Brasilia. La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, afirmó el martes que las voces de la calle deben ser escuchadas, al referirse a las protestas que llevaron a mas de 250 mil personas a las calles de las principales ciudades del país.
“Esas voces de las calles deben ser escuchadas”, dijo Rousseff en un discurso en el palacio Presidencial. Y aseguró: “mi gobierno está escuchando esas voces por el cambio. Mi gobierno está empeñado y comprometido con la transformación social”.
Rousseff elogió el carácter pacífico de las manifestaciones y afirmó: “Las voces de las calles quieren más ciudadanía, salud, transporte, oportunidades”.
Una exguerrillera que luchó contra la dictadura y pagó con cárcel y tortura, Rousseff afirmó que en las calles de Brasil hubo una participación de los ciudadanos en busca de sus derechos, y “mi generación sabe cuánto eso nos costó”.
“Mi gobierno, que quiere ampliar el acceso a la educación y la salud, comprende que las exigencias de la población cambian, cuando cambiamos Brasil, porque elevamos la renta, ampliamos acceso a empleo, a educación”, dijo. “Surgieron ciudadanos que quieren más y tienen derecho a más”, expresó, aprovechando un acto convocado para lanzar un proyecto de ley sobre minería en el país.
Miles de personas prometen marchar nuevamente por las calles de Brasil, tras la mayor protesta en dos décadas realizada el lunes contra aumentos del precio del transporte y los gastos multimillonarios para el mundial de fútbol 2014.
Sombra sobre Rousseff y Blatter
Rousseff no es el único blanco, pero es sin duda la más afectada por las protestas que reflejan una creciente insatisfacción del pueblo con los políticos, a los que se responsabiliza tanto del bajo crecimiento económico como de la mala calidad de los servicios públicos de un país que invierte miles de millones de dólares en la construcción de estadios y en otras obras para el Mundial.
El movimiento alcanzó su punto culminante -hasta ahora- este lunes, cuando las manifestaciones convocadas a través de las redes sociales movilizaron a al menos 250 mil personas de norte a sur del país, e incluyeron invasiones del Congreso Nacional, en Brasilia, y de la Asamblea Legislativa de Río.
Fue la más grande manifestación callejera desde 1992, cuando el pueblo salió a pedir la salida del poder del entonces presidente Fernando Collor de Mello, quien renunció poco después en medio de un juicio político por corrupción.
Las protestas multitudinarias no son usuales en Brasil, y por ello los actos de los últimos días -que en muchos casos fueron reprimidos con violencia por la policía y dejaron heridos- tomaron totalmente por sorpresa tanto a los políticos locales como al presidente de la FIFA, Joseph Blatter.
Los abucheos en Brasilia convirtieron además en aliados no esperados de la mandataria a Blatter y al presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) y del Comité Organizador del Mundial (COL), José Maria Marin.
El jefe de la FIFA regañó al público y pidió “respeto” a la presidenta, mientras que Marin -un antiguo aliado de la dictadura militar, durante la cual Rousseff fue presa y torturada- la aplaudió y se sacó una foto en la que festeja con la mandataria un gol de Brasil en la victoria por 3-0 sobre Japón.
La situación empujará a Rousseff, Blatter y Marin a compartir el mismo “barco” en los 12 meses que faltan para el Mundial.
De no haber una salida para la situación actual, será un año largo y difícil para Rousseff y para Blatter, quien apostó todo a la fiesta popular que supondría realizar la cita en el “país del fútbol” y por ello toleró con paciencia los retrasos en las obras y las pulseadas con el gobierno en torno a la organización.