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viernes, 19 abril, 2024
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La necesaria reforma de los partidos (segunda parte)

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Levitsky y Ziblatt en el primer capítulo de Cómo mueren las democracias, titulado Alianzas fatídicas, realizan un listado de las características generales que permiten identificar a un líder autoritario y a su vez enlistan las exigencias que deben cumplir los partidos políticos para evitar el arribo de dichos extremistas antidemocráticos. Lejos de iniciar un debate respecto a sí el presidente López Obrador encaja en el primer listado, es posible decir, desde esta particular opinión, que su movimiento, tan amplio, heterogéneo y contradictorio, sí encaja en muchas de las características ahí anotadas.
Sin embargo, también hay que anotar que nuestros partidos políticos no cumplen con su deber de guardianes de la democracia al no inclinarse por ninguna de las acciones que los politólogos citados les apuntan: primero, mantener a los líderes potencialmente autoritarios fuera de sus candidaturas aún cuando ello les quite la posibilidad de obtener los potenciales votos que les representan; librarse, así sea expulsando, a los extremistas de sus filas de militantes; tercero: eludir alianzas con dichos actores, sean candidatos o partidos, aún perdiendo oportunidades electorales; aislar sistemáticamente a los extremistas, en lugar de darles legitimidad, y quinto: unirse para enfrentar a los extremistas cuándo éstos tengan oportunidad de ganarles por separado.
En un rápido análisis es claro que en 2018 y su antesala, ni el PRI ni el PAN hicieron esto. Por el contrario: en ambos es fácil identificar casos de populismo autoritario, por citar solo dos ejemplos, tenemos el caso de Roberto Sandoval en Nayarit y Emilio González en Jalisco. A simple vista cada perfil encaja en los extremos opuestos de la ideología. En estos y otros casos a saber los partidos tradicionales violentaron los primeros tres puntos de la lista anterior.
Por otro lado, en 2018 las diferencias personales que se volvieron institucionales e irreconciliables entre Ricardo Anaya y el gobierno de Enrique Peña Nieto, los puso en contra, permitiéndole pasar a López Obrador y su movimiento, más allá de la Presidencia de la República, en todos los estados, salvo Guanajuato. Francamente una alianza, implícita o explícita contra Morena de parte de los dos partidos tradicionales no hubiera sido efectiva y por el contrario hubiera legitimado aún más la denuncia de López Obrador contra el status quo, sin embargo, una estrategia distinta en las candidaturas al Poder Legislativo, y aún una postura diferente hoy en el Congreso de la Unión, pondría un contrapeso al poder hegemónico que hoy tiene el movimiento que encabeza el Presidente.
Pero para ello debe quedarnos claro que en el estado en el que se encuentran ambos partidos, no podremos esperar mucho: un PRI debilitado, en ocasiones desangrado por sus propios líderes en franca simpatía o confusión frente a banderas que antes les pertenecían y hoy enarbolan enfrente, sin la capacidad para lavarse la cara de una vez por todas de los errores del pasado, reinventándose, rescatando el centro del liberalismo igualitario que podría ser una bandera que con contundencia se le arrebataría a la ambigua y borrosa posición de MORENA respecto a muchos temas. En cuanto al PAN, éste debería retornar a sus principios democráticos de centro derecha (la democracia cristiana pues), pero ello no parece posible con su actual clase política, una que no aspira a combatir al populismo, sino a encarnarlo en la derecha y vender las ventajas no reconocidas del neoliberalismo, un frente que, por lo demás, cada día tiene más competido con opciones que surgen desde algunos líderes sin partido (De Hoyos, por ejemplo) o del calderonismo más cínico.
No puedo suponer que otras opciones representen una alternativa. Movimiento Ciudadano parece aspirar cada vez más a convertirse en la bisagra del momento, ganando poder en cada episodio, aunque ello signifique pactar sin mesura con unos y con otros, sin una postura prodemocrática franca, sino simulada.
En cuanto a MORENA, si bien es un movimiento amplio y amorfo, la democracia liberal no parece ser un ideal arraigado en ninguna de sus muchas corrientes de poder. Pareciera que su militancia le ve con la desconfianza que siempre se le ha tenido a las élites, aun cuando ellos sean la élite ahora (y en no pocos casos, la élite de siempre) y pudieran utilizar la coyuntura para reformar el sistema sin desmontarlo, en un afán menos soberbio para despojarlo de las bases que le permiten reproducir sus peores vicios: la corrupción, el clientelismo y el secuestro del poder en una clase política cerrada a la meritocracia y anclada en el nepotismo y la ineptocracia. Por el contrario, parecen decididos a adoptar dichas características como suyas.
Siendo así, todos nuestros partidos requieren una reforma, no de ahora; con urgencia, no reciente; pero con insistencia sí es que se quiere evitar la muerte de una democracia que apenas nacía (con múltiples males congénitos que podemos volver a discutir en otra oportunidad).

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@CarlosETorres_

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