Parece como si nunca hubiera pasado la Revolución”, dijo un estudiante de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, el lunes en Plaza de Armas durante el recibimiento zacatecano a la caravana protagonizada por los padres de los normalistas desaparecidos. “México 1982, a 2014. Del proyecto nacional al Neoporfirismo del Siglo XXI”, tituló el doctor Rodolfo García Zamora, la conferencia que impartió hace unas semanas. Ambos veían rasgos de aquella época en la actualidad.
La coincidencia entre un estudiante, y uno de los académicos más destacados de la UAZ refleja elocuentemente la situación del país. Cada vez se extiende más el consenso de que el estado actual es insostenible. México necesita un cambio profundo que resuelva de raíz las crisis que vivimos y que a ojo simplón resultan inconexas y coyunturales, pero que al menor análisis se vislumbran como la previsible consecuencia del modelo económico y político de las últimas tres décadas que ha derruido mucho de lo logrado en la Revolución Mexicana.
Mañana celebraremos un aniversario más de esa revolución, la más reciente gran transformación de México, y hasta ahora, la última que se produjo a través de las armas, a pesar de que quien la encabezaría era un absoluto pacifista, que sin embargo no encontró otro medio en la ficción democrática de su época.
Elecciones fraudulentas e inmovilismo eran el sello de un gobierno que sólo cambiaba de ministros cuando uno moría. La lección la aprendió bien el sistema mexicano, y ahora se cambia todo para no cambiar, de rostros, de colores, de esposas, de partidos, para que los verdaderamente poderosos sigan tras el trono moviendo al títere que corresponda de acuerdo a la circunstancia.
Y aunque celebramos el alzamiento en 1910, justo es decir que éste sólo fue posible por el valeroso esfuerzo de los hermanos Flores Magón, quienes distribuían el periódico Regeneración, y trataban de concientizar a los obreros de la pertinencia de jornadas máximas de ocho horas, de la necesidad de higiene en fábricas y talleres, del derecho a descansos dominicales, indemnizaciones por accidentes, pensiones por retiro, etc.
Cien años después, en México las grandes empresas tienen nóminas cada vez más pequeñas gracias a la subcontratación que les permite evadir el reparto de utilidades y otras prestaciones, y millones de mexicanos subsisten en el desempleo o bien, ganándose el pan diario en la informalidad, esa de la que tanto reniegan pero a la que sólo enfrentan a punta de cursos de superación personal, y de soluciones bobas de quienes los gobiernan y sólo encuentran en ellos potencial mano de obra barata para minerías rapaces y maquiladoras de “explota y corre”. Todo ello con la convalidación de los “esclavos satisfechos” que desalentaban a Ricardo Flores Magón.
La situación en el campo no es mejor. Si en aquellos años el Plan de Ayala combatía el despojo de terrenos, montes y aguas usurpados por hacendados, científicos o caciques, hoy surgen organizaciones campesinas e indígenas que buscan frenar el despojo de sus tierras y aguas a manos de mineras, empresas del sector energético, e incluso del mismo gobierno que despoja a comunidades enteras de su agua para llevarla a zonas rentables electoralmente. Es la circunstancia del pueblo Yaqui, cuyo vocero, Mario Luna fue encarcelado, o la de nuestro vecino Salaverna, más las que se acumulen en los próximos meses según la ejecución de la llamada Reforma Energética.
En este escenario no es de extrañar que la masacre de Iguala, que parece el resultado de un “mátenlos en caliente” de un caciquillo menor, haya despertado la indignación social en todo el país, y haya logrado convocar la solidaridad lo mismo de escuelas privadas, que del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, además de los miles que se han unido a esa causa sin abandonar sus filiaciones y fobias.
A la tragedia de los desaparecidos se suman otras noticias, como la casa blanca de Peña Nieto que costó siete millones de dólares, que hacen patente la urgencia de un cambio.
En ese contexto, es cada vez más recurrente el llamado en las protestas a que se dé el paso siguiente, el de la organización. Es ahí donde brotan las diferencias y con frecuencia se les pondera sobre las coincidencias. Es ahí donde hasta ahora hemos fracasado.
Pancho Villa, Francisco I. Madero y Emiliano Zapata no tenían los mismos orígenes, los mismos contextos y tampoco los mismos problemas; en consecuencia sus causas no eran idénticas, sin embargo lograron la última gran transformación en México de la que se tenga memoria. ■
@luciamedinas