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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En el año de 2012 aparecen, bajo el sello de “Library of America” (LoA), un par de volúmenes, compilados por Gary K. Wolf, con el título general de “American Science Fiction”. Se pretende que las nueve novelas incluidas en la antología sean “clásicos” del género de la ciencia ficción aparecidos durante la década de los 1950, y algunas lo son en el sentido preciso de haber ganado un premio Hugo. Lo ganó Robert A. Heinlein en 1956 con “Estrella doble”, Fritz Leiber en 1958 con “El gran tiempo”, James Blish en 1959 con “Un caso de conciencia”. A diferencia de los premios otorgados por un jurado de notables, los Hugo se entregan por votación directa de los lectores, por lo que no sólo son novelas clásicas en el sentido de “muy premiadas”, sino también en el de “muy leídas” o, al menos, muy vendidas porque las revistas donde aparecieron por primera vez lo eran hasta antes de la bancarrota de la empresa distribuidora de las revistas de ciencia ficción, la American News Company, y de la aparición de la industria del libro de bolsillo durante los 1960. Sin embargo, no son representativas en sentido estadístico sino resultado de la azarosa combinación del gusto del editor, el tamaño de las novelas, los derechos de autor y las constricciones de la editorial. Por estas razones en el segundo par de volúmenes de la serie, aparecido en 2019 bajo el mismo título pero enfocado en la década de los 1960, el trabajo fundamental de autores muy importantes en la configuración literaria del género, como Úrsula K. Leguin, Philip K. Dick o Kurt Vonnegut Jr., no están presentes porque ya existen varios volúmenes en LoA donde aparecen compiladas sus obras y Thomas M. Disch porque los derechos de autor para su trabajo no están disponibles (véase Rob Latham “A uneven showcase of 1960s SF” Los Angeles Review of Books, 13/12/19 ). Como ya se mencionó, en los 1960 ocurrieron eventos determinantes para la reproducción material del género de la ciencia ficción: se pasó de las revistas baratas a los libros de bolsillo y, más importante, surgió el movimiento renovador denominado “New Wave”, cuyo principal vehículo de expresión fueron las antologías de ficción original. Entre ellas las más famosas fueron las de Damon Knight “Orbit” y las de Harlan Ellison “Dangerous Visions. Como lo saben bien los lectores de la primera serie (hubo dos) de las antologías de Ellison, la predica revolucionaria consistía en decir que la ficción en general estaba moribunda por carecer de ideas, así que se requerían nuevos impulsos para sacarla de ese impasse. Tales impulsos fueron las demandas sociales que escampaban en el escenario norteamericano, y mundial, resumidos en la crítica a la prohibición de las drogas, el cuestionamiento al racismo, el rechazo de la tecnocracia, la denuncia del patriarcado o la catástrofe ecológica. Observa con agudeza Latham, en la referencia citada, que la selección de Wolf de novelas de los 1960 no representa los temas de la “New Wave”, lo que resulta claro del índice de los libros: sólo “Picnic on Paradise” de Joanna Russ y “Nova” de Samuel R. Delany tienen elementos temáticos típicos de la supuesta renovación literaria exigida por los tiempos, mientras que el resto, obras de Paul Anderson, Clifford Simak o Jack Vance son, todavía, productos de la labor editorial e ideológica de John W. Campbell. Para muchos lo fundamental de los 1960 fue la emergencia de los diferentes discursos ideológicos en los que se condensaba la idea de libertad que parecía estar en el ambiente, por eso novelas en las que las posiciones críticas de esos años juegan un papel preponderante son las que sí representarían el “zeitgeist” de la época. Por esta razón, en la opinión de Laham, la antología de Wolfe es fallida. ¿Lo es? Depende de la concepción que se tenga de los fines de la literatura. Si se piensa que debe representar las ideologías de una época entonces Latham tiene razón: a la antología de Wolfe le faltan propagandistas, pero si se cree que una obra literaria objetiva críticamente ideas entonces Wolfe casi atina en su selección porque autores como Simak y Anderson, veteranos de la guerra fría, muestran un racionalismo más crítico que sus sucesores de la “new wave”, aunque prolijo sería argumentarlo. ¿Qué novelas de ciencia ficción había en México en los 1950 y 1960? Gabriel Trujillo Muñoz nos lo recuerda (en “Utopías y quimeras” Jus (2016) México): la exitosa “Yo he estado en Marte” (1958) de Narciso Genovese, “El mensaje de Fobos” (1963) de Arturo e Irene Gutiérrez Arias y “Mejicanos en el espacio” (1968) de Carlos Olvera. Las dos primeras son relatos donde los viajes al espacio son pretextos para esparcir mensajes de paz y amor, la última tiene un tono distinto, menos serio, más allegado a las disquisiciones sobre la mexicanidad y los escritores de la onda, pero en su parodia deja ver lo risible que pueden tornarse las aspiraciones de crecimiento económico nacional basadas en el aislamiento. Genovese no se dejó morir, y lo que primero fue una novela se trasformó en un relato verídico de su viaje a Marte, como verídicas eran las ansías de salir del “subdesarrollo” en aquellos años. ■

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