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jueves, 15 mayo, 2025
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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

¡A darle click!

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La parafernalia pueril de la saga Star Wars nos ha llevado a caer, una vez más, en el temor al spoilerzaso. Hemos ido a las salas del cine más por temor a conocer el final de la película antes de verla que realmente por querer verla. El placer al disfrutar la cinta puede ser perfectamente proporcional a la expectativa de cada quien; y de la valoración, en el plano cinematográfico, que cada quien logra desarrollar de acuerdo a su formación cultural y educativa.

A final de cuentas no deja de ser una cinta comercial, y un plan maquiavélico de la mercadotecnia para hacernos comprar tazas, playeras, peluches y demás objetos que no necesitamos y que, viéndolo fríamente, son bastante feos estéticamente hablando…

Pero aparte de todo lo que conlleva el deseo de pertenecer a los seguidores de la cinta de moda, hay un paréntesis, muy sutil, que vale la pena revisar en unos minutos. Es un anuncio de apenas 120 segundos que sucede entre un tráiler hollywoodense y la película que se desea ver, y es ese comercial que pide a los espectadores no descargar películas piratas.

 

Más comerciales, menos película

Es una ley no escrita que, cuando vemos el horario de la película que deseamos ver, el filme en cuestión iniciará unos 20 minutos después de lo anunciado en la cartelera; esto debido a que los cines obtienen la mayor ganancia de su negocio en la publicidad que venden. Así que nos tenemos que reventar los comerciales de los refrescos, las tiendas departamentales y hasta de gobierno, si no nos queremos arriesgar a entrar cuando la cinta ya esté corriendo.

Es un hábito bastante desagradable, ya que nuestra vida de por sí está atiborrada de publicidad: hay vallas en todo el camino a casa, en el transporte público, en los espectaculares, en la radio, en la televisión… Parece que nunca es demasiada publicidad para todas esas marcas que, hambrientas, buscan el calor de nuestras billeteras… Y vaya que lo consiguen.

Hace algunas décadas, el cine era un refugio más o menos seguro de dichos sucesos. Uno se internaba en la sala con la seguridad de que después de un par de tráilers de otras películas, no existiría mayor distracción… ¡Aquellos viejos tiempos no volverán!

Y es que, aparte de que la constante nota imperativa de adquisición de bienes es bastante pesada, también es cansado observar la pantalla durante tanto tiempo de manera tan poco recreativa. No obstante, los precios de los boletos cada vez son más altos y ni qué decir de las golosinas que uno a veces quiere comprar para acompañarse en la oscuridad de la butaca.

Por si fuera poco, justo unos instantes antes de poder, finalmente, ver la cinta elegida, aparecen estos comerciales que más parecen un regaño que otra cosa, pues satanizan la piratería…

 

Más piratas que las películas

La leyenda versa algo así como que, se sabe que en Internet cualquiera puede tener libre y fácil acceso a ver películas de todo tipo, y que a todos se nos hace fácil darle click a la descarga o a verla en línea, y que tal acción perjudica a maquillistas, escenógrafos, fotógrafos, vestuaristas, directores y por supuesto actores y todos aquellos involucrados en la realización de un filme.

La realidad es distinta. Todo aquel que colabore en la filmación de una cinta cinematográfica no lo puede llevar a cabo si no hay de por medio un cheque. Es decir ¿quién en su sano juicio va a trabajar en un proyecto de tal índole si no hay un peso en la cuenta? Por mucho amor al arte que se le tenga a esta disciplina, no es viable si no se tienen fondos para llevarlos a buen puerto. En otras palabras, con o sin piratería, todos los que trabajen en una película van a tener su paga y san se acabó.

La otra cara de la moneda es la recepción. Dadas las condiciones reales en que la mayoría de la población mexicana se encuentra en estos tiempos, pocos son los que pueden darse el lujo de asistir a los cines comerciales, e incluso a las cinetecas, a deleitarse con una función fílmica… Incluso es un porcentaje escandalosamente bajo el de quienes tienen acceso a Internet. En este sentido, debería ser motivo de agradecimiento que haya quienes puedan ver, de vez en cuando, alguna película en la red; no sólo porque esto conlleve un reconocimiento implícito de tal oficio, sino porque hay grandes cintas que permiten al público tener epifanías o reflexiones profundas (por supuesto no es el caso de las sagas de tipo Star Wars).

Internet nos ha ofrecido, más allá de una colonización de nuestro ego, una democratización en el conocimiento. Desde luego que tal cosa puede ser muy provechosa si es bien guiada, es decir, si sabemos que ver y buscar en Internet; no es lo mismo ver las cintas de Stanley Kubrick que las de Zack Snyder… Y más allá de esto, es importante tener conciencia plena de que ningún comercial ramplón de este tipo nos debe causar más que risa. ■

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