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jueves, 25 abril, 2024
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Un espacio en blanco

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ • admin-zenda • Admin •

Inercia

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Hace más de dos años que inicié este proyecto. Lo empecé porque necesitaba exponer algunas ideas sobre la cultura nacional y local; me interesaba sobremanera mostrar algunas observaciones en comportamientos e ideas que, consideré, podrían dar explicación a algunos fenómenos sociales circundantes.

Digo que “necesitaba” de esto, y aunque dicho verbo, además de estar en copretérito (es decir, enfatizando un hábito), resulta un tanto subjetivo en términos de crítica, he de aceptar que sí se trataba, al menos en un inicio, de una exigencia muy personal.

Inicié esta columna que lleva por nombre “Inercia” con la firme intención de proponer pequeñas reflexiones que, quizás algún día, lograran un cambio, y nunca pensé en el momento de dejar de hacerlo. Y aunque ese momento no ha llegado, hoy, por razones profesionales, tengo que hacerlo.

Escribir por escribir

A veces uno solamente escribe porque lo obligan… Pero a veces uno escribe para obligarse; es decir, para darle sentido a las cosas. Esto explica en gran medida la “necesidad” de la que hablo cuando hablo de esta columna de opinión. Siempre tengo la necesidad, como un forzado sinónimo de obligación, de cuestionar al mundo.

Tal vez esto conlleva a que muchas personas busquemos espacios para exponer estas necesidades, y de esa forma explorar si es que hay alguien más en el planeta con quien coincidir. De lo contrario, encontrarse en soledad también resulta enriquecedor. Pero por fortuna, la vida siempre nos enseña la sabiduría de la humildad, aunque de las maneras menos sospechadas. A mí se me presentó en forma de coincidencia con lectores, de quienes he aprendido que no hay verdades unívocas, pero ante todo me enseñaron que si en algo tengo plena razón es en que nunca se puede estar totalmente en lo cierto.

Es así como puedo admitir que, hay muchas columnas publicadas de las cuales me avergüenzo y que, de tener oportunidad, las borraría de la faz. Pero como están ahí, con su negra tinta reluciente, para señalarme vivos errores, no me queda de otra que reconocerlos y aprender de ellos. Y ahí está el gran conocimiento. Y es que las virtudes de la escritura suelen rebasarnos sin que nos demos cuenta. La eternidad de la tinta, no ya en el papel sino en el pensamiento, es un sino del que uno no escapa jamás, y por lo tanto las enseñanzas se convierten en una constante vital.

Es cierto, como dije líneas arriba, que mis pretensiones, como las de muchos jóvenes entusiastas, era que estos escritos cambiaran un poco el mundo. ¡Qué soberbia de mi parte! Sin embargo, sí lo han hecho, cambiaron mi propio pensamiento; y es que escribir cada vez se convierte más, para mí, en una digna responsabilidad.

Una invitación permanente

Lo más difícil no es escribir, sino ser leídos. Y gracias a esta actividad he aceptado mis fallas. Pero también incomodé a algunos y tuve algunos roces desagradables; y es que en general, no nos gusta ser cuestionados, y en nuestro país cuestionar equivale a arriesgar el pellejo. Afortunadamente, en mi caso, no pasó de que algunos me retiraran la palabra… Palabra que, dicho sea de paso, he aprendido a soltar con el mayor respeto que me es posible.

Perder el miedo a exponernos ante la mirada lasciva de la otredad nos coloca en nuestro lugar, nos pone los pies sobre el suelo, nos hace cuidar nuestra lengua. En este sentido, es sumamente agradable comprobar que no somos nadie, pero no estamos solos. De este modo aprendemos a tomarnos nuestras ideas más en serio y a la vez caer en cuenta de que mucho de lo que hacemos es inducido sólo por un ansioso ego. Concientizar esas luchas internas es un proceso que pocos tienen la fortuna de experimentar; hay que valorar cuando nos sucede, pero ante todo aprender a conocernos.

Estoy agradecida con este periódico, no sólo por el espacio que ofrece a quienes escribimos, sino por ser, realmente, un espacio de libertad, digno del diálogo. Su público es uno de los más cálidos pero también meticulosos, y en eso radica una de sus fortalezas.

Yo ceso de escribir, en esta página, en este medio, pero hago un llamamiento a todos aquellos que sientan la imperante necesidad de decir algo para cambiar algo; a todos los que quieren darle sentido al mundo, su mundo; a todos los que están hartos y cansados de lo mismo; a todos los que ya se dieron cuenta de la inercia que nos gobierna más allá de los gobiernos sociales; a todos los que alzan la voz y se encuentran en un mismo grito; los exhorto a tomar la pluma, a pulsar las teclas de la computadora con un objetivo firme.

Esta ha sido y seguirá siendo mi resistencia. Obedezco a las perfectas leyes de la escritura y  la lectura. Esta ha sido mi muy pequeña, insignificante revolución ante un mundo ciego y sordo, ante gente que estando viva está muerta. Este no debe quedar como un espacio en blanco, sino como la posibilidad de nuevas letras, nuevas ideas: una renovación. ■

 

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