No recuerdo cuánto tiempo duraron los aplausos. Las palmas de las manos del público se asemejaban a ligeros papelitos bailando por el viento. Unos aplausos competían con otros por hacer sonar más fuerte y cuando ya no fue suficiente el sonido de las dos manos chocando, vinieron los gritos de ¡bravo!, sobre todo de aquellos que alcanzaron a soltarlo y no se les anidó en el cogote por la emoción de haber visto y escuchado a un joven prodigio del piano, y un cuarteto de cuerdas maravilloso, ejecutar magistralmente el Concierto para piano Op. 16, del compositor noruego Edvard Grieg.
El auditorio Juan García de Oteyza, del Museo de Arte Abstracto “Manuel Felguérez”, sede del programa de música de concierto del Festival Cultural Zacatecas 2022, fue insuficiente para el recital que conjuntó al Cuarteto de Cuerdas José White, originario del vecino estado de Aguascalientes, y al joven pianista zacatecano Elías Manzo, ya que alguna parte del público tuvo que escucharlo de pie, o bien, sentados en el suelo ante la insuficiencia de butacas, que develan también que el joven de 17 años merece espacios más grandes.
El primer momento del recital fue completamente para el Cuarteto de Cuerdas José White, un invitado asiduo al festival, con más de veinte años de trayectoria y destacado por su participación con numerosos solistas y ensambles, pero también por su vocación didáctica y académica y su interés por la música contemporánea y vanguardista, que le ha valido una carrera ampliamente reconocida.
El cuarteto, conformado por Silvia Santa María y Cecilia García, en los violines; Sergio Carrillo, en la viola, y Orlando Espinosa, en el violoncello, ejecutó primeramente Tres miniaturas para Cuarteto de Cuerdas, del compositor Gustavo E. Campa, para luego dar paso al Cuarteto en Fa Mayor del francés Maurice Ravel, compuesto por Allegro moderato –tres doux; Assez vif –tres rythmé; Tres lent; y Vif et agité y así dar paso al intermedio en el que más gente aprovechó para entrar a la sala del auditorio.
Todo estaba listo para la aparición del joven Elías Manzo. La gente de pie buscaba dónde arrellanarse sin hacer mucho ruido y movimiento. Las cámaras de los celulares se prendieron y los fotógrafos en el espacio equilibraron la velocidad, la luminosidad y la apertura de esa máquina que detiene instantes decisivos. Llegaron los aplausos, Elías Manzo estaba en el escenario, con un rostro que se niega a dejar la adolescencia, pero en el que se asoma ya atisbos de una juventud. Vestido completamente de negro, con elegantes zapatos de charol, se situó por detrás del cuarteto y comenzó a tocar.
Cuando las manos ágiles de Elías comenzaron a sacudir con violencia las teclas, porque así lo dicta el arranque del Allegro molto moderato, de Edvard Grieg, todo ruido sucumbió en la sala. La respiración de los presentes, de por sí ahogada por la mascarilla médica, fue muy apenas distinguible. De pronto, todo se redujo a una tensión entre espectador-escucha y el pianista. No había nada alrededor más que la música nacida de las cuerdas el piano. Sublime. Al Allegro le siguió un Adagio y Manzo nos seguía haciendo volar, y luego vino un Allegro moderato molto e marcato, que por fin condujo a la explosión sensorial y emocional. Llegaba el fin.
Antonio Manzo, padre del pianista, fue el primero en aplaudir. A éste se le sumó todo el público que comenzó a ponerse de pie. Y a partir de ahí, no recuerdo cuánto tiempo fue que duraron los aplausos. La emoción era palpable, los ojos se anegaron y las flores para el joven zacatecano no se hicieron esperar. La música es catártica y Manzo lo sabe, por eso, antes de que las emociones menguaran, regaló una pieza más en solitario al respetable para que se alejara del lugar casi flotando. Zacatecas ha visto crecer a ese niño que ahora es un joven muy grande. Enorme.