Hay quien dice que el que los periodistas sean noticia, es siempre mala noticia. La semana pasada lo fueron por algunas buenas y otras malas; en otras ocasiones sólo fueron foco de atención y debate en redes sociales.
De forma inusual, la página de sátira ElgoberdeZac ha centrado sus baterías en atacar al periodista Andrés Vera, de Periómetro, y esta semana lo hizo publicando críticas respecto a su trabajo, pero revelando además el número de placas del automóvil de Vera, y diciendo también que tenía adeudos en refrendo y tenencia.
Ante las respuestas del periodista, se exhibió en la misma página -que nunca antes había tomado esa actitud-, una fotografía del propietario de Periómetro, tomada muy de cerca y aparentemente sin que éste se percatara, en un evento en el Congreso del estado. Días después desde una cuenta aparentemente falsa, se publicó otra fotografía capturada desde un vehículo en movimiento, en la que se veía el auto con rótulos de Periómetro; es decir, todo parecía indicar que era una evidencia de que lo estaban siguiendo.
Independientemente de si se comparte la línea editorial de Periómetro, o si se coincide o no siquiera con su estilo, no puede pasarse por alto, ni tomarse como normal, que desde una página anónima se publiquen datos personales de un periodista.
Este no es el primer incidente ocurrido contra un comunicador, hace unos años balearon la casa de un periodista de nota roja en la ciudad de Fresnillo, y al corresponsal de La Jornada, en Zacatecas le dañaron hace meses su unidad automotriz, por citar sólo algunos ejemplos.
El por qué estas noticias pasan a la intrascendencia sin que nadie, siquiera en su gremio, se preocupe por hacerlos notar tiene múltiples explicaciones.
Una de ellas, es que se ha cometido el mismo error de “Juanito y el lobo”, es decir, en ocasiones ha habido periodistas que aprovechan su oficio para victimizarse ante cualquier incidente menor que le podría ocurrir a cualquier ciudadano.
Los hay, sí, hay que decirlo, periodistas que con la credencial de su medio libran alcoholímetros, entran a conciertos a los que asisten como público, esperan que les condonen multas de tránsito, obtienen lugar privilegiado en obras de teatro, e incluso servicio en instalaciones deportivas sin pagar.
Algunos, cuando algo de esto se les niega, responden con virulencia y suben a redes sociales sendos manifiestos advirtiendo que “meterse con ellos” es violar la libertad de expresión, y alertan que podría estar en riesgo su vida y la de su familia, o cuando menos su loable labor periodística. Lo hacen incluso porque un empleado les niega el acceso por falta de acreditación o porque un político se negó a decir con exactitud las palabras que le encargaron arrancarle.
Es imposible dirimir a priori cuándo los periodistas tienen razón y cuándo no, pues hay factores como el estilo personal, trayectorias, contextos y circunstancias que hacen imposible que en estas líneas pueda establecerse un parámetro general para definir en qué casos ha asistido la razón al periodista y cuándo no.
Pero así como no es posible dar condición de víctimas permanentes a los periodistas solamente por su oficio, también es imposible pensarlos a todos como victimarios de esta sociedad, y encerrarlos con el mote de “chayoteros” como lo han hecho varios, luego de la publicación de los convenios que distintos medios de comunicación sostenían con el gobierno de Miguel Alonso Reyes.
Las listas, publicadas entre otros, por Manuel Frausto de Zacatecas Online, dan cuenta de medios que reciben desde 5 mil pesos mensuales hasta un millón de pesos, sin que se especifique cuáles son los criterios para dar tal cantidad a cada uno.
Quienes saben de la materia ven imposible que se deba a las audiencias, pues hay algunos portales digitales que son leídos por un pequeño pero influente círculo rojo, mientras otros son incluso capaces de organizar conciertos masivos, pero no tienen en sus espacios prácticamente ninguna propaganda oficial que haga pensar que con ello se retribuyen sus servicios.
Estas publicaciones soltaron todo tipo de reacciones, desde la periodista que admite que a su medio le pagaban más por su silencio que por sus publicaciones, los que aceptaron los montos sin permitir que se dijera que en ello había delito o pecado, hasta los que consideraron que todo aquel que estuviera en la lista, empleados incluidos, estaba cometiendo una falta de ética y una traición a la educación que les dieron sus padres.
Resultó polémica la información, y eso que no se habla de las otras formas de ingreso que tienen algunos periodistas, entre las que está vender silencio por declaraciones desafortunadas, o documentar la entrega de “apoyos” de algún legislador que con cargo al erario esté en labores de precampaña.
Así este oficio donde no todos son víctimas, y no todos son victimarios, en el que es urgente poner en su justa dimensión la labor del periodista, tan loable y respetable como cualquier otra, tan provechosa socialmente como el médico que cura las enfermedades o la del campesino que lleva todos los días alimentos a nuestros platos.
Con yerros y aciertos, con mercenarios y con comprometidos reales, es urgente hacer un frente común por el bien gremial, en el que lo mismo se reconozca el trabajo del otro, como ya lo propuso Raymundo Cárdenas Vargas, como se procure que haya un salario decoroso y condiciones de trabajo dignas. ■