La salida del historiador Lorenzo Meyer como colaborador del programa de Carmen Aristegui vino a revivir la polémica en torno a la periodista, su trabajo, y su cambio (o no) en la línea editorial.
Meyer la acompañaba desde hace cerca de quince años en sus programas. Inicialmente lo hacía en mesas de análisis en las que contrastaba ideas con Sergio Aguayo y Denise Dresser; luego lo hacía con Fabricio Mejía y Ana Lilia Pérez, y después sus participaciones fueron en solitario, hasta llegar al punto de no contar siquiera con la interlocución de la propia Carmen que le sirviera de rebote para profundizar en los temas.
Como ha relatado el propio Meyer en diversos medios, su salida se debió en parte a que se cansó del soliloquio que le permitían emitir semanalmente y terminó por convencerse de que su voz desentonaba con lo esperado por el público de Aristegui según percibió en los comentarios de redes sociales.
No hace mucho que los admiradores del historiador y los de la periodista eran los mismos, pero ya no es así, y estos polemizan sobre si fue Meyer el que cambió su conducta con el arribo de la cuarta transformación, y con ello la llegada de su hijo a una secretaría de Estado, o si fue Carmen la que abandonó la línea editorial de izquierda que aparentemente la hacía coincidir más con quienes hoy son sus principales detractores.
Habiendo crecido en los tiempos en los que se decía “que no te haga bobo Jacobo”, y en los que la información llegaba a través de los periódicos que aterrizaban en Zacatecas a medio día, y los documentales del Canal 6 de julio eran conocidos a través de la piratería, no considero del todo prudente abandonar un espacio por inhóspito que éste sea.
Consciente estoy de que es complejo, pero creo que siempre valdrá más la pena exponerse a los foros adversos que aburrirse en convencer a los convencidos.
Deduzco de las entrevistas del Doctor Meyer que esa resistencia que lo hacía permanecer en ambiente hostil ya amenazaba su dignidad, toda vez que se le relegaba al final del programa, con sólo algunos minutos, y además sin la interlocución que Carmen sí sostiene con otros colaboradores.
Desde el otro lado del problema, también vale la pena reflexionar: ¿debe un medio de comunicación mantenerse sólo con pensadores que coincidan con su línea editorial?, ¿tendría que abrirse espacio a quien disiente, o se deja esa tarea a los medios de comunicación que coincidan con el disidente?
Cada medio tiene derecho a su propia decisión, lo cierto es que la competencia es cada vez más amplia y se tiene que aprender a lidiar con públicos golondrinos que leen una columna aquí, otra allá, y un artículo acullá. El zapping es la constante en el internet, en las redes sociales y hasta en los canales de radio digitales.
La pluralidad, por tanto, está en buena medida a disposición de la audiencia, por lo que si no se la brinda el medio de comunicación, la búsqueda de ella no implica gran esfuerzo.
Por el otro lado se pierde de vista que ni siquiera entre los matrimonios o los hermanos el pensamiento es exactamente igual, por lo que los debates al interior de una línea de pensamiento es la mejor manera de enriquecerla.
Un buen ejemplo de ello se ve en La Jornada (nacional) donde sin abandonar la evidente línea editorial de izquierda, puede encontrarse debates interiores como los que se dan entre algunas de sus plumas, o entre las diversas militancias de la izquierda (Morena, el EZLN, colectivos, sindicatos, etcétera)
Algo similar ocurría hace no mucho tiempo en Aristegui Noticias, pero la estrategia se ha modificado, y en su derecho está. De la misma manera no me queda duda de que Meyer encontrará espacios.
Ambas cosas son elocuentes y fundamentales ante los gritos histriónicos de quienes, como el que grita “al ladrón”, se atreven a acusar de dictadura.