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viernes, 4 julio, 2025
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Entre el suicidio asistido y la cánula de plata

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Por: RICARDO BERMEO •

Una larga enfermedad de Parkinson, lo había postrado en cama, agravándose en los últimos meses. Varios especialistas que lo habían tratado durante años, en el Hospital 20 de Noviembre, le recomendaron cambiarse las baterías de un neurotransmisor que ellos le instalaron. El último viaje a México, fue especialmente para acordar la compra de las mismas, y la fecha tentativa para la operación. Durante esa consulta, los doctores descartaron una operación en la columna cervical, los dolores que lo aquejaban los consideraron  como resultado de la compresión muscular generada por la evolución del Parkinson. Pero Raúl, estaba desesperado, y finalmente, un doctor aquí en Zacatecas, le animó y aceptó ser operado.

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La situación se complicó, al día siguiente tuvo un paro respiratorio, y por recomendación de un médico, primo nuestro, se tomó la decisión de trasladarlo de urgencia al hospital del ISSSTE, donde le salvaron prácticamente la vida. Estuvo en terapia intensiva, donde los “intensivistas” realizaron un extraordinario trabajo, en momentos especialmente críticos. Como no podía respirar por su propia cuenta, dependiendo del respirador, le realizaron una traqueostomía, colocándole una cánula de silicona, y lo enviaron a medicina interna, donde estuvo en la cama 267.

El día de su muerte. Después de ir a relevar a su actual esposa, me quede con él, conversando, de diversos temas, le comenté la asombrosa forma en que se había salvado de morir dos días atrás,  cuando quedo inconsciente, al ser diagnosticado por un neurólogo, como un “estado de coma”, incluida una supuesta muerte cerebral, noticia que nos consternó profundamente. A lo largo de esas horas, al ver que seguía mal, comenzamos a movernos, para exigir una atención más expedita, incluyendo, gracias a la sugerencia de una joven estudiante de enfermería que atendía a Raúl, el llamado a un médico externo, aunque no fue necesario mandarlo traer, debido a que, finalmente, se movilizó un equipo médico del propio hospital, para atenderlo. Ahí, se detectó que la “pérdida del conocimiento” era debido a que se movió  la cánula de silicona, lo que impidió que el dióxido de carbono exhalado saliera al exterior, provocando que se quedara “dormido”. Sin esa providencial intervención, se corrió el  peligro real de que no despertará. Gracias a ello, y contra lo detectado por otro médico, Raúl volvió en sí.

Pero su estado de debilidad, y los problemas acumulados, tanto del Parkinson, como de la operación, agravaban su crítico estado. Cuando aún estaba en terapia intensiva, ante la pregunta sobre que pronóstico nos daban, el Dr. Martiniano fue muy preciso: malo funcional, y, por tanto, malo para la vida.

Aquel último día, continué conversando con Raúl. De pronto, comenzó a perder el conocimiento. En medio de la confusión, pregunté por la cánula de plata, que días atrás habían mencionado, como más apropiada, me dijeron que… “si yo la podía comprar”. Entró de nuevo el equipo médico, me pidieron que me saliera, lo hice, aprovechando para localizar un proveedor que vendiera la cánula de plata. El fin se adelantó. El doctor salió y me dio la noticia, un paro respiratorio, no había signos vitales, el regresaría para continuar aplicando el protocolo, pero me pidió que avisara a todos los familiares. Hablé con los que pude. Con su familia y con la mía, con mis hermanos. Entré a verlo.

La muerte es un agujero negro.

Raúl me había pedido, que averiguara todo lo del suicidio asistido, porque quería tener esa opción, sabía lo que le esperaba en la fase terminal del Parkinson, y no quería terminar disminuido hasta tales extremos. Muchos de quienes lo querían, que vinieron a despedirlo al acto funerario, repetían la frase de que… “había dejado de sufrir”. Pero Raúl, nunca volvió a hablarme del suicidio asistido. Se aferraba a la vida, preguntaba por sus hijos, por su pequeña Romina, quería volver al rancho.

Es obligado agradecer, la generosidad de otro hermano para gastos de enfermería y la funeraria. Junto al emotivo homenaje póstumo en la Facultad de Odontología, y muchos otros gestos solidarios.

Amaba la vida, incluso en medio de todo el sufrimiento que padecía. Por desgracia, hay otro familiar muy enfermo (con ELA). Ellos mantuvieron una estrecha comunicación. Hace poco, le dijo a Raúl, que era un ejemplo de entereza, y de dignidad en la lucha contra la enfermedad. Eso les daba fuerzas, ambos resistían apoyándose mutuamente.

Estoy convencido, que la más hermosa lección que nos ha dejado, es que es el amor el que sostiene la vida, especialmente en situaciones que nos parecen insoportables. Es justamente en esos momentos, cuando es imperativo hacer aquello que debemos hacer: amarlos, acompañándoles para que no enfrenten solos ese terrible trance.

Es ese amor compartido, lo que nos deja a todos los que le hemos sobrevivido.■

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