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jueves, 28 marzo, 2024
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Por: Rodrigo Reyes Muguerza •

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Con esta frase ahora famosa, Charles Dickens empieza la comparación entre Londres y París que plasmaría en su novela “Historia de Dos Ciudades”. Dickens resalta de manera poética las diferencias en los estilos de vida de los ciudadanos londinenses y parisinos. Muy probablemente, de haber sido nuestro contemporáneo y coterráneo, Dickens no hubiera tenido que buscar esos contrastes en dos países diferentes, los hubiera encontrado en una calle de México, uno de los países más desiguales de la OCDE.

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En México, la riqueza está altamente concentrada en un número reducido de familias y la pobreza es compartida por un número amplio de la población. De acuerdo con el reporte Desigualdad Extrema en México, publicado por OXFAM, el 1% más rico de México concentra el 21% del total de ingreso en el país. Una distribución tan poco equitativa tiene consecuencias en varios ámbitos. El poco poder adquisitivo de la mayoría de las personas debilita el mercado interno, genera un alto grado de marginación social y se refleja en otro tipo de desigualdades; tomemos como ejemplos el acceso a la seguridad y la educación.

Un ejemplo práctico acerca de la seguridad, sobre la cual el Estado debería de tener el monopolio, lo encontramos en el incremento de empresas dedicadas a la seguridad privada. En un país donde la violencia se ha vuelto endémica, donde los estados, municipios y el país en general no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos, aquellos con recursos suficientes deciden remplazar la función del Estado a través de la adquisición de servicios privados. Así, en una misma calle podemos encontrar a personas con escoltas y a personas que hacen filas para abordar el transporte público, uno de los espacios que se ha vuelto campo de cosecha para la delincuencia.

La educación no es un tema diferente. El incremento exponencial de universidades privadas de baja calidad en los últimos años pone en evidencia dos cosas. Primero, la demanda que existe no puede ser cubierta en su totalidad por el Estado. Esto genera que aquellos que no pueden entrar a las universidades públicas escojan pagar una opción privada de menor calidad. Por supuesto están aquellos que no pueden tener acceso a ninguna de las dos y terminan por dejar de lado la idea de estudiar una carrera. Segundo, existe una gran desigualdad incluso en el acceso a la educación privada. Es decir, mientras que aquellos con mayores recursos podrán estudiar en las universidades de élite, las cuales facilitan la incorporación al mercado laboral, la mayoría tendrá que estudiar en universidades cuyos costos son más accesibles pero su reputación no ayuda a conseguir un trabajo. En otras palabras, nuestro sistema educativo, en coexistencia con la lógica de mercado, genera por sí mismo más desigualdad.

La pregunta difícil es cómo hacemos para empezar a cambiar las cosas. Por supuesto que la respuesta es compleja y su implementación aún más. En el caso de la seguridad, uno de los elementos centrales para garantizar su mejoría es la implementación de una muy necesitada reforma policial. Si bien el mando único y diversas iniciativas han intentado reformar los cuerpos policiacos de los estados es necesario ir al fondo del problema. Se necesita mejorar las condiciones sociales laborales de los policías, brindarles capacitación y mejores salarios. Debemos de recordar que, ante una situación delicada, la petición a un policía es que arriesgue su vida y para ello le estamos pagando muy poco.

Respecto a la educación una opción viable es hacer más rentable la educación pública que la privada. En países como Dinamarca y Suiza, por ejemplo, resulta sumamente extraño atender a una universidad privada. En esos países el Estado garantiza la educación superior de alta calidad dejando a las universidades privadas la tarea de lidiar con casos especiales o con la preparación de profesiones sumamente especializadas. Otra experiencia exitosa que se dio en Escocia es la creación de iniciativas público privadas para generar las condiciones necesarias que permitan cubrir la demanda educativa.

En ambos casos, la seguridad y la educación, la implementación de cualquier política requerirá de voluntad, algo que parece escasear en México aún más que el dinero. Sin embargo, el postergar este tipo de decisión y pensar que la desigualdad no nos afecta a todos puede tener consecuencias desastrosas. Si queremos mejorar como país debemos brindar un piso parejo para que todos compitan. De no hacerlo seguiremos viviendo el mejor y el peor de los tiempos dependiendo de a quién se le pregunte. ■

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