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viernes, 29 marzo, 2024
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Ochenta y ocho, Novecento…

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Por: Magdalena Okhuysen • Admin •

La Gualdra 229/Teatro

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El mar es ala de espejos.

Irene Artigas

Casi cualquier piano tiene ochenta y ocho teclas que, ante el músico capaz de verdaderamente transformarlas en sonidos y silencios, ceden a la posibilidad del infinito; en esta historia, suspendida sobre la inmensidad del océano, las notas de la música —que de repente también se deja platicar— conjuran el misterio de la singularísima voluntad que las consagra: Novecento, un artista prodigioso. Cuenta la historia que Novecento tal vez nació en el barco; ahí lo encontró un marinero, Danny Boodman, en una cajita que alguien dejó sobre el piano del salón de baile de primera clase; el bebé tendría unos diez días de nacido. El marinero lo crió; después (no sabemos cuánto tiempo después), murió en una tormenta. El niño se quedó con la tripulación y nunca quiso bajar del barco. Una de las tantas veces que el barco llegó a puerto, Novecento tuvo más miedo que nunca de que quisieran registrarlo en tierra y luego no lo dejaran volver a su lugar, así que fue a esconderse; cuando el barco zarpó, nadie sabía dónde estaba; lo buscaban, en cada rincón del Virginian… Lo encontraron sentado frente al piano del salón de baile de primera clase, con los piecitos colgando del taburete, de tan pequeño que era todavía, y estaba tocando algo maravilloso. “No sé qué demonios de música estaba tocando, pero era pequeña… y hermosa”.

La historia de Novecento, “complicada, pero genial” (como acertadamente se propone en la sinopsis de La Cáscara), se condensa en un texto —muy breve— que Alessandro Baricco escribió para un actor y un director; tenemos nombres y apellidos de los dos afortunados personajes que estrenaron este espectáculo en 1994, en el festival de Asti. Este texto propone una puesta en escena muy sencilla; de hecho, mientras más sencilla, mejor, porque para esta pieza no se necesitan recursos escénicos aparatosos, el pacto ficcional es simple: te contaré una historia (en realidad, sólo habría que escuchar). Van a dinamitar el Virginian. Novecento, que nunca ha descendido porque no cree que sea posible soportar la vida sobre la inmensidad de la tierra, tampoco lo hará esta vez. Tim Tooney, el narrador (y, en la historia, el trompetista que tocó junto a él en la Atlantic Jazz Band), recibe una carta en la que le explican el asunto, así que va a buscarlo para convencerlo de bajar y salvarse; lo encuentra sentado sobre una bomba, una carga de dinamita “así de grande”. En algún momento, Novecento le dice: “No estás jodido verdaderamente mientras tengas una buena historia a cuestas y alguien a quién contársela”. Y Tim Tooney, el primero en escucharla, concluye: “Él sí que tenía una buena historia. Él era su buena historia. Delirante, a decir verdad, pero hermosa… y aquel día, sentado sobre toda aquella dinamita, me la regaló. Porque yo fui su mejor amigo… Sí que he hecho tonterías, y si me ponen boca abajo nada saldrá de mis bolsillos, hasta la trompeta vendí, todo, pero… aquella historia no… ésa no la he perdido, todavía está aquí, tan límpida e inexplicable como sólo era la música cuando, en mitad del océano, la tocaba el piano mágico de Danny Boodman T. D. Lemon Novecento”.

En el minúsculo prólogo con que presenta la primera edición, Baricco se manifiesta dudoso sobre la naturaleza genérica de su escrito y dice que, aunque en su opinión se trata de un texto teatral, viéndolo ya en forma de libro le parece “a caballo” entre una puesta en escena y un texto para ser leído en voz alta; de hecho, lo importante para él —nos dice— es que es “una historia hermosa que valía la pena contar”, aunque no haya un nombre para textos de este género. Por supuesto, es un asunto para nada simple el de los géneros “literarios”; de hecho, uno se pregunta si es válido calificar los géneros con el término “literario”, sobre todo, uno se pregunta si es redituable para quien gusta del teatro, pensarlo en términos de “literatura dramática”; la literatura se debilita —o se transforma, se fortalece, se hace compleja, ¿qué será?—, cuando se concibe como un canal para el teatro. Novecento es un libro que puede ser leído, también, en silencio, a la luz de la lámpara, porque, como dice Virginia Woolf en uno de sus ensayos de The common reader —a propósito de la tragedia de Eurípides— hay dramas que pueden ser representados en la mente; el de Novecento es un drama así, sobre todo porque esa inusual simplicidad mental del silencio es, tal vez (cuando se logra), el mejor escenario para representar la multiplicidad de registros que logra esta historia, divertida y, sobre todo, sorpresivamente conmovedora. A esta sorpresa me pareció que apunta la puesta en escena que nos ofrece La Cáscara; Juan Manuel Chávez Concha construye una atmósfera amena, ágil, llena de ocurrencias, es un personaje inmerso en la situación que, como narrador, nos representa, y allá nos lleva y… de repente, “zas”, la representación que nos dio tantas voces nos descubre su silencio, así nada más, sin avisar… un silencio al que no hubiéramos esperado llegar, pero es uno de esos silencios genuinos, valiosos, difíciles de encontrar, y que se agradecen.

1 Fotos Jánea Estrada 2

http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-229

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