La Gualdra 649 / Artes Plásticas
A Adolfo Cantú
A José Moreno Villa (Málaga, 1887-Ciudad de México, 1955) se le conoce en México por ser uno de los primeros exiliados republicanos que llegó a nuestro país. Llegó en mayo de 1937, cuando la Guerra Civil en España ya había comenzado y cuyo destino aún era incierto. No sabría en ese momento que México se convertiría en su hogar y que el retorno a Madrid no volvería a darse. A Moreno Villa también se le conoce por los libros de ensayos y de crítica de arte que escribió y editó en este país. Cornucopia de México (1940), quizá sea el más conocido, en donde recoge sus primeras impresiones y en donde hace una atrevida interpretación psicológica, lingüística e histórica sobre la cultura mexicana.
En esos curiosos ensayos, Moreno señala y describe, sobre todo, los elementos que le sorprenden, lo que desconoce y busca darle algún sentido desde su mirada de malagueño, español y europeo peninsular. Su mirada no deja de tener y de hallar cierto grado de extrañeza y de atracción hacia lo que ubica fuera del campo visual y cultural europeo. Lo desconocido le motiva y le incita a descubrir los porqués de la forma de ser de los mexicanos de diferentes regiones. Estos temas le sirvieron al español para continuar con su carrera como poeta, como ensayista crítico, pero también para seguir con su trabajo pictórico, labores artísticas que formaban las tres alas de esta singular ave del exilio, como alguna vez describió Octavio Paz a Moreno Villa.
A este escritor español se le valora como poeta y como el ensayista que fue, pero en muy pocas ocasiones la crítica y los historiadores se detienen a observar su trabajo como pintor vanguardista, actividad que comenzó hace justo 100 años, cuando en 1924, al abandonar poco a poco el simbolismo poético, se acercó con fervor a las vanguardias pictóricas y literarias que desde el centro de Europa venían empujando y consolidándose en el resto de occidente. José Moreno Villa, animado por un impulso renovador en todos los sentidos en España, se introdujo en la pintura cubista al lado de otros colegas quienes también comenzaban sus carreras en el arte como Benjamín Palencia, Salvador Dalí y Maruja Mallo.
Desde ese año, se puso a pintar con verdadero desenfreno, inspirado en las reproducciones cubistas y en los colores sepias y verdes, ocres y blancos presentes en los cuadros de Picasso, Juan Gris o Georges Braque. Esta práctica pictórica la va a llevar en paralelo con la escritura de ruptura por medio de epigramas, anaglifos, ideogramas y poemas que rayan en imágenes de yuxtaposición cubista y en el ensueño surrealista, tipo de escritura que en su momento había alentado Ramón Gómez de la Serna. Es interesante cómo este personaje encontrará en el arte abstracto un punto de fuga ante los momentos de incomprensión que vivían España y Europa después de la Primera Guerra Mundial.
Él mismo asegura en sus memorias que por aquellos años contribuyó a impulsar el arte abstracto entre los artistas más jóvenes, hecho que lo convirtió en un enlace entre el arte previo a las vanguardias y la generación de la avanzada como lo fue la del 27. En un aliento renovador para él, para el arte y la cultura ibérica, este artista fue conformando un estilo heterogéneo y ecléctico, pues tomaba elementos no sólo de la abstracción cubista, que para ellos era un movimiento casi nacional (sí por Picasso, por Juan Gris, pero también por la arquitectura geométrica renacentista y neoclásica española de los siglos anteriores), sino de otras prácticas pictóricas venidas de otros ismos como del dadá o el surrealismo, cuyo manifiesto escrito por André Breton data también de 1924. El cubismo renovador de Moreno es dinámico en la superposición de planos sin dejar de recurrir, en ocasiones, a lo figurativo en bodegones, paisajes, pasajes poéticos y situaciones cotidianas.
Esta práctica cubista llegará hasta entrado el año de 1927, cuando el artista comenzó a explorar una línea más desenvuelta e inconsciente, haciendo gala de los juegos de dibujo automático al estilo de los surrealistas como Max Ernst, sin perder el recato figurativo y controlado. A principios de los años 30 y hasta el año de su llegada a México, en 1937, José Moreno Villa se introducirá en lo que llamó la adicción surrealista, que envolvió casi todos los círculos artísticos e intelectuales de esa España que entraba en su etapa republicana desde 1931, en donde el automatismo controlado y la resolución plástica con escenas nihilistas neofigurativas se hicieron cada vez más presentes en sus cuadros, con una clara inspiración en los entornos de Giorgio de Chirico.
A su llegada a México, Moreno se puso a pintar como único modo de expresión ante los horrores de la Guerra Civil en su país. Sus óleos y dibujos reflejaban estos terrores bélicos y el trauma del exilio por medio de figuras mutiladas que recuerdan al Guernica de Picasso: hombres y mujeres desolados mirando hacia el punto de origen y de no retorno, en un clima de ensoñación surrealista. Pero a la vez, tan pronto llegó a México comenzó a apropiarse de los temas, la luz y colores para sus composiciones, los cielos y sus azules, las montañas, la tierra y sus ocres y marrones.
A la par de ello, Moreno Villa comenzó a retratar a muchas y muchos de los integrantes de la comunidad artística e intelectual mexicana y del exilio republicano. Sus retratos tienen la particularidad de no mostrar los rostros al natural, sino que Moreno supo sacar a flote los estados de ánimo y la esencia de los personajes, como si cada uno escondiera dentro de sí un misterio, el mismo misterio que él veía al cerrar los ojos para pintar. Dichos retratos tienen una correspondencia temática y técnica con algunas de las pinturas que artistas mexicanos, cercanos a él, realizaron hacia finales de la década de 1930 y durante todos los años 40 como Federico Cantú, Antonio Peláez, Jesús Guerrero Galván, Raúl Anguiano, Guillermo Meza o Juan Soriano, con quienes convivió, pintó y expuso.
Ejemplo de ello es el retrato al óleo que realiza del pintor Federico Cantú de 1937, donde más que mostrar al Cantú real, Moreno muestra su propia visión del pintor mexicano, en el que la figura se estira en expresión manierista y se disuelve ingrávido en el gesto de asombro y conmoción. Una visión que sale de la mente del poeta y pintor José Moreno Villa, llegando a estados de fantasía y surrealismo que se dinamizan con el movimiento de su pincelada y el uso de su paleta en ocre y grises que también alcanza con otros retratos como el que hizo a María Félix, a Luis Buñuel, a Carolina Amor y en el retrato que le hace a la pareja Octavio Paz-Elena Garro en 1938, cuyo paradero aún se desconoce.
La imaginación de Moreno Villa se transmitía por diversos lenguajes y la pintura de vanguardia fue uno de ellos, producto de la creatividad y de los chapuzones en los paisajes interiores de este exiliado español en México, cuya obra pictórica, con su encanto y propuesta lírica singular realizó y legó para la historia no sólo del arte español, sino también para la historia del arte mexicano y es por este motivo que hoy celebramos los 100 años del José Moreno Villa pintor.