En la exposición de motivos de la Ley Orgánica de la UAZ, que apareció en el suplemento al #47 del periódico oficial del gobierno del Estado de Zacatecas correspondiente al día 13 de junio de 2001, en lo que forma el decreto #278, se puede leer que con la nueva Ley Orgánica los universitarios zacatecanos realizarían una síntesis de su experiencia histórica, preservando lo bueno y desechando lo obsoleto: “Esta síntesis coincide en lo fundamental con los retos actuales: renovar nuestras estructuras conservando aquellas que han demostrado una persistencia feliz y necesaria; preservar todo lo valioso de las tradiciones, pero con el coraje para suprimir antiguas, y generar nuevas, figuras y relaciones institucionales”.
A quince años de distancia estas palabras parecen ominosas porque las estructuras que felizmente persistieron han permitido el endeudamiento de la Universidad, la explotación intensiva de sus asalariados, y no han ahondado las formas democráticas de convivencia. Por ello, y de acuerdo a lo citado, no ha existido el suficiente coraje para suprimir un diseño institucional en el que los contrapesos a la autoridad del rector no existen. Y eso que según la exposición de motivos de la Ley Orgánica: “Para avanzar en todo lo anterior dentro de un marco de congruencia con el espíritu de organización republicana, para su equilibrio interno especificamos funciones de contrapeso a los órganos de poder mediante los cuales ejerceremos una autonomía que reclamamos depositada originariamente en la comunidad universitaria”.
Eso en lo que se quería avanzar resultaba inalcanzable dentro del marco de relaciones institucionales basadas en la negociación entre los grupos políticos. No son ellos, se nos recuerda, los depositarios de la autonomía, lo somos todos los universitarios y por tanto somos todos los que debemos participar en la conducción de la Universidad a través de los órganos colegiados. Sin menoscabo de que los universitarios pueden fundar todos los grupos y asociaciones que quieran para lograr mayorías en esos espacios de decisión.
El alejamiento de la Ley Orgánica de la realidad universitaria es una instancia de un fenómeno de más largo alcance. La reforma de 1998-1999 no logró ser implementada con éxito, por lo que existe una superposición de lo nuevo con lo viejo, de lo que debería haber sido abolido con lo que no culmina de nacer, de las mejores tradiciones universitarias con las peores aberraciones de la izquierda autoritaria. Conviven en el mismo espacio institucional, entre los límites invisibles que el orden jurídico universitario traza en nuestra imaginación, los investigadores más exquisitos, que están contribuyendo al avance de la ciencia, con los vividores más viciosos.
Pero esto es una verdad de Perogrullo, es muy claro para quienes inventaron la reforma de 1998-1999 que muy poco, o nada de aquel diseño, se realizó. Quizás para todos aquellos que ingresaron después de la reforma ya nada de eso tenga importancia.
Sin embargo la Universidad ha cambiado, y contra toda predicción explicita se formó una “clase” de administradores mejor pagados, se crearon la contraloría, la defensoría, el CASE, se modificó la edad de jubilación, se inició el programa de “sustitución de prestaciones” para la reducción de pasivos, se desplegó la Universidad por todo el estado y su planta académica creció al doble. Lo que no deja se ser evidente es que todo esto se hizo casi al margen de los órganos de representación porque los consejos de área no existían, los consejos de unidad no funcionaban y el Consejo Universitario permanecía como elemento legitimador sin influencia real en la toma de decisiones.
Entonces sí se pudo avanzar sin contrapesos, incluso algunos dirán que se avanzó mejor sin esos contrapesos, que la organización republicana es un fantasma que no espanta a nadie y que el mejor rector es el que manda sin oposición real. En contraste, hay otros universitarios que no creen en caudillos, y postulan que existe una correlación positiva entre el bajo rendimiento en las funciones sustantivas y la manera en que se administran los dineros, las contrataciones, los programas federales y en general ese déficit crónico de nuestros dirigentes en imaginación académica.
Lo que resulta inquietante, e interesante, es que no hay terceras opciones: o se cree en una de las opciones previas o no se cree nada.
Uno esperaría que entre los académicos, como gente pensante que tiene dotes de abstracción y sabe dos o tres reglas de lógica, lo que predominara fuese la convicción de que los caudillos irresponsables e ignaros son eo ipso, poco atractivos. Lo que puede denominarse una paradoja, es que entre los universitarios zacatecanos parece muy extendido el dejarse llevar por el sentimentalismo y la necesidad, para caer una y otra vez rendidos a los pies de líderes incapaces que, antes que resolver los problemas los agravarán. Parafraseando a Cioran, nos queda decir que nuestras mayorías universitarias son siempre jóvenes, y no conocen más verdades que las propias, por eso sus espíritus son más que refractarios a las supersticiones de la democracia. ■