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sábado, 20 abril, 2024
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‘Generación’. Las fiestas que tú escuchabas desde lejos*

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 406 / Libros / Op. Cit.

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Años después me lo dijo Pepe Jara. Consejo Valiente, mejor conocido como Acerina, el grande del danzón en Cuba y México, elaboraba su propio perfume. Una mezcla de esencias naturales, acopiadas sabrá dónde, que sumaban canela, clavo, anís y vete tú a saber, hermano. Mago de la alquimia y el ritmo, Acerina. Era tremendo, muy serio, pero eso sí, siempre atento a lo que llegaba a pedirle, a invitarme a las fiestas que daba en su casa de Moctezuma, sí, Mauricio, la de la colonia en la que yo también viví durante muchos años, como tú, y la que me recorrí calle a calle, cantina a cantina, burdel a burdel.

Qué tú me vas a decir, hermano, imitaba el tono cubano Pepe Jara, si por ahí anduve, te cuento: a veces, cuando nos agarraba la noche después de guitarrear y ya no había tiempo ni ganas para regresar, nos atravesábamos Santa María la Redonda al Café Manuel, el del chino Manuel, que cerraba tarde. Anda Manuelito, parodiaba ahora el hablar asiático el andariego, déjanos quedarnos aquí. El chino bajaba la cortina metálica y los guitarreros permanecían adentro, en alguno de los gabinetes de madera, uno para cada cual. A nuestras anchas, Mauricio, después de habernos zampado nuestros buenos panes y un café con leche para medio bajarnos el cuete, o hasta una milanesa con sus papas y una rebanadota de jitomate y haberles agarrado las nalgas y las verijas a las meseras del turno de la noche, las horas de los jodidos, sí, pero también el tiempo de los dioses.

Que Acerina hiciera él mismo su perfume lo ignoraba entonces. Sabía que olía como nunca había percibido yo aroma en hombre o mujer. Y conmigo lo sabíamos todos los que vivíamos en esa calle, Moctezuma, así tuviéramos pocos o muchos años, y hasta los de las calles inmediatas, al menos las que desde el caserón del músico llevaban al mercado Martínez de la Torre, uno de los pocos sitios identificables que visitaba, a media mañana, Acerina, viejo negro que irradiaba limpieza y aroma. Dando pasos firmes, una bolsa del mandado en la mano, por esos cincuenta metros de Moctezuma, vuelta a la derecha en Soto hasta llegar y cruzar Mosqueta y entrar al mercado por la primera de las puertas laterales, mismas que ubicaban de lleno al visitante en el pasillo de abarrotes, de un lado, y de frutas y verduras del otro. Canelas, clavos, guayabas, limones en la bolsa, la jaba, le escuché decir alguna vez, para regresar entonces Acerina dejando un miasma dulzón y penetrante por cada acera que alcanzaba a penetrar en puertas y ventanas. Los zapatones blanco y negro, la guayabera azul cielo, y en la cabeza ya algo de canas de ese cabello corto y enredado que pretendía aplacar con la parte superior de una media de nylon, supongo de su mujer, a manera de gorra, sellada en la parte superior con un amarre de borlita.

Grandes fiestas, grandes perfumes, Mauricio, por qué te acuerdas de eso, me preguntó entonces Pepe Jara, si eras un chiquillo. De cuando se amarraban los perros con longaniza, las viejas podían llegar a faltar, pero la guitarra nunca, y cualquiera juntaba la noche con el nuevo día y éste con la nueva noche, ahora ya no, y de cuando comenzaron a llamarme el trovador solitario, solo ni madres, y comenzó a irme mejor, mucho mejor. De cuando caminaba por Moctezuma, calle de mi colonia cuando llegué de Chihuahua, a las grandes fiestas de Acerina, las que tú escuchabas desde lejos, los coches del año estacionados, las pieles y los tacones, los trajes negros y los sombreros bien pachucones, y esa casita con frontón al fondo, una pared de piedra volcánica de la que caía una cascada de agua y sirvienta en la puerta.

Y ese aroma obtenido a base de sabrá que menjurjes que permanece a lo largo de la calle por varios minutos, acaba de pasar Acerina, ¿verdad?, y esos sangüiches del chino Manuel, con unas rebanadas bien gruesas de pan de caja, nada de bimbo o sunbeam y un jamón y un jitomate que ya no se encuentran. Verdad que sí, Mauricio; verdad que sí, Pepe Jara.

 

 

* La intimidad de un barrio

Suelen ser los entusiasmos culturales realidades efímeras. Se diluyen en el tiempo, y en las complicaciones propias e impuestas. A ello ha trascendido Generación, la revista cultural-referente en los medios desde poco más de tres décadas. Cada nuevo número de ella es un festejo, como deleite es también poder acompañarla, sin importar el tiempo y los espacios en los que el acontecer diario nos estaciona.

            Impulsada por Carlos Martínez Rentería, la publicación llega a su número 157, 31 los años, e infinidad los temas que ha abordado. Siempre desde el talante desinhibido, incluyente y celebratorio que mucho provoca la personalidad de sus mismos hacedores. “Alternativa”, completa ahora el cabezal de Generación, una publicación siempre cercana a los temas esenciales de las polémicas artísticas y culturales de este país que se quiere joven permanentemente.

De unos números al actual, la revista ha dedicado sus contenidos a revisitar los barrios de la gran ciudad. Santa María la Ribera. Historias de un barrio (156) y Los guerreros de la Guerrero (157) que incluye, además del texto que aquí se reproduce, los de Miguel Nieto, Ernesto Márquez, Juan Heladio Ríos, Angélica Valero, José Javier Návar, Adrián Román, Paloma Escoto, y del propio Martínez Rentería y muchos más. Colaboraciones diversas, acompañadas de ilustraciones originales, que se convierten en “un blasfemo acercamiento a la intimidad de un barrio” que se reinventa a diario.

            Sea esta Op Cit un convite, sin orden ni preferencia, a revista, barrio y habitantes, siempre desde “la emoción” de quienes apuestan por su cercanía a ellos.

 

@mauflos

 

 

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