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viernes, 26 abril, 2024
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La Verdad en los Mitos: el Nacimiento de Dios

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

La religión es una manera de transportar verdades al interior de mitos. Los relatos hacen uso de la imaginación para elaborar mensajes simbólicos que nutren la vida. El cristianismo supo que todos los seres humanos somos iguales o que cada uno tiene un valor absoluto porque éramos “hijos de Dios”. La imagen de creados, nos daba y descubría el valor de ser personas. Así las cosas, la forma de ser del símbolo expresado en las imágenes, dan las claves para extraer las verdades que contiene.

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Algunas imágenes las encontramos similares en religiones distintas. La imagen de un niño producto de la unión de los dioses con seres humanos lo encontramos también en Grecia; así como los dioses que mueren y resucitan, como Dionisio u Osiris. O el nacimiento de dioses en los días cercanos al solsticio de invierno, es común en muchas culturas, porque es el día que inicia el crecimiento de los días y el decrecimiento de las noches: los dioses nacen dando origen a la luz. Y la luz, a su vez, es símbolo de la unión de vida, bondad y saber.

En el caso del cristianismo, se separa del judaísmo cuando afirma no sólo que Jesús es el mesías esperado e hijo de Dios (hasta aquí no hay problema para los judíos), sino que él mismo es Dios. La palabra “cristo”, al inicio significó “mesías” así como lo entendían diferentes escuelas judías; pero luego empezó a cultivarse la idea de que era un mesías ‘preexistente’, y tenía por tanto cierta filiación divina especial; y luego, de ahí, se dio el gran salto a concebirlo como Dios. Pero como se adscribía al monoteísmo, entonces, se elaboró a lo largo de 3 siglos la idea de un Dios Trino. La noción de un hombre-dios y un dios-trino ya no es posible dentro de los elásticos márgenes del judaísmo, por tanto, vino el nacimiento de una nueva religión, el cristianismo. Así pues, la idea de un ‘Niño Dios’ es propiamente cristiana.

Tenemos la unión de un hombre (Jesús) y un Dios (el Cristo preexistente), en una misma persona. Es algo muy complejo de entender, por ello hubo toda una tendencia de teólogos que traducían esto en dualismos: no lograban concebir la unidad de estos componentes, y por ello, separaban lo humano y lo divino en Jesús. Algunos dualismos llegaron a decir que en realidad el cuerpo de Jesús era aparente, porque era imposible que ‘en realidad’ pudieran ser una sola cosa. Otros, más atinados, afirmaron que Jesús era la manera de ser humano de Dios, por tanto, la clave de su divinidad no estaba en alguna sustancia dentro de él, sino en sus mensajes, comportamientos y acciones.

En los evangelios hay tres relatos distintos para dar cuenta de la filiación divina de Jesús: (1) en el bautismo del rio jordán, que quiere decir que fue una adopción posterior durante la vida adulta de este; (2) en el momento del nacimiento, que afirma una filiación en el instante de la concepción, justo son los relatos de Belén (estas son narraciones de los sinópticos); y (3) la idea del evangelio de Juan que afirma ‘la preexistencia del verbo’. Ahora mismo, en estos días, festejamos la idea de un nacimiento milagroso.

¿Qué indican o qué mensajes contienen esos relatos? Lo que el mito está pensado es la relación de Dios y el poder político opresor. La idea de Mesías está detrás del relato: el mesías es un hombre que vendría a salvar al pueblo de sus opresores. El poder ataca su nacimiento con saña asesina: lo quiere eliminar y termina cometiendo brutales crímenes. Es la mecánica de los reyezuelos. El nacimiento es un nuevo comenzar, y el nacimiento de un mesías indica el inicio de un nuevo tiempo histórico.

Pero lejos de la versión edulcorada que celebramos, el relato es descarnado: no es un dios que nace en la corte en medio de sedas y a un lado del cetro. Nace de una familia migrante, que no tenía donde refugiarse y es originaria de un pueblo ‘insignificante’ perdido en Galilea. Es un relato altamente inquietante y conspirador. Si Dios se identifica con los desposeídos, lo que está haciendo es un llamado a la solidaridad-radical: lo sagrado no está en templos o cortes, sino en el rostro doliente del otro. El otro es lo sagrado. Y el antagonista de ese llamado, es el Rey títere (Herodes) del imperio (Roma) que oprime. La solidaridad radical es necesariamente política: se enfrenta al poder opresor. Es lo grandioso de los símbolos: no se agotan. Siempre adquieren actualidad, y por tanto lo podemos aplicar a nuestro presente.

Un Dios encarnado, no es un dios dentro de un cuerpo, sino un Dios-que-se hace-cuerpo. Encarnado es asumir una circunstancia concreta, con necesidades, hambre, sudor, dolor, gozo y finitud. Encarnación es finitud concreta: comida en la mesa, angustias y preocupaciones, relaciones sociales, derechos vividos y necesidades que laten. Ahí está Dios: no en ideas abstractas, sino en el-otro-en-circunstancia-concreta. Eso dice el pesebre: Dios Corporalizado como pobre y perseguido. El relato es un llamado a actuar ‘corporalmente’ en esa circunstancia, para llevarla al otro llamado: quitarle el poder a Herodes y dárselo a Dios. Cuando Dios reina no hay opresión, hay libertad y amor. Estas son (algunas de) las verdades contenidas en el mito del nacimiento del Niño Dios. Un llamado no a liturgias edulcoradas, sino al compromiso.

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