sentido común, no era escabroso, había suficientes puntos de los cuáles partir sin mayor complejidad: condenar y no tolerar la corrupción, por ende, combatir hasta el grado de sabotearla, la impunidad; quizá más allá, inquietarse, irritarse con la desigualdad y declararla non grata en todos los espacios del actuar estatal. Pero no fue así. El presidente decidió definir la moral de su régimen, identificándola con sus medios, para alcanzar sus objetivos legítimos (o no). No habría mucho para discutir, si no utilizara un discurso en tono pastoral, al grado de sentirse con la autoridad suficiente para señalar, juzgar y condenar a los que no coinciden con sus medios y autocomplacencias, aún cuando pudieran estar de acuerdo con sus fines y objetivos.

Tal parece que en esa definición de moral no molesta la corrupción al grado que pudiera esperarse luego de décadas de condena y denuncia. Casos como los de la familia Bartlett o los conflictos de interés de Esteban Moctezuma, ambos identificados con el mismo régimen que se prometió transformar (no vayamos más allá), como garantía para los mexicanos, no solo han tenido la protección de su gobierno, sino también su beneplácito para seguir enriqueciéndose a partir de comerciar con el Estado. Los hechos nos han permitido entender que tampoco la impunidad le desagrada al punto de causarle una postura intransigente, como en otros muchos asuntos menores a éste. Su indescifrable conducta (partiendo de la buena fe), frente a los grupos criminales, desde la palestra y el discurso cuando menos, no permiten identificar esa moral que creímos podíamos consolidar entre todos. Su muy mediana y confusa, posición respecto a las demandas feministas, tampoco fueron una oportunidad para demostrar su repulsión a todo tipo de desigualdad.

La moral en la que una gran mayoría de mexicanos (por sentido común pensaría que todos, pero también por sentido común sé que no es así) podríamos coincidir, que nos permitiera conceptualizar la imagen e idea de decencia en la vida pública, ha sido otra vez derrotada, desde ya, en este sexenio. Porque sí la defensa de la idea moral no se suscribe a la realidad, los hechos y las pruebas, no solo es inmoral, sino desmoralizante defenderla, aunque claro es que existe más de una horda dispuesta. No sé, no me atrevo a caer, sí el presidente está derrotado moralmente, como él si se ha pronunciado sobre la oposición, a saber, en su mundo de alegorías, que entiende por adversarios y quiénes son ésos derrotados, más allá de algunos en Acción Nacional. Sin embargo, la moral, de nueva cuenta, sufrió una derrota y en ella el rumbo del país va muy cerca.

@CarlosETorres_

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