La Gualdra 255 / Literatura
A los diecisiete años de edad, María García Granados y Saborío, jamás sospecharía que se enamoraría perdidamente de su profesor en la Escuela Normal de Guatemala. Y que ella causaría el mismo efecto en él, sólo que el mentor ya estaba comprometido con Carmen Zayas Bazán, quien a la postre sería su esposa. José Martí era siete años mayor que María. Ella era una guatemalteca distinguida y reconocida en los círculos políticos y de poder del país del quetzal en la bandera.
Martí intimida con la familia García Granados, cuyo jefe de familia fue militar y presidente de la nación centroamericana. Acude a la residencia de ellos a jugar ajedrez y conversar. Hombre de una gran cultura, la palabra inteligente y elocuencia son dos de sus virtudes. Mismas que deslumbran a la esbelta, elegante, culta y hermosa María. La relación se hace más estrecha y cercana. No obstante, Martí no oculta su compromiso con Zayas. A finales de 1877 Martí regresa a México donde contrae nupcias con Carmen. A principios del año siguiente vuelve a Guatemala. Sin embargo, no visita ni tiene comunicación con María, por lo que ésta redacta una carta:
Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto.
—Tu Niña.
Cuentan que la pasión que despertó Martí en María era inconmensurable. De la misma magnitud que el dolor al verlo del brazo de su esposa:
Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores…
Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.
No hay certeza de que, en efecto, haya muerto de amor. Nadie ha muerto de amor, dicen los que saben. Lo suscribimos los que hemos sobrevivido. Pero según refieren conocidos y testigos, presa de la depresión, aceptó la invitación de una prima para ir a nadar. María acudió, pese al cuadro gripal que presentaba. Hay quien ve en este acto un suicidio, un escape de la realidad, un resfriado que oculta una muerte por amor.
Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
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