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domingo, 20 abril, 2025
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Los refugiados de Tiktok

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

En el país donde la libertad es una estatua, donde rinde protesta como presidente quien promete hacerlo grande de nuevo, ocurrió lo que difícilmente podría suceder en otro lado sin que se le calificara de dictadura. 

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Me refiero al desalojo violento del periodista Sam Husseini de una conferencia de prensa del (hasta ayer) secretario de Estado, Anthony Blinken. Mientras sus colegas permanecían impávidos, el periodista fue cargado por la fuerza por elementos policiacos, luego de preguntar sobre el apoyo de Estados Unidos a Israel en el genocidio contra el pueblo palestino. 

Sin embargo, son los presidentes latinoamericanos los que cargan el mote de dictatoriales por cosas muy lejanas a esta, como cuestionar o desmentir la información publicada por algún medio de comunicación poderoso. 

A veces llega a parecer parodia, como la cotidiana escena en Venezuela en la que un opositor rodeado de micrófonos particularmente extranjeros manifiesta todo lo que está mal en el gobierno de Maduro y finaliza clamando que carece de libertad de expresión. 

Algo similar se dice en México a pesar de que en el presente sexenio y en el anterior la autoridad presidencial se somete diario a metralla de los medios de comunicación, con el único límite de la logística, el tiempo y el espacio. 

En esto el insumo para el periodismo es generoso, pero no lo capitaliza a los niveles que pudiera imaginarse porque el canal de consumo principal de las conferencias mañaneras son las cuentas oficiales de YouTube de los mandatarios, lo cual puso a López Obrador como el streamer más popular de habla hispana, y a Claudia Sheinbaum le permitió ingresar ya en el top ten en apenas unos meses. 

Es claro que la gente está haciéndose de información sin la intermediación de las empresas de comunicación, y la gran herramienta son las redes sociales, aunque éstas también están sesgadas por sus propios intereses. 

Mark Zuckerberg ya tuvo que explicar en el congreso de Estados Unidos el rol de Facebook en el escándalo de Cambridge analytics. Twitter, desde que está en manos de Elon Musk, dejó de priorizar los intereses de los usuarios para brindarles seguidores a los creadores de contenido, llenando los timelines de hilos hechos por inteligencia artificial, recuentos superfluos, e información amarillista sin confirmación alguna. 

En ese escenario, la única red social de éxito que escapaba medianamente del control americano era Tik Tok, contra la que Donald Trump apuntó baterías desde el 2020, y siguió luego Joe Biden, hasta que la Suprema Corte terminó “apagándola” el fin de semana pasado. Después el propio Donald Trump la revivió al menos por 90 días, en espera de obtener un acuerdo definitivo. 

Los americanos no esperaron, y en contracorriente de lo buscado por sus autoridades, huyeron a la plataforma Rednote de origen y control totalmente chino, haciéndose llamar “los refugiados de Tik Tok”. 

Ahí han comenzado a interactuar con sus pares del país asiático. 

Gracias a eso intercambian información de su vida cotidiana, lo que les permite un retrato  

de los otros, que a pesar de la distancia consideran más fiable por hacerse en la horizontalidad, en comparación con el que conocían a través de los medios de comunicación. 

Según la información al alcance, mientras a unos sorprende la modernidad china, y la diversidad y accesibilidad de alimentos y hogar, a los otros les impresiona que el primer mundo sea capaz de cobrar una ambulancia, y que una persona con educación universitaria y más de un empleo tenga tanta dificultad económica para sobrevivir. 

Creíamos vivir en la época de la mayor libertad de expresión, aunque en la de menos libertad de pensamiento. Las redes sociales y el contacto con el otro lado del mundo a solo unos clicks, desde el aparato que tenemos en el bolsillo, dan la ilusión de estar rompiendo con lo segundo. Pero no puede olvidarse que el canal sigue teniendo dueño e intereses, y que ser usuario lleva implícito siempre el riesgo de ser usado. 

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