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martes, 23 abril, 2024
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No era yo

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Por: ALBERTO HUERTA* •

La Gualdra 322 / Río de palabras

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A la memoria de Jesús Luis Benítez

Mis ojos se han llenado de un agua dolorosa.

José Emilio Pacheco.

 

No era yo quien a grito pelado, con lágrimas en los ojos, gritó: ¡Tierra… Tierra a la vista! No era yo quien devoto le rezó rosarios completitos a Los Mártires de Chicago, a las Ánimas del Purgatorio y al milagroso Señor de las Medallas… No era yo quien bailó el Jarabe tapatío en la luna y con voz quebrada por la emoción exclamó: Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad. ¡A huevo! ¡Órale! No era yo el que izó la bandera en el Zócalo enfrentito de las oficinas del Emperador Moctezuma. No era yo el que por las mañanas veía salir del baño a su novia, sin toalla ni bata afelpada, chorreando agua, con el cuerpo moreno, delgada, de carnes duras y elásticas, y le decía riendo a carcajadas: ¿Soy o me parezco? No era yo el que por las noches de verano, sentado en el sofá, con una cuba libre con tres cubos de hielo, fumando cigarrillos de tabaco negro, escuchaba a los Rolling Stones, a las tantas de la madrugada, después de beberse dos o cinco cubas libres, mientras afuera en el jardín, se formaban escuadrones completos de mosquitos. No era yo el niño a quien sus padres y tías lo arrullaban cantándole Cocula. No era yo quien cenaba una orden de tacos de picadillo, papas y frijoles, una orden de enchiladas rojas con papas y zanahorias fritas y queso añejo espolvoreado por encima. Y a veces un plato de menudo o de pozole… A ves, sólo a veces. No era yo el que sentado con su mujer en un restaurante, en una plaza, salió, compró una guitarra pequeña de juguete a un vendedor ambulante, entró al restaurante y le cantó una canción ranchera a su mujer que siguió comiendo paella con una sonrisa enorme dibujada en el rostro. Ante el asombro de los demás comensales. No era yo quien a principios de los años setentas marchaba por las calles coreando la consigna: ¡Somos un chingo… y seremos más! Con el puño izquierdo levantado y la mirada brillante y sintiendo punzadas en el estómago. Y la gente mirándonos con asombro… No era yo el que una mañana, ya finalizando el otoño, bebía una taza de café americano y comprendió que estaba solo en el mundo. No era yo el que a todas las mujeres que amó les compró ramitos de gardenias y las hizo caminar como cartero por las calles de la ciudad. No era yo el que guisa berenjenas capeadas bañadas con una salsa de jitomate, sopa de tortilla, y una ensalada verde y una jarra bien grande de té de limón con mucho hielo y de postre calabazates y nieve de ciruela de garrafa… No era yo, de verdad, no era yo… No… No…

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_322

 

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