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miércoles, 24 abril, 2024
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Síndromes patológicos

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Existen a lo largo y ancho del planeta muchos síntomas que dejan entrever algunos de los antivalores que más afean a la especie humana como la envidia, la codicia, la vanidad, la corrupción, la ignorancia, la estupidez, la desigualdad, el odio, el orgullo, el egoísmo, la injusticia, la deshonestidad, la mentira y otras (des)gracias que maquillan la presencia humana en detrimento de valores que de aparecer, enaltecerían a la especie, entre los que podríamos mencionar la honestidad, el amor, la humildad, la sabiduría, el respeto, la amistad, la bondad, la templanza y otros más que ya no vale la pena ni mencionar porque la nostalgia aumenta y la fe, la esperanza y la caridad humana se pintan de gris ante su ausencia en la vida cotidiana.

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En esta ocasión se mencionarán tres síndromes graves que retratan de cuerpo entero, dos de ellos conocidos universalmente y otro “inventado” por este escritero en su obstinado afán de aporrear teclas para seguir aullándole a la luna y no seguir predicando en el desierto emocional, funcional y espiritual en que se está viviendo hoy día.

El síndrome de Procusto:

Este síndrome se refiere a las tendencias que manifiestan personas, grupos, empresas y hasta sociedades para rechazar o minimizar a aquellos que muestra características diferentes, de preferencia, de corte positivo o plenas de habilidad e intelectualidad, nada más por el miedo a ser cuestionados o peor aún, a ser superados por estos sujetos. Para mayor referencia, este síndrome fue popularizado con las teorías del filósofo del futbol mexicano Hugo Sánchez, cuando se refería a los cangrejos de abajo que jalan a los de arriba para impedirles subir hacia la libertad o la gloria.

Este síndrome se manifiesta en todos los ambientes, los laborales, artísticos, científicos y académicos por citar los de alto nivel, pero si lo vemos a niveles menos desarrollados y privilegiados, esta clase de chacaleo se vive cotidianamente en la vida laboral de bajo perfil, como en las empresas, las instituciones y hasta entre los que sobreviven con su esfuerzo propio como modestos emprendedores. En nuestra entidad, este síndrome se padece día a día en todos los niveles; un triste ejemplo es el que muestran los políticos de alto nivel que hoy proliferan en las muy altas esferas; en lugar de asociarse para dar lustre y felicidad a los pobladores del estado, todos se están jalando las patas (dicho sin alegorías metafóricas) para que nadie sobresalga, en lugar de aprovechar esta magnífica oportunidad histórica que hoy aporta la política nacional para que alguno de ellos muestre la casta reconocible y saque al estado de la barranca. A falta de talento reconocible, habrá que resignarse a esperar a la flor más bella del ejido (también, dicho sin preferencias de género).

El síndrome de Hybris:
Este síndrome proviene de un concepto griego que alude a la desmesura de los que ostentan el poder. Los que llegan a obtener el famoso “ladrillito” que los acerca a las nubes del Olimpo y llegan a desempeñar un puesto que les aporta un poquito de autoridad y guía sobre los demás, no nada más se llegan a creer que son mejores que sus representados, sino que son superiores a ellos y sin su guía el mundo no podrá completar su órbita, o algo así. Aún más, se creen que los que son sus subordinados disfrutan de sus ostentaciones y se auto obligan a seguir sus casi omnipresentes guías con una devoción ciega y están dispuestos a manifestar sus humillaciones, heridas y cicatrices como un designio divino que llevarán para siempre como un sambenito que los conducirán hasta los celestiales niveles a la diestra de su omnipotencia y omnipresencia. Desde “lo que usted diga, jefecito, hasta “pégame, pero no me dejes”, ilustran esta patología social que tanto daño hace al desarrollo de las sociedades.

Por desgracia, este síntoma no se queda allí, sino que los que se atreven a retarlo o cuestionarlo, tarde o temprano caerán fulminados por los rayos de estos autoproclamados seres superiores. La ventaja es que, en una democracia, cuando este poder se diluye y estos sujetos vuelven a ver las aguas a su nivel, se ahogan en un vaso de agua tratando de justificar sus malas artes.

El síndrome de la tortilla de arriba:
Esta alegoría mexicana alude a una situación frustrante entre los conciudadanos de este sufrido país. Todos aquellos que guiados por sus valores y la teoría del esfuerzo, sin más intención que estar preparados y dispuestos para ser tomados en cuenta como alguien capacitado y ser materia disponible para cualquier empresa, todo mundo los desprecia para buscar en los niveles intermedios o más bajos, dejándoles de lado a su deterioro y nulo uso hasta que prácticamente no sirven sino para el desecho y para la referencia. Esto da como resultado un desperdicio de aquellos productos intelectuales y sociales que se la rifaron para estar disponibles en cualquier momento y para cualquier circunstancia y no solo son despreciados sino que toda la potencialidad de estos sujetos se desvanece en los anales del olvido y lo que pudo haber sido y nunca fue.

Habrá que meditar sobre estos síntomas y encontrar nuevas formas de aprovechar el talento que ocasionalmente aparece por estos rumbos y que es sistemáticamente inhibido, aplastado y despreciado. Si esto ocurriera, tal vez el país, el estado y la sociedad, respirarían aires más sanos.
Al tiempo.

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