- Historia y Poder
Ni conspiración barata ni improvisación para las armas, sino una paciencia y un denuedo para armar en las revueltas todas las reivindicaciones sociales olvidadas, más allá de las fogatas y de las proclamas que se desmoronaban al son del te compro esa voluntad, te acomodo en tal puesto y tu salario y no en cambio, vivir la vida compartida y transitando la real ayuda mutualista y solidaria de verdad.
¿Porqué al político quiere que se le aplauda porque dizque cumplió con su deber? ¿Por qué aduce se le deba agradecer como el paladín de la honradez y el hacedor de cosas?
Lo cierto es que el culto a la personalidad le cuesta muchos miles de millones de pesos a los mexicanos, y eso duele, habiendo tantas carencias, tantas necesidades.
En antaño, los políticos zacatecanos provenientes de familias militares o comerciantes, intuían que el darse a respetar por la honradez era un camino que les permitía deslizarse por las contiendas y entre las muchedumbres y no podemos ni debemos satanizar a todos por igual cuando el requerimiento era que se cumpliera con las leyes establecidas y que en nombre del dios todopoderoso se respetara la vida, los bienes, la paz y la tranquilidad tan añorada.
Luego de los tumultos, de las tomas sangrientas, de las revueltas campesinas y mineras, la ciudadanía de la historia zacatecana, la plebe hambrienta y limitada, el estudiantado y la premisa de los maestros demócratas, tan solo anhelaban la paz y el trabajo que de inmediato restituyera las heridas, el luto, el espanto de los cadáveres en las calles, los mártires masacrados en los pabellones y patíbulos improvisados.
Muy justo y muy necesario fue que siempre estuvieran a la vanguardia sus poetas y periodistas para canalizar cuanta energía por los caudales fluyera, si el dolor de las fosas comunes, si el eterno esclavismo al que se acostumbró el pueblo zacatecano con singular dolor y pesadumbre y que contribuyó a que en otros estados cundiera tan aberrante fórmula de progreso.
Al paso de los años, quizás seamos pueblos menos sumisos, menos tristes, con la abundancia de dones, pero limitados por las catástrofes de la extorsión y la corrupción emblemática que nos retrata en un mundo desalmado y como dice doña Elenita Poniatowsca, el “de sálvense quien pueda”.
Alégrense los hijos del pueblo empobrecido de que un día fuimos capaces de trasformar nuestras heridas en fórmulas capaces de que los amos huyeran enloquecidos y sedientos y que en esas heridas cerraran para siempre la discordia entre carnales, las disputas familiares y la desunión entre los gremios que anhelaban el cambio y la eterna pasión por las libertades. ■