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viernes, 9 mayo, 2025
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Malditas antologías

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Las hay de todo lo que se puedan imaginar e incluso de lo que no alcancen a imaginar. En sus inicios las antologías eran de géneros literarios. Las había de cuentos, de poesía, de crónica, y hasta de fragmentos de novelas. Luego descubrieron que las antologías en realidad se podían hacer de lo que se les viniera en gana a los que iban a estar en la antología. Aquí comenzó el desastre: las antologías temáticas es lo más catastrófico que le pudo ocurrir a la literatura. 

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Las hay de amantes del café. Las hay de amantes de los pájaros del parque México. De lesbianas. De homosexuales. De derechos humanos. De canciones de Agustín Lara. De vecindades de la CDMX. De los churros. De las calles de Zacatecas. Las de cantina son las preferidas porque todos tenemos una historia borrachos o con borrachos. Las hay de gatitos. Chicos, medianos, grandes. De perritos. Chicos, medianos, grandes. De vecinos en unidades habitacionales. De teporochos: son las mismas que las de cantina, pero un poco más vulgares. Las hay de tamales. De amores imposibles: abundan porque lo mismo que el borracho todos tenemos un amor imposible que queremos honrar literariamente y que terminamos alejando para siempre. Forever. Pongan lo que quieran aquí y de eso encontrarán una antología en cualquier librería. Y claro que nada de esto debería importarme porque yo mismo he participado en antologías de minificciones (al igual que las cucarachas, abundan) y de literatura infantil. 

Al genio que se le ocurrió la idea de las antologías deberíamos montarle un monumento donde se apilaran las tantas antologías inútiles y mal hechas. No puedo asegurar que todas, pero sí sé de antologías que son o del club de Tobi o del club de Mafalda: grupitos de amigos o de amigas que en algún momento tienen la genialidad (sí, la misma que tuvo el inventor de las antologías) de escribir acerca del tema que tenga el mayor número de votos en mesas de cantinas o de restaurantes de esos a donde solo acude la alta intelectualidad y los letrados famosos, los de fotografía y homenajes mensuales. Ya está: se les informa a los convocados el tema del que tienen que escribir. Esto es ya en sí un desastre: que alguien te diga que tienes que escribir acerca de cierto tema, que aceptes con tal de aparecer en una antología es una locura que va contra toda vocación y ejercicios literarios. Pero les gana la vanidad. Si me lo permiten: la vanidad es la dama con la que todos los escritores, al menos los mexicanos, porque no conozco, como Efraín Huerta, más allá de Cuautitlán, sueñan con bailar su vals de presentación en sociedad o sus XV años de un talento del que carecen, el de escribir decente. 

Hace algunos años me ocurrió algo curioso: un hombre, no recuerdo ahora el nombre y no voy a perder tiempo buscando, te contactaba por alguna de las redes sociales y te sabía vender el producto lo mismo que las vendedoras de Avon venden sus apestosos perfumes: te decía que iba a ser un tiraje de más de mil ejemplares y… he aquí el toque secreto de la venta: la antología se iba a distribuir a nivel latinoamericana. Sé que parece difícil de creer que un hombre como yo haya caído en esas trampitas, pero también he tenido mis anhelos de quince minutos de fama, así que acepté una o dos veces, hasta que el tipo empezó a pedir dinero para editar las antologías. El mismo cuento que se cuenta como lugar común en la literatura: si tienes dinero suficiente pagas por publicar y lo más seguro es que dentro de veinte años tu nombre aparezca en más de cien antologías, se entiende: hay dinero, puedes pagar una posición literaria, lo mismo hacen los que, al no creer en sus capacidades, pagan para que una editorial de dudosa reputación, con una editor o editora con la misma dudosa reputación (pero más homenajeados que Benito Juárez)saquen a la venta su libro (carente de calidad literaria porque nadie se atreve a decirle al autor o a la autora que no sirve. 

Conté a los participantes de la antología (ninguno conocido), luego hice la multiplicación por la cantidad de dinero que pedía el tipejo ese y descubrí que el negocio de las antologías sí deja, sobre todo si eres bueno no para escribir cuentos, sino para contarlos, porque con una antología te bajan la luna, las estrellas. Y como editor uno bien se podría costear una buena semana, comprarse unas cuantas novelas de primer nivel e irse a tirar de panza a una playa igual no tan lejana, pero sí sabrosona. Lo peor de todo es que nadie se atrevía a denunciar al antologador; al contrario: cuando uno entraba a su perfil leías, asombrado, que había hombres y mujeres que le suplicaban los incluyese en la antología, hombres y mujeres, obvio, urgentes de psicoterapeutas. Por favor, ya te mandé mi texto. Espero me apartes un lugar. Yo puedo participar con uno de mis poemas, tengo miles. Yo quiero aparecer, ¿dónde te puedo hacer el depósito? 

La maldición de las antologías en parte se la debemos a Octavio Paz y a José Emilio Pacheco y a Carlos Monsiváis. No obstante, ellos al menos dan una explicación de por qué se eligió a ese autor, sus aportaciones, datos que son muy útiles para quien se acerca a las antologías como estudioso de la literatura mexicana, aunque, acá entre nos, también tuvieron la ocurrencia de meter a uno que otro cuate, y quien diga que no miente. 

Hace poco me enteré de que una poeta muy laureada en feis está por armar una antología de poesía. Quien me contó la historia iba a participar en ella, hasta que se enteró que le pedían 1500 pesos para participar en una antología que hasta la fecha aún no tiene título. Me contó cuantos iban a participar: negocio redondo, sin duda. Ella decidió no participar a pesar de las insistencias de la mujer. Nuevamente la vanidad: quien hace la antología la llenaba de elogios literarios y le advertía de la importancia de estar dentro de una antología. 

Lo peor de todo es que este tipo de ediciones carecen de una distribución seria, por lo que terminas acudiendo a presentar tu antología en fondas, cafés de buena muerte, cantinas de mala muerte, ruinosas casas de la cultura e incluso bajo puentes (a mí me tocó acudir a una y al final dieron tacos de canasta). Y claro: siempre están a reventar. Hagan cuenta: basta con que cada uno de los antologados invite a su madre y a su abuelita para que el lugar esté lo mismo que un estadio donde toque Peso Pluma. 

Tengan mucho cuidado, por favor, porque por lo regular este tipo de antologías se hacen a partir de la ingenuidad del autor. Les van a decir que van para el próximo Nobel de Literatura. Les van a decir que su propuesta literaria es lo mejor que le ha ocurrido a la literatura desde Ignacio Manuel Altamirano. Les van a hablar de que ellos tienen muchos contactos para que ustedes continúen publicando y hagan una carrera literaria prometedora, no obstante, una vez que suelten el dinero y salga la antología, lo más seguro es que no vuelvan a saber nada del editor ni de la antología.    

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