1812 fue un mal año para el proyecto de Napoleón Bonaparte. Controlaba Europa continental, cierto. Había derrotado a todas las supuestas “potencias europeas” y mantenía un bloqueo contra Inglaterra que Rusia, por razones que el capitalismo bien conoce, había decidido abandonar. De ahí la necesidad de invadir ese territorio. Mikhail Kutúzov, el sabio líder del pueblo en “Guerra y paz” de Tolstói, no tan embellecido como en la prosa del místico, logró acosar al ejército del emperador francés mediante tácticas de guerrillas. Para el invierno de 1812 la “Grande Armeé” flaqueaba. Para el 14 de diciembre de 1812 las tropas de Kutúzov expulsaron de Rusia al invasor. Una derrota que marcaría el inicio del fin del control francés sobre la Europa continental. ¿A quién responsabilizó Bonaparte de su fracasada campaña en las tierras del zar?Con cita directa a George Lichtheim, José María Ripalda (en su “La nación dividida” FCE, España, 1978; p. 14) contesta: “Según Napoleón, los “idéologues”, al pretender guiarse por la razón, despreciaban “el conocimiento del corazón humano y las enseñanzas de la historia””. Resulta que el emperador francés era un romántico. Un crítico del racionalismo promulgado por Destutt de Tracy tras la estela de los filósofos ilustrados. Nada de lo anterior aparece en la película “Napoleón” (2023) de Ridley Scott. La ausencia de hechos, la invención de situaciones, la falta de “fidelidad” al registro histórico constituyen el núcleo de varias críticas a la cinta. Por ejemplo, Francisco Gracia Alonso en su “El Napoleón de Ridley Scott. Más que un error, un crimen” afirma que “existen límites para no transformar la realidad en esperpento”. ¿Y por qué olvidar que era eso lo que Ramón de Valle-Inclán propuso para criticar la realidad, el esperpento, la visión de la sociedad como en espejo cóncavo? Pero sigamos, por un momento, a Gracia como epitome y paradigma de esa manera de criticar la obra de Scott. Así, nos ilustra el crítico acerca de todos los errores históricos cometidos por el celebre director de “Blade runner”. Divide esa enumeración en cuatro partes: los errores históricos propiamente dichos (e.g. Napoleón no asistió a la decapitación de María Antonieta, no ésta fue decapitada con su melena al aire), los relativos a las batallas (e.g. Scott se aviene a la “leyenda negra” anglosajona y retrata a un carnicero que merecía ser derrotado por un lamentable duque de Wellington), aquellos de la ambientación (e. g. la bandera de tres colores fue adoptada como símbolo de la nación francesa hasta 1830, con la caída de los Borbones) y, al fin, equívocos de la trama (e.g. Josephine era seis años mayor que Bonaparte). Y concluye, tras el catalogo de despropósitos, que es una mala película en todos los aspectos. Cabe aquí aclarar, para después razonar acerca de ello, que el artículo declara, muy al inicio, que una de las películas dirigidas por Ridley Scott que marcó las últimas décadas es “Blade Runner” y esto es una abierta contradicción con el principio crítico aducido. ¿Por qué? Si lo criticable de la película, y aquello que la torna fracasada,es su infidelidad a la historia y los historiadores resulta que “Blade Runner”, esa aclamada obra que avala a Scott es, al igual que “Napoleón”, por completo infiel al texto original de la novela de Philip K. Dick titulada “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. Entonces, como demuestra la adaptación cinematográfica de la novela citada de Dick, se pueden obtener buenas películas sin necesidad de que trasladen de manera exacta el texto literario al lenguaje del cine. Y lo mismo pasa con la historia. Recordemos que el cine y la literatura comparten la característica de ser “ficciones”, es decir, invenciones de sus autores. Sería un error descalificar “Guerra y paz” de Tolstoi porque no retrata de manera adecuada en su novela al auténtico e histórico Kutúzov. Lo que coloca en su texto Tolstói es la imagen del héroe popular vuelto ficción por un pueblo necesitado de nacionalismo. Descartada la superficialidad de un principio crítico inaceptable queda discernir si se puede encuadrar la película bajo la idea de una crítica de la sociedad. ¿Es rompedora? Bueno, quizá con un poco de esfuerzo se pueda ver que coloca a la religión y la política a la par, y dado que esa guía, la de la política, conduce al desastre, se puede cavilar que, contra lo que pensó el mismo Napoleón, sea la ciencia la auténtica guía de los seres humanos. Veamos, primero, el paralelismo entre religión y política. En cierto momento de la película, con todos los errores históricos implicados, Napoleón abandona la isla de Elba y vuelve a Francia. Cuando se enfrenta a los oficiales que iban a arrestarlo logra convencerlos de seguirlo. No tanto convencerlos, pues los oficiales ya estaban convencidos. Napoleón es imaginado como un auténtico “pescador de hombres”, un seguidor de Jesucristo (Mateo 4:19). Y los guía al desastre porque, en fin, sus fines sí eran de este mundo, no del otro. Tal es el sino de todos los románticos como críticos de la Ilustración, es decir, de aquellos que defenestran la razón en favor del “corazón”. Por ende, sólo la ciencia puede guiar a las masas en este mundo.