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martes, 23 abril, 2024
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La lucha libre: un toque de espaldas contra los prejuicios

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Por: ALEJANDRO ORTEGA NERI •

■ Reúne domo de la Fenaza a un grán número de fanáticos a pesar de la poca difusión

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■ Las estrellas de la noche fueron Psycho Clown y Pagano, luchadores de la nueva generación

 

En el arte de la lucha libre los primeros derrotados son los prejuicios. El ritual lo exige: ahí no hay clases sociales porque tras una máscara todos somos anónimos o todos somos iguales; ahí no impera el estereotipo de la mujer como sexo débil pues con facilidad un gladiadora podría doblegar al más machín del barrio; ahí no existe la homofobia porque se celebra con la carcajada el beso del luchador exótico al referee; y no existe la discriminación porque en la lucha un enano es un ídolo y un gordo el ser más poderoso.

La explanada del domo de la Feria Nacional de Zacatecas 2019 cambió los tamborazos por los costalazos. Un encordado de cuatro por cuatro metros fue ahora el escenario principal, donde las luces se enfocaron y los asistentes se reunieron. Un cartel de lucha libre daría ahora brillo al llamado “Foro de las estrellas” que más bien pudiera ser por la programación el “Foro de los bostezos”, pues era necesario espabilarse y qué mejor que con una función luchas.

El evento se anunció poco y la economía en el cartel sólo anunciaba a las estrellas de la noche Psycho Clown y Pagano, dos luchadores extremos de la nueva generación que parece que han olvidado la verdadera escuela de la lucha libre y cuyo profesionalismo y gloria consiste en el puro punch. No importó la poca difusión, la explanada reunió a una gran cantidad de fanaticada que se dieron cita para el ritual de la desalienación, el relajo.

Por las máscaras de los niños que ocuparon la butaca principal en los hombros de sus papás, se infería que Psycho Clown es uno de los nuevos ídolos del pancracio. Fornido, alto y con una máscara de payaso, al momento de salir de los vestidores toda la gente con chiquillos en brazos corrieron hacia él para intentar lograr la foto borrosa para el recuerdo. Pocos lo lograron, pues la seguridad privada que lo escoltaba se abrió el paso a empujones hasta el encordado.

La lucha, que era la estelar, poco lució, pues la característica de “lucha extrema” lo único que garantiza es golpe y porrazo dejando de lado todo aquello que ha hecho brillar a este deporte mexicano, la coreografía a ras de lona y aérea, la estetización de la violencia y el circo promisorio.

Los encuentros que la precedieron cumplieron de mejor manera: cuando el Thriller de Michael Jackson retumbó en el sonido la locura se desató, y es que los luchadores se han apropiado de muchas canciones y cuando ésta suena se sabe que las risas y la diversión están garantizadas pues pertenece ahora a la Parka, que en esta ocasión fue Parkita quien salió custodiado aunque bien pudiera haberse confundido con un niño perdido en la feria, y que al llegar al ring no pudieron faltar los pasos de baile al estilo del rey del pop pero en región 4.

La lucha de parejas acaparó toda la atención, cuatro gladiadores enanos peleándose la gloria y un duelo a muerte entre La Parkita y mini L.A. Park generó un cúmulo de exclamaciones y risas, pues mientras se medían con las miradas antes de la inicial toma de referee, desde el público para conminarlos a luchar y aligerar la tensión se escuchó el sonoro e infaltable grito “¡ya rómpele su madre!”, exhorto que fue bien atendido por La Parkita, quien ganó la lucha con la llave que hiciera famoso al gladiador cinematográfico Huracán Ramírez, la hurracarra.

Sin embargo, el mejor espectáculo estaba por empezar, una lucha de relevos australianos mixtos que se caracterizó por un choque generacional, pues compartieron equipo y encordado las viejas glorias de la lucha exótica, Polvo de Estrellas y Pimpinela Escarlata, con los recién llegados El Hijo del Villano III, El niño hamburguesa, Big Mami y La Hiedra.

La mejor pelea de la noche demostró un sinfín de situaciones; primero que la agilidad de la Escarlata, uno de los mejores luchadores exóticos que ha dado la lucha libre mexicana, ya no es la misma para el llaveo pero sí para mover el bote con La vida es un carnaval de Celia Cruz. Y que la fórmula del beso y el nalgueo constante hacia los rivales y el referee sigue funcionando para encender al público que se da cita.

Ahí la homofobia de este estado que ha echado abajo el matrimonio igualitario se disipa, pues todos quieren que los exóticos repartan besos a diestra y siniestra para aplaudirles y no castigarles con el discurso del odio. ¡Bésatelo al güey! Piden al unísono, luego de la acción la gente festeja con un sincero y placentero “¡Ándele perro!”.

Pero también demostró que la ronda generacional exige a los gordos. Porque ante el retiro de la gran Martha Villalobos que dejó el ring en busca del hueso político, y la cada vez más menguada actividad del Brazo de Plata, mejor conocido como Súper Porky, ha sido necesaria la llegada de El niño hamburguesa y la Big Mami. En el país que ocupa el segundo lugar en el mundo en obesidad, ser un luchador gordo es sinónimo de admiración, y pareciera que entre más kilos se tenga el carisma es mayor.

La tercera caída llegó su a fin, La Hiedra y el Hijo del Villano III se rinden ante un tirabuzón de peso completo que les propinan Big Mami y El niño hamburguesa, mientras que en el centro del ring, Pimpinela Escarlata puso en toque de espaldas a Polvo de Estrellas que estaba distraído plantándole un beso al referee. La lucha finaliza y el bando de los técnicos se hace con la victoria. Suena nuevamente La vida es un carnaval y la Escarlata, con ese look a la Rocío Banquels que trae, festeja bailando.

Asistir a una función de lucha es detenerse en el tiempo; no han desaparecido los clásicos puestos de máscaras metálicas y pequeñas figurillas de acción; los niños tienen permiso de desvelarse y decir groserías frente a sus padres, las señoras se desquitan con mentadas que quizá estaban destinadas para los esposos y éstos con disimulo no pierden de vista la figura de La Hiedra. En la lucha no hay corrección política, todos participan de un festín a la Rabelais y practican una de las muestras más palpables y entrañables de la fenomenología del relajo. “¡Chíngalo, chíngalo!” es el eco que solo queda.

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