Todos los que nos movemos en bicicleta en la Ciudad de México aprendimos un montón de Sandro Cohen. Cada generoso consejo lo hacía, Sandro, desde la visión del gran ciclista que era, ese que incluso llegó a contar sus kilómetros diarios y aseguró haber dado la vuelta al mundo en bicicleta.
Es una locura, lo sé, pero solo hombres como Sandro Cohen son capaces de eso. Casi la bicicleta era su nave espacial para llegar a galaxias ignotas. En una ocasión tuve oportunidad de acompañarlo, junto con su hija, Leonora, a un recorrido por carretera a Querétaro. Obvio yo iba en el coche, de copiloto, Leonora manejaba, cuidábamos la espalda de Sandro y de otros dos compañeros. Me percaté que a pesar del kilómetraje Sandro no mostraba signos de cansancio, porque el entusiasmo lo mantenía de pie, vivía cada segundo como el último y así fue hasta su dolorosa partida, aunque a mí siempre me da por pensar que sigue pedaleando arriba de su bicicleta en un circuito hecho de nubes blancas.
Admiré su fortaleza, pero también admiré su espíritu. Para él era una actividad más y ni siquiera mostraba signos de cansancio cuando yo mismo me había cansado de ir sentado. Luego le aprendí más cosas. Es lo que les quiero compartir hoy.
Sandro Cohen pertenece a ese tipo de hombres que durante el periodo Romántico consideraron hombres completos, diestros en las artes intelectuales, pero también diestros en el ejercicio físico, en el caso de los griegos de la gimnasia, un hombre para el que no existían barreras, porque se entiende que cuando le surgían, que seguro tuvo de a montones, se encargaba de vencerlas dándoles con el mazo de sus creencias, de los distintos mecanismos que tuvo para conectarse con un mundo y ofrecerle mucho más de lo que el mundo le pedía. Así era Sandro Cohen y era un auténtico placer hablar con él; no, no: me equivoco, disculpen, era un auténtico placer escucharlo, porque cuando das con hombre de tan alto rango intelectual lo mejor que puedes hacer es estar callado, aprender, algo te ha de dejar escuchar las palabras de un hombre al que admiré no desde que lo conocí en persona sino desde mi adolescencia, cuando Sandro Cohen y la gran narradora Josefina Estrada, su esposa, tenían la editorial Colibrí y sacaba tremendos autores y títulos. Colibrí me significó durante muchos años temor. En la historia que me contaba, y todos nos contamos historias, yo terminaba un libro de cuentos, una novela, se las hacía llegar y Sandro y Josefina se iban a encargar de ponerme en mi lugar y de señalarme todos mis defectos literarios. Para mi buena suerte nunca ocurrió, porque nunca tuve un proyecto que les pudiera hacer llegar para que me publicaran en Colibrí: para mí esa editorial significaba un prestigio que desafortunadamente ahora no tienen la mayoría de las editoriales. Cuando en la carrera de Letras Hispánicas sabía que publicar ahí, en Colibrí, era igual a que eras bueno, que ibas por buen camino en la narrativa actual mexicana. Espero que me entiendan: hubo un tiempo en que Colibrí destacó por su catálogo, tenía a los mejores, o por lo menos a los jóvenes que pronto harían carrera pesada, no quiero dar nombres porque sé que pasaría por alto a los más valiosos.
Sandro Cohen no era un académico que impartía clases en la UAM. No, Sandro Cohen era un sensei que compartía con un puñado de alumnos sabiduría, pero también risas, y claro, el entusiasmo permanente a animarse a treparse a la bicicleta, eso sí, con todas las medidas de seguridad. De hecho, a Sandro Cohen debemos Ciclismo Zen, una auténtica guía de las precauciones que debes tomar al moverte en bicicleta en la Ciudad de México.
No me tocó conocer el trabajo de Sandro como editor, pero debe haber sido exquisito verlo en plena lectura de propuestas para Colibrí, escuchar las conversaciones con Josefina Estrada, aprender, aprender, porque seguramente dichas conversaciones estaban retacadas de saberes editoriales, del mundo exterior de una imprenta, las ventas, la distribución, las regalías, pero también del mundo interior, qué le falta a tal propuesta, qué autores son los que se deben, el deber en literatura funciona de un manera totalmente distinta a como empleamos la palabra, leer, analizar, pensar en claves literarias, ya fuese en inglés, en francés, porque Sandro Cohen no tenía barreras para leer a los autores que lo encantaban.
Hace unos días volví a su biblioteca y me asombró encontrarme, por ejemplo, la mayor parte de la obra de Faulkner en inglés, que es como se tiene que leer a Faulkner; visitar la bibloteca de Sandro Cohen y ahora de Josefina Estrada es una auténtica aventura donde uno se cansa de llevar a la mente a tantos autores.
Y era un especialista de la lengua. Sandro Cohen sabía los secretos que se ocultan tras de cualquier decente redacción. Y si tenías la oportunidad te los explicaba con manzanas y peras. Cuando haces análisis oracional corres el riesgo de quedarte loco y Sandro Cohen nunca lo estuvo; al contrario: no solo daba lecciones de gramática y de corrección de estilo, sino de sencilla redacción para primerizos. Ahora mismo hay que agradecer que su legado perdura gracias a la talentosa Josefina Estrada, quien, me consta, ha hecho esfuerzos titánicos por enmendar y dirigir esa gran aventura que es la Redacción sin dolor: un curso donde uno no aprende redacción, eso te lo enseña cualquier maestro de primaria, lo del sujeto en rojo, predicado en azul y complementos en verde, lo que uno aprende en el curso de Redacción sin dolor es a interpretar el mundo con palabras, porque la redacción se puede quedar en un nivel muy básico de comprensión, sobre todo si te lees cualquier decente gramática, pero Sandro Cohen y Josefina Estrada no pensaron en eso y sí lo hicieron en aprender a descifrar eso que traes dentro y que en algún momento lo vas a tener que convertir en palabras, cuando se lo digas a tu esposo, a tu amante, al cura de la iglesia, y desde este nivel parten Sandro Cohen y Josefina Estrada: la redacción, la buena redacción, no se aprende como tablitas de multiplicar, se padece o se goza, porque una vez que aprendes de redacción con los cursos que ahora respalda una autora mexicana que dejará huella en la literatura mexicana del siglo XX, Josefina Estrada, pasas a ese nivel, grandioso, es cierto, en el que Rubén Bonifaz Nuño asegura se debe conectar el cerebro con tus emociones y luego con tu mano y el bolígrafo y el papel para que con una redacción adecuada consigas expresar correctamente esa idea que tienes en la mente. Por eso fallan tantos jóvenes autores, porque compran el invento del talento y creen que lo tienen y que no les hace falta nada más: van, escriben cosas ilegibles, las meten a concursos y en ocasiones hasta ganan, porque se debe entender que buena parte del mundo funciona bajo los parámetros de una equivocada redacción de sintáxis y acentuación y comas erradas.
Redaccionsindolor.com es el sitio donde ustedes pueden hacer la mejor inversión de su vida, y miren que cuando vean lo que hay que pagar querrán dar más, porque si aprenden el bienaventurado arte de redactar no con excelencia, que no queremos gente tras de los escritorios burocráticos, pero sí con la capacidad de comprensión que les van a exigir en Redacción sin dolor tendrán un paso más allá para que ese mundo tan alocado de sus cabezas pueda realizar el viaje hasta la pantalla de la computadora o la hoja en blanco, donde ustedes mismos se sorprenderán de los resultados de Redacción sin dolor, se los asegura quien se preparó con dicho curso y de vez en cuando se compromete a pasar redacción con diez.